RESUMEN
En
el artículo se aborda la cuestión filosófica de la “naturaleza
humana”, de cuya respuesta depende la posibilidad de cambios
económicos, políticos y sociales, más o menos profundos y
extendidos. En tal contexto, se parte examinando el comportamiento
del consumidor moderno, cuyas necesidades, aspiraciones y deseos y el
modo de satisfacerlos actualmente, parecieran constituir un obstáculo
insalvable para generar tales procesos de cambio. Si el modo de ser
del consumidor moderno fuese expresión cabal y coherente de la
naturaleza humana, sería utópico pretender un perfeccionamiento
ético que viabilice una nueva y superior civilización. Para
responder la cuestión, se efectúa un análisis de las necesidades
humanas y de las distintas teorías que las conceptualizan en
términos tales que justifican las instituciones económicas que
predominan en las sociedades modernas. Una nueva concepción de las
necesidades humanas, fundada en una reformulación filosófica de la
“naturaleza humana” esencial, conducen a una nueva forma de
concebir los procesos de desarrollo humano, tanto a nivel personal
como social y civilizatorio.
El
“consumidor moderno” como obstáculo (aparentemente) insalvable
para un proyecto de transformación social y de creación de una
nueva civilización.
A
lo largo de la época moderna se han formulado e intentado numerosos
proyectos de cambio social, económico y político tendientes a crear
una sociedad más justa, o una civilización más humana. Tales
intentos han alcanzado ciertos niveles de desarrollo interesantes,
son preciosos en cuanto testimonio de la posibilidad de otra economía
y de otra política, éticamente superiores a la capitalista y
estatista. Pero no han podido hasta ahora convencer de que sean
también más eficientes desde el punto de vista de la satisfacción
de las necesidades humanas individuales y colectivas, o que sean
suficientemente realistas en cuanto a su viabilidad y permanencia en
el tiempo. De hecho tales proyectos no han logrado prevalecer ni
consolidarse a nivel suficientemente general como para convencer de
sus reales ventajas y conveniencia para todos.
Una
de las principales críticas que se hacen a estos proyectos de cambio
y creación de nuevas formas y estructuras sociales es que no tienen
en cuenta a los seres humanos tales como son, con sus complejas
necesidades, aspiraciones y deseos, por lo cual serían en definitiva
proyectos utópicos, que están destinados a fracasar por no basarse
en una comprensión realista de la “naturaleza humana”.
Y
en efecto, es esencial la cuestión de la “naturaleza humana”
cuando se trata de proponer la creación de una nueva economía, de
una nueva organización política y de una superior civilización.
Cualquier proyecto de sociedad que suponga la participación libre de
las personas en su construcción, debe ser realista respecto a los
comportamientos que se puedan esperar de los individuos y grupos en
lo que se refiere a su disposición al trabajo, las opciones de
consumo, el deseo de poseer y acumular, la voluntad de participación
en organizaciones y comunidades, etc. En síntesis, se requiere una
correcta comprensión de las necesidades, aspiraciones y deseos de
las personas, en correspondencia con la que sería la “naturaleza
humana”.
Es
evidente que toda concepción económica y política suficientemente
coherente debe fundarse en alguna filosofía o antropología, que
incluya un particular modo de entender las necesidades humanas. Así,
la economía y la política liberales se fundamentan en una manera
positivista de comprender a los seres humanos y sus necesidades.
Según dicha concepción, no existiría en realidad una esencia o
naturaleza humana común a todos los hombres, sino solamente
individuos que son como se comportan y muestran empíricamente, con
toda su diversidad y diferenciación, cada uno provisto de aquellos
intereses, necesidades, deseos y características que ponen de
manifiesto en sus actuaciones y en sus mutuas relaciones. La sociedad
como tal tampoco existiría como un todo orgánico, siendo no otra
cosa que el conjunto de los individuos interrelacionados e
interactuando concretamente en territorios determinados, efectuando
unos con otros intercambios y contratos que configuran los mercados,
y dando lugar a un orden político en base a relaciones de fuerza y a
acuerdos, pactos y convenciones sociales y jurídicas.
Según
esta concepción, las necesidades son individuales y se manifiestan
directamente en aquello que los individuos demandan y compran en el
mercado. Cada individuo tiene necesidades distintas, que responden a
su edad, a sus características personales, a sus gustos, a su grado
de desarrollo, a sus condiciones propias corporales, a su intelecto,
a sus niveles de ingreso. Todos los individuos son distintos, y
aunque compartan algunas necesidades (todos tenemos necesidad de
comer), las necesidades se experimentan individualmente y será cada
uno quien determina qué comer, cuándo comer, donde comer, etc. Las
necesidades deben ser expresadas por los individuos, partiendo de la
base que somos todos distintos y que hacemos opciones libres. Por
ello, no corresponde que nadie nos diga qué necesitamos satisfacer,
pues cada uno lo sabe y lo puede expresar.
Además,
las necesidades serían recurrentes, es decir, se satisfacen cada
vez, pero vuelven al poco tiempo a presentarse insatisfechas, porque
se las concibe como carencias o vacíos que están permanentemente
llenándose, o sea, satisfaciéndose, y volviendo luego a vaciarse, y
por lo tanto estarían constantemente demandando los bienes y
servicios que los llenan o completan en el momento, pero que luego
-cuando el bien o servicio termina de prestar su utilidad -, vuelven
a presentarse insatisfechas.
Junto
con ser recurrentes, se piensa que las necesidades son crecientes.
Los seres humanos, una vez que satisfacemos ciertas necesidades,
queremos siempre satisfacer otras, nuevas, más amplias y más
sofisticadas necesidades. Y estamos siempre de alguna manera en un
grado de insatisfacción. Los seres humanos satisfacen en determinado
momento unas necesidades, y después quieren más. No somos como los
animales que se mantienen en un estado estacionario de necesidades,
sino que vamos ampliando, multiplicando, diversificando, sofisticando
nuestras necesidades. Puede decirse en tal sentido, que los seres
humanos seríamos insaciables.
Las
necesidades –así entendidas- se satisfacen con productos y
servicios. Las necesidades son esas carencias o vacíos que
encuentran apagamiento o satisfacción a través de bienes y
servicios que los llenan cuando son consumidos por cada individuo.
Por lo tanto, hay una suerte de correspondencia biunívoca entre
necesidades y productos y servicios. A cada necesidad corresponde un
producto y servicio o una gama de productos y servicios entre los
cuales cada individuo puede optar. Y a cada producto y servicio
corresponde una necesidad, puesto que cada producto o servicio está
hecho y predispuesto en función de satisfacer necesidades
determinadas. Como las necesidades van expandiéndose,
multiplicándose y diversificándose, también la economía va
multiplicando y diversificando los productos y servicios que ofrece.
Y están surgiendo constantemente en la economía más bienes y más
servicios para satisfacer más necesidades y más deseos que aparecen
en las personas. Los vacíos, las carencias que experimentan los
individuos en este proceso, cada vez que se llenan vuelven a
presentarse luego como vacíos más grandes, por lo que se requieren
recurrentemente más bienes y servicios para llenarlos. Seríamos,
pues, insaciables.
Otra
muy distinta concepción de las necesidades que es también parte de
la civilización y economía modernas, y que también se formula en
dependencia del cientismo positivista -aunque se presenta como
opuesta o diametralmente distinta a la concepción liberal -, es la
que corresponde al enfoque de la planificación centralizada y de la
organización económica estatista. La concepción del hombre
subyacente es aquella postulada inicialmente por Ludwig Feuerbach y
desarrollada por Marx y Engels en el denominado materialismo
histórico, según la cual la “naturaleza humana” no tiene nada
que se parezca a una esencia constitutiva presente en cada persona,
sino que se identifica directamente con la especie humana, o con la
sociedad entendida como especie natural. La “naturaleza humana”
sería nada más que el conjunto de las relaciones sociales,
históricamente determinadas.
Esta
concepción del hombre y de sus necesidades también las concibe como
carencias, como vacíos recurrentes que se satisfacen con productos.
Pero se diferencia de la anteriormente expuesta, en que hace una neta
distinción entre las que serían las verdaderas necesidades humanas
–aquellas propias de la especie-, y los que serían solamente
deseos, aspiraciones y caprichos individuales. Las verdaderas
necesidades serían claramente identificables y prácticamente
iguales para todos. Son necesidades comunes a todos los hombres:
todos tenemos más o menos las mismas necesidades de alimentarnos,
vestirnos, habitar una vivienda, adquirir conocimientos
indispensables, disponer de cuidados de salud, etc. Por lo tanto cada
sociedad puede definir sus necesidades como colectivo; es la sociedad
la que puede determinar las necesidades que en cada momento tiene y
debe satisfacer. No le corresponde a cada individuo determinar sus
necesidades, porque cada individuo es parte de una colectividad, y
cuando se separa de la colectividad y actúa como individuo, expresa
sus caprichos y deseos individualistas que lo ponen en contra del
bien colectivo, separándolo de la especie humana o sociedad.
Según
este enfoque, las necesidades son pocas, son determinables
claramente, y son perfectamente jerarquizables, desde las necesidades
más básicas a las más sofisticadas, de tal manera que se puede
planificar su satisfacción a través de la acción del Estado.
Las
necesidades desde esa óptica no son relevadas o puestas de
manifiesto en el mercado por cada individuo, sino que son técnica y
autoritariamente definidas, por acción de la autoridad, para cada
momento histórico. Es la colectividad la que va determinando las
necesidades que en la dinámica expansiva de la economía pueden o no
ir siendo satisfechas. Pero como la sociedad se encuentra dividida en
clases sociales, la especie humana es representada en cada época
histórica por la clase progresista, y hasta que no se cumpla la
plena integración de la especie, corresponderá al Estado
(controlado por la clase progresiva) representar a la colectividad.
Por lo tanto, hay que planificar la economía, regularla
estrictamente, y hay que reducir los espacios de libertad en que los
individuos expresen sus necesidades, porque si cada individuo
persistiera en expresar libremente sus demandas, no hay planificación
que se pueda realizar de manera coherente. Convendrá, pues, aplacar
las necesidades individuales, regularlas estableciendo nítidamente
aquellas que serían legítimas o aceptables, reprimirlas si es
necesario e impedir que se manifiesten individualmente, puesto que
los seres humanos deben expresarlas socialmente y de manera racional,
en el marco de un plan o programa coherente de satisfacción de
necesidades. En una versión menos radical y actualmente más
aceptada, corresponde a la mayoría social expresada a través de los
mecanismos de representación democrática controlar el Estado y
determinar las necesidades comunes que el Estado debe garantizar.
Hay
una relativamente estrecha correspondencia entre estas dos
concepciones del hombre y de las necesidades, y lo que postulan los
principales proyectos políticos que se confrontan en la sociedad
moderna. Pero lo que ha tendido a predominar es cierta posición
intermedia, o una mezcla de ambas. Por un lado hay un reconocimiento
creciente de que los individuos tienen necesidades legítimas, que
pueden expresar con libertad y buscar su satisfacción con los medios
que cada uno pueda lograr. Por lo tanto, existe una legitimación del
mercado como instrumento de acceso a los bienes y servicios para
satisfacer las necesidades y como lugar donde éstas pueden
manifestarse. Hoy día nadie discutiría que las personas pueden
comprar con su dinero lo que se les ofrezca en el mercado y demandar
otros bienes -si no les son ofrecidos- a alguien que se los pueda
elaborar.
Pero
al mismo tiempo hay consenso, cierto acuerdo social, de que existe un
nivel básico de necesidades que es común a todas las personas, que
todos tenemos que satisfacer, y que no queda subordinado a la
dinámica del mercado. Entonces se reconoce la legitimidad de que un
orden de necesidades sea regulado, y sea ofrecida su satisfacción
por el Estado mediante una acción planificada, con leyes que
establecen mínimos de bienestar para todos, que establecen niveles
de acceso a ciertos bienes y servicios que es indispensable
satisfacer. La satisfacción de estas necesidades generales es
concebida como derechos que los ciudadanos pueden exigir al Estado.
Ahora,
este reconocimiento de ambas lógicas como legítimas da lugar a una
estructura de las necesidades, y a un tipo de consumidor -lo
llamaremos el consumidor moderno– muy complicado, que genera un
problema económico tendencialmente insoluble, y que como lo iremos
comprendiendo cada vez mejor, es lo que origina la gran crisis
orgánica que afecta a la actual civilización moderna.
En
efecto, desde ambas racionalidades (la del mercado libre y la del
Estado proveedor), las necesidades están creciendo, multiplicándose
y diversificándose, y en consecuencia la economía está fuertemente
presionada a crecer, a multiplicar su oferta de bienes y servicios
para satisfacer tanto las necesidades colectivas como las
individuales, o sea, tanto las necesidades expresadas ante el Estado
como demanda común para todos, como aquellas que se expresan ante el
mercado con libre acceso individual. Desde ambas perspectivas, desde
ambas lógicas, se está viviendo un elevamiento del umbral de lo que
se demanda, y del nivel al cual se aspira.
Por
un lado está la lógica del mercado, que es fundamentalmente una
lógica de individuación, una lógica de diferenciación, donde cada
cual trata de diferenciarse, de prestigiarse, de competir con el
otro, de tener por lo tanto más acceso a bienes y servicios.
Entonces se produce una competencia entre los individuos que hace que
quienes tienen poder de compra, quienes tienen capacidad de acceso a
ciertos bienes en el mercado, demanden productos, bienes y servicios
cada vez más sofisticados, cada vez más complejos, más amplios o
en cantidades mayores. Pero al mismo tiempo se genera socialmente
también un elevamiento consistente y persistente del nivel mínimo
considerado socialmente aceptable. De tal manera, que cada vez el
Estado es exigido a ofrecerle a sus integrantes niveles crecientes de
satisfacción de sus necesidades; mejor alimentación, mejores
condiciones de habitabilidad mínima, mejores medios de transporte
común para todos, mejores sistemas educativos, mejores servicios de
salud, niveles de acceso a la educación cada vez más elevados, etc.
El
elevamiento del nivel individual genera un elevamiento del nivel
colectivo, por efecto demostración, por efecto de imitación, por
efecto de que “bueno, lo que otros tienen por qué no lo podemos
tener todos”. A su vez, el elevamiento del nivel de lo que es común
para todos, genera una presión hacia el mercado para diferenciarse,
porque si, por ejemplo, ya todos tuvieran educación universitaria,
el mercado generaría las instancias para todos aquellos que quieran
ser más que el común, y que por lo tanto presionan por niveles de
enseñanza más elevados para sus hijos. Y así en todos los ámbitos
de necesidades.
El
consumidor moderno, además de ser insaciable, es tremendamente
demandante y exigente frente al Estado, pues considera que tiene
derecho a que el Estado le provea de todo lo que se necesita para
alcanzar el nivel social medio, y además, que tiene derecho a que el
mercado le proporcione todo lo que desee y pueda pagar. Y si no lo
puede pagar, considera que tiene derecho a que le den el crédito
necesario para comprarlo.
Todo
esto da lugar a un proceso de aceleración impresionante de las
demandas, tanto individuales como sociales. Es lo que hemos estamos
viviendo desde hace años. Y esa expansión y esa explosión de las
necesidades y de las demandas hacia ambos sistemas a través de los
cuales se busca satisfacción, genera una presión enorme sobre el
sistema productivo. Una presión para crecer, es decir, para aumentar
el proceso de producción de bienes y servicios junto con la
expansión de las necesidades.
Tal
como lo hemos descrito, el consumidor moderno –sujeto insaciable
cuyas necesidades y deseos están en perpetuo crecimiento, que busca
proveerse siempre y cada vez de más objetos y servicios que llenen
sus propias carencias recurrentemente insatisfechas, y que en el
mercado está en una constante búsqueda de novedades y de accesorios
que lo diferencien de los demás con quienes se encuentra siempre en
competencia –es un individuo que probablemente nos resulte poco
simpático y nada atractivo. Nos resultaría en cambio decididamente
desagradable si nos diésemos cuenta de que ese mismo comportamiento
que tiene respecto de los bienes y servicios habitualmente lo
extiende también respecto de las personas con las que se relaciona e
interactúa, en el sentido de que también en ellas busca
constantemente la utilidad para sí, esto es, que le sean útiles y
contribuyan a la satisfacción de sus propias necesidades,
aspiraciones y deseos. Pero de todo esto las personas raramente se
dan cuenta, no son conscientes, si bien en los hechos los individuos
tienden a desconfiar más que a fiarse de los otros. Y sin embargo,
como casi todos deben reconocerse parecidos a dicho consumidor, y por
tanto deben aceptar que tienen comportamientos similares, terminan
por adaptarse y aceptarse civilmente unos a otros, y a menudo incluso
se respetan y parecen quererse (especialmente cuando se encuentran
unos al lado de los otros haciendo shopping o hablando de sus
compras). Es un hecho, además, que las personas tienden a querer a
aquellos que se les parecen, y a discriminar y rechazar (despreciar o
envidiar según sea el caso) a los diferentes.
Pero
está, además, el otro lado del comportamiento de los consumidores
modernos, que los torna en cierto modo amables en cuanto establece
entre ellos un terreno común, un compartir objetivos e intereses. Me
refiero al hecho de que este mismo consumidor moderno pide y exige al
Estado siempre mayores y mejores soluciones que impliquen niveles de
creciente bienestar social iguales para todos. Esto lleva a los
consumidores –en este caso, a los demandantes de bienes y servicios
públicos– a organizarse en función de realizar actividades de
presión y reivindicación de derechos frente al Estado. Sin embargo,
no necesariamente esto establece un nivel ético superior. En algunos
casos puede entenderse así (por ejemplo, cuando personas idealistas
solicitan el cumplimiento de los derechos para categorías o grupos
sociales desfavorecidas); pero habitualmente los grupos se organizan
para exigir beneficios para ellos mismos, y los exigen aún a menudo
sabiendo que los recursos limitados que tiene el Estado podrían
emplearse de manera socialmente más útil, provechosa o justa, en
vez de hacerlo del modo en que el grupo lo exige. Además, a menudo
se exigen como derechos, ciertos bienes y servicios que en realidad
constituyen privilegios. En fin, sucede también que algunas “luchas”
por los derechos esconde un componente de envidia social.
Pues
bien, cuando este “consumidor moderno” se generaliza y expande
por toda la sociedad, difícilmente puede pensarse en un cambio
profundo de la sociedad, ni menos en la construcción de una nueva
civilización éticamente superior. Entonces, desde el punto de vista
teórico en que estamos desarrollando este análisis, lo que interesa
es saber si este consumidor moderno y este modo de entender y de
vivir las necesidades, corresponda a la “naturaleza humana”, o si
se trata más bien de una manera de ser que puede cambiarse y
sustituirse por otra, que podamos considerar “más humana”. La
cuestión es crucial, porque como hemos visto, no tiene sentido
proponer un tipo de economía o un proyecto de nueva civilización
que no se base y tenga en cuenta a los seres humanos tales como son.
La
estructura de necesidades del “consumidor moderno” como expresión
de una “segunda naturaleza”, construida socialmente encima de la
verdadera “naturaleza humana” esencial
Es
probable que, puestos ante esta descripción del “consumidor
moderno” y ante esta presentación de las necesidades humanas,
muchos tienden a pensar que correspondan bien a la “naturaleza
humana”. “Así son los seres humanos”, se piensa en primera
instancia. Sin embargo, esas mismas personas difícilmente estén
dispuestas a aceptar que ellas se comporten de esa manera, o que
estén bien representados por esa descripción del consumidor moderno
que lo muestra como ávido, individualista, posesivo, exigente,
envidioso.
El
hecho de que las personas estén más dispuestas a atribuir a los
demás este modo de ser y de comportarse y tengan dificultad para
reconocerlo como el propio modo de ser, no habla solamente de una
diferente medida para juzgar y juzgarse, más estricta para los otros
y más complaciente para sí. Además de ello, puede hipotetizarse
que cada uno de nosotros, incluso si aceptamos que nos comportemos a
menudo del modo indicado, pensamos sin embargo en la intimidad que no
somos así, o al menos que no lo hemos sido siempre, o que fuimos
diferentes en algunas fases o momentos de la vida, y en todo caso que
tenemos la posibilidad de comportarnos diversamente. Pero si ello es
así, o bien si estamos al menos dispuestos a aceptar que algunas
personas actúen de modo diferente, o si ha habido comportamientos
distintos en el pasado histórico, entonces no se puede absolutamente
decir que el consumidor moderno sea la única y cabal expresión de
la “naturaleza humana”.
Sin
embargo, es necesario compatibilizar esto con el hecho de que las
personas –de manera muy generalizada- son realmente tal como las
hemos descrito (consumidores modernos) y que este comportamiento y
modo de ser está de hecho profundamente enraizado en los individuos
de nuestra sociedad y civilización.
Existe
un modo preciso de comprenderlo. Es concebir la “naturaleza humana”
como una cierta estructura de base, constituida por algunos elementos
esenciales generales y comunes a todas las personas
independientemente de la época, la organización social, las
condiciones históricas, etc. Una naturaleza “esencial” que, sin
embargo, está y permanece abierta a –o que tiene la posibilidad
de- adquirir diversas formas más complejas que la puedan en cierto
sentido convertir o hacer evolucionar a otra estructura; o mejor, una
estructura básica, primaria, sobre la cual se pueden levantar otras
estructuras; o bien, como una determinada “naturaleza humana”
sobre la cual se pueda establecer una “segunda naturaleza”, que a
su vez se presente con diferentes alternativas posibles. En este
sentido, el modo de ser y de comportarse del consumidor moderno, con
su manera de vivir y de satisfacer sus necesidades, no sería la
expresión directa de la “naturaleza humana”, sino la
manifestación de una “segunda naturaleza”, que se levanta sobre
la primera, y que ha sido creada en el curso de la constitución y
desarrollo de una civilización y de una economía capitalista,
estatista y consumista que la necesita como sistema.
La
idea de que sobre la “naturaleza humana” esencial puedan
levantarse “segundas naturalezas”, no es nueva. Diferentes
autores se han referido a una “segunda naturaleza” humana, pero
entienden por ella cosas diferentes. Para algunos se trata de la
naturaleza humana consciente, que debe distinguirse de la naturaleza
humana biológica. Otros toman el término en sentido histórico, y
conciben la “segunda naturaleza” para referirse a tipos humanos
que se caracterizan por su pertenencia a una religión o a una
ideología política. Algunos piensan en la idea de un “hombre
nuevo” como portador de una “segunda naturaleza”. Y tal vez en
la base de todas estas concepciones esté el antiguo proverbio que
dice: “La costumbre es una segunda naturaleza de los hombres”.
Estas
distintas ideas sobre la “segunda naturaleza” tienen alguna
relación con el concepto que estamos presentando, pero referir el
término al consumidor moderno (o más en general, al concepto de
“homo
oeconomicus”
sobre el que se fundamenta la elaboración teórica de la economía
capitalista) trae novedades y aporta una mayor profundidad teórica.
En particular, la cuestión teóricamente importante para nosotros es
comprender cómo pueda concebirse una “segunda naturaleza”, y qué
relación tenga con la “naturaleza humana” propiamente tal.
Ante
todo, es obvio que la existencia de “segundas naturalezas” supone
que la “naturaleza humana” sea tal que permita que sobre ella se
levanten esas “segundas naturalezas”. Como esto no parece que
pueda atribuirse a las demás especies animales, identificaremos en
la característica específicamente humana de la conciencia, y más
precisamente, en la racionalidad y en la libertad, el fundamento que
hace posible la creación de la “segundas naturalezas”. Esa
conciencia libre, en efecto, hace posible que los hombres se disocien
respecto a una naturaleza biológica común (propia de la especie), o
mejor dicho, que tomen bajo su control la dirección del propio
desarrollo y evolución. Es indispensable ser libres para tener la
posibilidad de diferenciarse y cambiar, y ser racionales para tomar
el control y definir una dirección al cambio, de modo que se pueda
desarrollar un cierto modo de ser, o crear “otra estructura” como
hemos definido también la “segunda naturaleza”.
No
es suficiente, sin embargo, la conciencia y la libertad para
fundamentar una supuesta “segunda naturaleza”. En efecto, la
conciencia y la libertad son individuales, esto es, atributos de los
individuos que les permiten actuar como tales individuos. En este
sentido, la disociación y la auto-dirección que se imprima al
desarrollo propio, pudiera resultar infinitamente diferenciado (para
cada individuo libre, un diferente modo de ser). En cambio, estamos
hablando de una “segunda naturaleza” que si bien pudiera no
entenderse como involucrando a todos los seres humanos, a la especie
completa, incluiría y subsumiría a una gran población humana.
Por
ello, la “segunda naturaleza” no puede sino ser “social”. Y
la socialidad es, en efecto, propia de la “naturaleza humana”,
igual como lo son la racionalidad y la libertad a que nos hemos
referido. Esto significa que una “segunda naturaleza” no puede
crearse sino combinando procesos individuales con procesos sociales,
esto es, como un proceso de construcción social que incorpora a
muchos individuos asociados, que comparten una cierta racionalidad y
una voluntad de integrarse a un proceso de creación colectiva; o
bien, que sean integrados a un modo de ser colectivo a través de la
coerción y del consenso o conformismo. En todo caso, cuando decimos
proceso “social”, decimos más concretamente proceso “económico”,
“político”, “cultural”, que son las dimensiones en las que
se manifiesta la acción colectiva (social), y en las cuales se
estructura la sociedad humana y los comportamientos individuales y
colectivos.
Pero
permítanme afirmar que los seres humanos parecen ser hoy más
“sociales” que “libres”. Quiero decir que habitualmente, y en
la gran mayoría de las situaciones y de los casos, las personas
actúan condicionadas socialmente, fuertemente determinadas por la
colectividad de la que forman parte, conformándose según las
exigencias y los requerimientos de la economía, del orden político
(institucional, jurídico, etc.) y del contexto cultural en los
cuales nacen, crecen y se educan. La libertad individual se
manifiesta siempre, pero habitualmente en los hechos pequeños, en
las decisiones menores, mientras que en las grandes direcciones que
implican procesos históricos, estructurales, civilizatorios, siguen
normalmente las direcciones establecidas y actúan “socialmente”
(como “hombres masa”). Pongo un ejemplo: como “consumidores”
los modernos se comportan como “masa”, siguiendo criterios
semejantes y comunes en cuanto a la racionalidad y a la lógica con
que actúan. Como individuos “libres” toman decisiones
diferenciadas escogiendo las marcas de los productos particulares en
los estantes del supermercado. Por esto es tan difícil actualmente
crear una nueva economía, una nueva civilización, una nueva
“segunda naturaleza”, y un nuevo tipo de consumidor como
integrante de ella.
En
este punto se habrá ya comprendido que crear una nueva y superior
civilización consiste, en última síntesis, en la creación de una
nueva y superior “segunda naturaleza” en los seres humanos. Que
ello sea posible (si bien sumamente difícil) estaría en la
“naturaleza humana” esencial, en cuanto deriva de la racionalidad
y libertad, y del hecho de que somos “sociales” y por tanto
capaces de construir procesos y organizaciones económicas, políticas
y culturales.
Pero
para iniciar la creación de esta “segunda naturaleza” nueva y
superior, basada también ésta sobre la “naturaleza humana”
esencial, es necesario separarse y tomar distancia respecto a la
“segunda naturaleza” actualmente predominante.
¿Es
posible –y ¿cómo?- la creación de una nueva “segunda
naturaleza”, o sea un cambio profundo en el modo de ser y
comportarse de las personas?
Teóricamente
es posible en cuanto en la “naturaleza humana” básica está la
libertad, la posibilidad de decidir, y por ello siempre existe la
posibilidad de la autonomía respecto de la “segunda naturaleza”
dada. Una nueva “segunda naturaleza” es posible en cuanto los
hombres pueden decidir, escoger, crear, y orientarse por sí mismos;
y es posible también que tal nuevo modo de ser se generalice, por
cuanto la libertad individual está limitada por condicionamientos,
influencias, contextos, poderes, etc. que podrían ir cambiando.
Sin
embargo, para iniciar la creación de una “segunda naturaleza” es
ante todo necesario que algunos individuos alcancen la autonomía
(mediante su propia racionalidad y libertad) respecto a la “segunda
naturaleza” predominante. Estos individuos, organizados en redes y
potenciándose recíprocamente, podrán luego expandir el nuevo modo
de ser y de comportarse, a través de acciones y procesos sociales,
económicos y políticos que impulsen coherentemente. Pero el hecho
que hay que asumir es, primero, que el inicio de la creación de una
nueva civilización es hoy, tal como lo ha sido en el pasado, un
proceso iniciado por pocos, porque son pocos los que aplican la
libertad a las grandes direcciones del propio vivir y no
limitadamente a decidir sobre cuestiones secundarias en un marco
socialmente establecido y predeterminado.
Para
que los individuos puedan iniciar la creación, en sí mismos, de una
nueva “segunda naturaleza”, es necesario que se conecten con la
primera naturaleza, haciéndose libres, racionales y sociales. Si no
nos conectamos con nuestra “naturaleza humana” esencial, no
podemos iniciar la creación de una nueva y superior “segunda
naturaleza”. En particular, la creación de un nuevo tipo de
consumidor supone desprenderse de aquella “segunda naturaleza”
que se manifiesta en el consumidor moderno. Pues bien, para
desprenderse y liberarse de tal “segunda naturaleza” es necesario
que establezcamos contacto con nuestra íntima “naturaleza humana”
esencial, y su correspondiente estructura esencial de necesidades.
Tomar
contacto con nuestra íntima “naturaleza humana” esencial no es
sencillo, porque ella se encuentra escondida y oprimida bajo la
“segunda naturaleza” que la civilización capitalista y estatista
ha construido en nosotros; por esto es preciso comenzar con la
conquista de la autonomía respecto de esa “segunda naturaleza” y
de los modos de pensar y de comportarse propios de la vieja
civilización.
Un
elemento primordial de esta conquista de la autonomía consiste en
des-cubrir y reconceptualizar las necesidades y su modo de ser y de
manifestarse, tal como se dan al nivel de nuestra “naturaleza
humana” esencial. En otras palabras, conectarse con nuestra
“naturaleza humana” esencial implica ante todo tomar conciencia
de la forma verdaderamente humana - racional, libre y social - en que
se manifiestan nuestras necesidades, aspiraciones y deseos.
Ha
sido en este sentido que, para fundamentar la propuesta de una
Economía de Solidaridad y Trabajo fundamentada en una más amplia
Teoría Económica Comprensiva, hemos elaborado una nueva concepción
de las necesidades humanas. El fundamento filosófico de esta nueva
concepción de las necesidades humanas es una concepción del hombre
distinta y distante de las concepciones positivistas (subjetivistas,
relativistas o materialistas) que han predominado en la civilización
y en la economía modernas y que dieron lugar tanto a la idea liberal
como a la concepción colectivista de que las necesidades humanas.
En
la Teoría Económica Comprensiva nos basamos en una concepción del
hombre que reconoce tanto al individuo como sujeto libre y racional,
capaz de hacerse y modificarse a sí mismo en base a sus propias
formas de conciencia, a sus decisiones libres y a su voluntad
particular, como también a la sociedad humana que como especie o
colectividad evoluciona y se auto-organiza a través de procesos
económicos, políticos y culturales complejos y cambiantes. En tal
sentido, reconocemos aquello que proponen como conocimiento verdadero
las concepciones positivistas modernas (relativistas, deterministas e
historicistas); pero todo ello lo integramos en una visión
comprensiva, en la cual no negamos la existencia de una “naturaleza
humana” esencial. En este último sentido, recuperamos aquello que
aporta la tradición filosófica que viene desde Aristóteles y que
fecundó a las grandes filosofías antiguas y medievales, que
sostienen que el ser humano posee una esencia natural, o una
“naturaleza humana” esencial, de carácter no puramente biológico
sino también espiritual, que es común a todos y a cada uno de los
individuos.
¿Cómo
se integran y hacen coherentes la afirmación de que los seres
humanos se hacen a sí mismos como individuos libres, que configuran
sus propias estructuras de necesidades y que en dicho proceso se
diferencian indefinidamente, con la concepción de una esencia
natural, o de una “naturaleza humana” esencial y común a todos
los individuos?
La
idea de una esencia del hombre o de una “naturaleza humana”
esencial ha sido criticada en la filosofía moderna precisamente
porque no podría reconocer adecuadamente la dinámica de la
existencia humana y de la historia, ni comprender el profundo
significado de la subjetividad y libertad características de la
experiencia del individuo moderno y de las organizaciones social e
históricamente determinadas. Pero podemos superar esta crítica -que
es válida en cuanto se piense en una “naturaleza humana”
inmutable y completamente definida- en la medida que desarrollemos
teóricamente una idea presente pero no desplegada por la filosofía
aristotélica y sus derivaciones medievales, a saber, que la
naturaleza esencial del hombre, con ser tal y precisamente por serlo,
se encuentra en los individuos y grupos reales y particulares,
como la
potencia de un acto siempre imperfectamente realizado.
De
esta manera, la experiencia diferenciada de los individuos y la
diversificada evolución histórica de la sociedad, se entienden como
el proceso de realización o actualización progresiva de una esencia
inconclusa. Se supera así de manera radical la supuesta estaticidad
de la concepción de la “naturaleza humana” esencial, toda vez
que sin negar que los seres humanos posean una esencia o naturaleza
común, se la concibe en permanente construcción, como un proceso y
no como un dato.
Con
esta forma de concebir la “naturaleza humana” esencial, no
solamente quedan reconocidas la subjetividad individual y la
historicidad social, sino que ellas aparecen y se hacen presentes en
un nivel de profundidad y radicalidad mucho mayor, incluso
insospechada por las propias concepciones subjetivistas e
historicistas modernas. En efecto, la subjetividad de los individuos
y la historicidad de la especie o sociedad, no se aprecian solamente
como datos empíricos sino que se los reconoce esencialmente ,
o sea en lo más radical y profundo del propio ser humano, con la
consecuencia que el
mismo proceso de realización y actualización de la esencia humana
es obra de su propia libertad, subjetividad e historicidad.
Según
este modo de concebirla, la “naturaleza humana” esencial se
manifiesta como esencial y constitutivamente abierta,
y el proceso de su actualización como la realización
de un proyecto que se encuentra sujeto a su propia y libre
subjetividad, que se cumple progresivamente en la historia y la
evolución de las formas sociales y de las civilizaciones humanas.
La apertura, sin embargo, no es absoluta, o sea no se trata de
indeterminación pura, pues la esencia o naturaleza constitutiva del
hombre, por abierta y potencial que sea, es también de alguna
manera acto ,
realidad constituida en algún grado o medida (el acto de su
potencia, diríamos en lenguaje aristotélico), lo que en otras
palabras significa que la experiencia individual y social humana está
volcada y llamada a realizar lo que potencialmente es el hombre, y no
cualquier cosa.
Y
es en este proceso de actualización y realización de la propia
esencia o “naturaleza humana”, que se van constituyendo
históricamente, como fruto de la libertad y racionalidad humana en
su evolución social e histórica, las “segundas naturalezas” de
que hemos hablado. Cada una de éstas, enraizada en, y expresión
parcial de, la “naturaleza humana” esencial. Y cada una de ellas
dejando su huella, sus sedimentos, sus avances, logros y progresos,
en la esencia humana o “naturaleza humana” esencial. De este modo
ésta va evolucionando, transformándose, perfeccionándose
progresivamente.
Por
ejemplo, la conformación del individuo moderno, como sujeto de
legítimos intereses y derechos individuales, y la concepción de la
sociedad humana como realidad que debe garantizar derechos y
necesidades fundamentales comunes para todos, serían logros
definitivos, realizaciones consolidadas, en cuanto expresiones de la
actualización de lo que estaba anteriormente sólo en potencia.
¿Cómo
impacta esta concepción de la “naturaleza humana” sobre la
cuestión de las necesidades?
De
acuerdo a nuestra concepción del hombre y de la economía, lo
primero es pensar que las necesidades humanas no son lagunas ni
vacíos que hay que llenar, de modo que no son determinables desde
los productos que vayan a completar tales vacíos y a satisfacer esas
carencias. Las necesidades son una expresión de la voluntad de
realización inherente a la esencia de la persona humana, en niveles
crecientes y cada vez más amplios. Son los detonantes de las
actividades y procesos tendientes a convertir en acto lo que está
solamente en potencia, como virtualidad, en cada individuo y en cada
grupo. Concebimos las necesidades como manifestaciones de la esencia
humana que busca desplegarse, completarse, potenciarse. Expresan la
voluntad de ser, o sea la intención de la “naturaleza humana”
esencial presente en cada individuo, en cada colectivo y en la
sociedad entera, orientada o volcada hacia su más plena realización.
Debemos
sacarnos de la mente el pensar las necesidades como las necesidades
de los animales, porque esa idea con que se ha trabajado en la
economía moderna, que las entiende como carencias que se resuelven
con objetos, es lo que ocurre a los animales. Estos, en cuanto seres
fundamentalmente corpóreos que viven solamente en el nivel
fisiológico y en el ámbito de las sensaciones, experimentan de ese
modo las necesidades. Y ¿cuál es la imagen que nos viene a la mente
en forma inmediata cuando pensamos en las necesidades humanas de
dicho modo? La necesidad de comer, que compartimos con los animales y
que experimentamos de manera parecida (aunque con notables
diferencias) a como la viven los animales.
Pero
el hombre y la mujer tenemos algo esencial que nos distingue: somos
de otro orden, estamos dotados de racionalidad y de libertad. Pienso
que el comienzo de la posibilidad de pensar con un nuevo paradigma
radica en el redescubrimiento del ser humano como una realidad
esencialmente espiritual; pero entendiendo el espíritu no en sentido
etéreo, angélico o de algo que es inaprensible e inobservable, sino
en el sentido de una realidad que es objetiva y que se subjetiva en
las personas concretas, corpóreas, que somos cada uno de nosotros.
De aquí derivan algunas precisiones sobre las necesidades en cuanto
específicamente humanas:
a)
Las necesidades se experimentan en el plano de la conciencia.
Aún
aquellas necesidades que son corporales, como la de alimentarnos, se
viven subjetivamente, concientemente, y se experimentan en el plano
del espíritu. No es simplemente una necesidad biológica, como no es
una necesidad puramente biológica la necesidad sexual; como no es
puramente biológica la necesidad de curar una herida. En el ser
humano todo ocurre y todo se vive concientemente, es decir,
secuencial o concomitantemente en el plano interior y en el plano
corporal, y en ambos planos se busca encontrar la satisfacción de la
necesidad.
b)
Las necesidades son energías, son potencias que buscan su
actualización.
Asociado
a lo anterior está el hecho que las necesidades no se presentan como
vacíos que llenar, sino como energías que se despliegan. Son
potencias, son fuerzas que buscan su satisfacción. Son vectores
direccionados, en el sentido de que están buscando activamente algún
logro, algún resultado para el individuo o para el grupo.
c)
Las necesidades se satisfacen en el despliegue de la energía que
contienen.
Son
energías, pero son también energías capaces de autosatisfacerse.
Es decir, la necesidad no necesariamente se satisface mediante algo
externo, sino que el propio despliegue de su energía significa la
satisfacción de la necesidad. Es así al menos en muchas de ellas, o
tal vez en todas desde cierto punto de vista, o a partir de cierto
nivel de satisfacción. Por ejemplo, la necesidad de conocimiento se
satisface no a través del conocimiento formulado y ya construido que
se le presenta a la persona para que lo memorice, llenando así su
ignorancia pensada como el vacío que llenar. La necesidad de
conocimiento la satisface la construcción activa de un conocimiento,
que puede utilizar o emplear como insumo o como componente algún
conocimiento que otros han elaborado anteriormente; pero no se
produce ningún efecto en el sujeto si éste no lo reconstruye
mediante su propia acción de aprendizaje. Sólo si el individuo la
realiza activamente, esa necesidad es satisfecha. Lo mismo pasa con
todas las necesidades.
d)
Las necesidades se reproducen y potencian al satisfacerse.
Las
necesidades, como energías que se autosatisfacen, son también
energías que se auto-reproducen, o sea, no es que las necesidades
sean simplemente recurrentes, como cuando algo que se llena después
se vacía, por lo tanto hay que volver a llenarlas. No se trata de
recurrencia, sino que hay una reproducción de las necesidades. Y
para reproducir una necesidad es necesario que la necesidad haya sido
desplegada y haya sido satisfecha. Por ejemplo, una persona tiene
necesidad de lectura, de leer novelas, poesía, y de escuchar música,
etc. Esas necesidades las desarrollamos y perfeccionamos en la medida
que leemos, que escuchamos música, que estudiamos. Desarrollamos las
necesidades estéticas en la medida que observamos (o mejor aún, que
creamos) pinturas, esculturas, en que vamos a museos, en que nos
cultivamos.
e)
Las necesidades son fuerzas constructivas y no debilidades que habría
que subyugar.
Existe
un concepto de las necesidades -que podemos caracterizar por su
conexión a las concepciones budistas- que apunta en una dirección
distinta de lo que estamos diciendo pero que se conecta y puede
ayudarnos a concebir bien las necesidades humanas. Señala ese
concepto que el único estado de plena satisfacción en que puede
encontrarse un ser humano es cuando ha logrado anular sus
necesidades. O sea, el estado de satisfacción es un estado de
no-necesidades.
Es
interesante prestar atención a esa manera de concebir las
necesidades humanas; pero prestarle atención no significa asumir esa
concepción. Pienso más bien que las necesidades humanas debemos
pensarlas en términos de energías positivas, no de energías
negativas, de modo que no imaginemos el estado de satisfacción como
una situación de apagamiento de las necesidades, de no desear nada y
por ello estar satisfecho. Creo que eso no es una buena antropología.
Si bien el ser humano puede, con disciplina y esfuerzo interior,
apagar sus necesidades, detener su acción y quedar en cierto modo
“en paz” consigo mismo, eso no implica necesariamente aproximarse
a la realización de la “naturaleza humana” esencial. Podría
pensarse también como una suerte de retroceso a un estado de
intimidad original, pero no de realización o de expansión.
(Diferente es el caso en que la disciplina y la marcha atrás se
refieran a necesidades artificiales construidas en el marco de una
“segunda naturaleza” inferior que hay que superar. Pero en tal
caso se trataría de reemplazar una necesidad inferior por otra
superior y no del anulamiento de la necesidad).
f)
Las necesidades contienen el proyecto de su cumplimiento.
Nuestra
formulación de las necesidades está direccionada al potenciamiento
del ser humano. Incluso diría (como una especie de afirmación que
resume este concepto de necesidades que estoy tratado de expresar)
que las necesidades son proyectos, o dicho aún más ampliamente, que
las necesidades contienen el proyecto de su cumplimiento, no de su
apagamiento.
Las
necesidades en este sentido son fuerzas constructivas, en cuanto son
la expresión de lo que está en potencia - en cada momento y en cada
situación y en cada contexto - en las personas, que queremos ser más
que los que somos. Y ese querer ser más de lo que somos, es lo que
produce una insatisfacción. Pero una insatisfacción con respecto a
lo que ya somos como resultado de algo anterior logrado, que en
cierto modo nos permite estar contentos, estar satisfechos. Pero al
mismo tiempo nos hace estar insatisfechos porque queremos ser más,
queremos expandir nuestra conciencia, tenemos un espíritu que no se
contenta nunca con lo que ha logrado.
Entonces
la insatisfacción es, desde ese punto de vista, un estado que
apreciamos como momento positivo, mientras que el estado de
satisfacción como apagamiento de la necesidad nos detiene. En
cambio, si la necesidad la pensamos como un proyecto -de hecho los
seres humanos vivimos las necesidades como proyecto, incluso la
necesidad de alimentarnos incluye el proyecto de la comida que
tenemos que preparar y organizar para satisfacer esa necesidad-
entonces la insatisfacción no es negativa, aunque es como el dolor.
El dolor incentiva, mueve, si no tuviéramos dolor de ningún tipo,
nos detendríamos. ¿Por qué los animales no hacen historia? ¿Por
qué no hacen economía? ¿Por qué no tienen proyectos? ¿Por qué
no construyen? Bueno, porque sus necesidades son experimentadas como
esas demandas de satisfacción, como esos vacíos que se llenan con
lo que ya se encuentra preparado en la naturaleza. En la satisfacción
de las necesidades de los animales no hay proyectos, de modo que sus
necesidades se mantienen siempre iguales, son recurrentes siempre al
mismo nivel.
Provistos
de estos conceptos podemos pensar un camino nuevo para superar los
límites del crecimiento en que se encuentra la economía y para
abrir ese horizonte cerrado en que pareciera que estamos actualmente.
Hay quienes dicen que la manera de resolver el problema de la
sustentabilidad del crecimiento, del agotamiento de los recursos, del
deterioro del medio ambiente, va en la dirección de que nos
convirtamos en seres con cada vez menos necesidades. Obviamente si
tenemos menos necesidades demandamos menos productos, y por lo tanto
podemos producir menos, acumular menos y desgastar menos los
recursos. Pero eso es caminar en una dirección que no constituye un
horizonte abierto, no es una perspectiva de gran iluminación para la
experiencia humana. Es un futuro bastante oscuro, de retroceso, no de
verdaderos avances hacia experiencias superiores, porque se sigue
pensando las necesidades como vacíos que hay que satisfacer
llenándolos con algo, o que hay que tratar que olvidar que existe o
mantener bajo control de modo que exija menos y se satisfaga con
menos bienes y servicios.
Pienso
que hay una salida distinta al tema, que no niega el
perfeccionamiento humano, que no niega la expansión, que no niega la
creatividad, que no niega el futuro, que no niega que la experiencia
humana pueda descubrir horizontes nuevos, desconocidos. Y eso pasa
por pensar las necesidades de otra manera, lo cual a su vez revierte
sobre el tipo de producción y también sobre el modo como se usarán
los recursos.
La
“naturaleza humana” esencial busca su realización por las cuatro
dimensiones de la experiencia humana en que surgen las necesidades
Hemos
visto que las necesidades son fuerzas -energías direccionadas- cuyo
despliegue da lugar a experiencias individuales y colectivas en las
que el hombre y la sociedad van desarrollando la “naturaleza
humana” esencial, en sus diferentes dimensiones. Podemos imaginar
estas energías originándose -como vectores de fuerzas- a partir de
un punto cero en el cual no hay aún ningún despliegue, o sea que
están en potencialidad pura. A nivel individual ese punto inicial
sería el del nacimiento, y a nivel colectivo, la conformación del
primer grupo humano que haya aparecido en la tierra. En dicho punto
inicial no hay aún realización lograda, pero en él comienzan las
experiencias que dan lugar a los procesos de expansión, de
crecimiento, de perfeccionamiento humano. Ese conjunto de vectores
que se abren y extienden progresivamente en todas las direcciones,
constituyen las experiencias que formalmente las podemos concebir
como de satisfacción de las necesidades humanas.
Observamos
que dichas dimensiones esenciales las podemos reunir en cuatro
conjuntos principales, en los que se forman y despliegan las
necesidades, aspiraciones y deseos humanos. Ellas son: las del cuerpo
(dimensión corporal), las del espíritu (dimensión cultural), las
del yo individual (dimensión personal) y las de las colectividades
(dimensión social). Como las energías (vectores) se despliegan en
varias direcciones, podemos representar las cuatro dimensiones
esenciales en una figura en la cual se cruzan dos ejes principales.
Hay
un eje (o dos direcciones polarmente dispuestas) que es el de las
necesidades que se dirigen, por un lado, hacia el yo o hacia lo
individual, o que expresa el proceso de desarrollo de la
individualidad, el proceso de afirmación de la identidad personal,
el proceso de cumplimiento de las necesidades que cada uno tiene en
función de sí mismo; y por el otro lado está el vector que se
orienta en la dirección de lo social, de los otros. Son las
necesidades de individuación y de socialización (o sociabilidad).
En
otro sentido tenemos el segundo eje cuyas polaridades serían, por un
lado la corporalidad, con las necesidades que tenemos como cuerpo que
somos y que tiene sus propias energías, sus propios proyectos, sus
propias necesidades, y por el otro lado la espiritualidad o las
necesidades culturales, las necesidades de conocer, de crear, de
trascender, las necesidades de encontrar algo que va más allá de lo
tangible, de lo empírico, de lo material, de lo corpóreo, y de
cultivar el espíritu.
En
estas cuatro dimensiones en las cuales el ser humano se va realizando
y desplegando, se pueden instalar o identificar todas las necesidades
que tenemos. Hay necesidades de personalización, de individuación,
de conservación de sí mismo, de autoafirmación, de obtención de
seguridad, como hay también necesidades de compartir, de convivir
con otros, de vincularse, de amar, de ser amado, de integrarse a la
sociedad, de participar en organizaciones y en colectivos. Hay
necesidades que están integradas a nuestra dimensión corpórea, a
nuestro cuerpo, y hay necesidades que están asociadas a nuestra
búsqueda de cultura, de trascendencia, de valores superiores, de
conocimiento, etc.
Estos
cuatros vectores son dimensiones de la experiencia del sujeto como
individuo. Pero sujetos de las necesidades que se expresan en la
economía no son solamente los individuos. En efecto, también la
familia tiene necesidades, una comunidad tiene necesidades, una
organización humana, un grupo, una nación, la sociedad en general,
son también sujetos de necesidades. Son sujetos de necesidades,
independientemente del grado de asociación o del tamaño que tengan
estos sujetos, desde el individuo hasta la humanidad o la especie
humana como un todo. Y todos estos sujetos manifiestan las mismas
cuatro dimensiones de la experiencia humana que buscan realizar al
sujeto.
Así,
como familia o como nación, tenemos necesidades de identidad, pero
también de participación con otras familias o naciones; tenemos
necesidad de afirmación de nuestra realidad física territorial,
como también de nuestra identidad espiritual, de nuestros valores.
Son los mismos ejes, que los podemos pensar en cualquier nivel en que
imaginemos la construcción de un sujeto colectivo, y también para
cada individuo.
Ahora
bien, el proceso de la vida humana, el proceso de desarrollo
histórico, es un proceso de expansión y de realización en cada una
de estas direcciones. Pero también, en tales procesos las
necesidades pueden distorsionarse, desviarse e implicar retrocesos.
Se va avanzando o retrocediendo en estas cuatro direcciones, se va
creciendo o reduciendo en ellas en el tiempo. En las cuatro
dimensiones del cuerpo, del espíritu, de la individualidad y de la
sociabilidad, se es en los orígenes como un punto, del que parten
los vectores del desarrollo, en los cuales aparecen las necesidades
que corresponden a los procesos de realización de los sujetos en
esas diversas dimensiones constitutivas esenciales. La satisfacción
de las necesidades –de cada necesidad- es un pasar de la
virtualidad o potencia de realización, al acto como realización
cumplida en un cierto nivel.
Pero
este pasaje se cumple a través de una acción –la actividad de
consumo-, que implica el operar de alguno o de alguna cosa que esté
ya en acto (el mismo sujeto, otras personas, los bienes y servicios
consumidos, etc.). (En este sentido, me conecto con la concepción
del gran Aristóteles, que explica como cada movimiento o pasaje de
la potencia al acto, es decir, cada movimiento de realización de
aquello que se encuentre antes en estado de virtualidad, requiere un
agente, un motor, la acción de algo capaz de empujar, atraer o
mover, lo cual debe necesariamente estar ya en acto, o sea, debe ser
capaz de actuar, y no ser ello mismo solamente potencialidad pura).
El
punto que es inicialmente el cuerpo se despliega por la acción del
cuerpo de la madre que le proporciona la materia celular y el
alimento, y luego se nutre de otros cuerpos que incorpora como
alimentos, estímulos, etc. Sólo a partir de cierto grado de
actualización de sus potencias el niño está en condiciones de
desplegar sus propias energías para continuar desarrollándose y
perfeccionándose. Análogamente ocurre con la dimensión espiritual,
donde por ejemplo la capacidad intelectiva se encuentra en los
comienzos vacía, como “tabula rasa”, sin imágenes, sin
recuerdos, ideas ni conceptos. Es el estímulo externo que le llega
por los sentidos lo que la abre a los primeros conocimientos
elementales, y es la enseñanza que recibe del entorno y por la
mediación de otras personas lo que la conduce a los primeros
conocimientos abstractos. Sólo cuando ha alcanzado cierto grado de
desarrollo de sus propias capacidades cognitivas está en condiciones
de desplegar su intelecto activo y creativo, a pensar e investigar
por su propia cuenta. Lo mismo puede decirse de la individualidad y
de la sociabilidad. Inicialmente no puede decirse que el hombre sea
en propiedad o en acto un individuo, que supone autoconsciencia de su
distinción y separación respecto a otros y de su identidad y unidad
en sí mismo: lo es potencialmente,, y actualiza dicha potencialidad,
o sea se individualiza y se reconoce como un yo distinto a las demás
personas, por la presencia de éstas en las que va reconociendo a sus
iguales al mismo tiempo que las percibe diferentes, experimentando
así, en y por su relación con otros individuos, su propio proceso
de individuación. Ya constituido como individuo en cierto grado,
está en condiciones de continuar por sí mismo su proceso de
personalización y autoconciencia individual. Tampoco puede decirse
que el hombre sea ya en el momento de nacer un ser social en acto,
participante en comunidad y sociedad; lo es potencialmente, y en
ellas es progresivamente integrado por otras personas, a partir de la
familia en que nace y crece, y sólo habiendo sido integrado a la
sociedad en cierto nivel puede desplegar en ésta su propia
potencialidad creadora de sociabilidad.
La
satisfacción de las necesidades a través del consumo es, pues, un
proceso extraordinariamente rico de contenidos, y de la mayor
importancia para el desarrollo humano y la realización del hombre
conforme a su “naturaleza humana” esencial. Desde esta
perspectiva, organizar y realizar dicho proceso de consumo de manera
racional e inteligente se convierte en asunto crucial.
Con
esta concepción de la “naturaleza humana” esencial se resuelve
la controversia entre las posiciones liberal y colectivista sobre las
necesidades y el consumo
El
modo en que hemos reformulado las necesidades, poniéndolas en la
óptica de la realización de la “naturaleza humana” esencial,
nos permite resolver de un modo nuevo la cuestión económica en que
se han confrontado las visiones liberal y colectivista, a las que
hicimos referencia al iniciar el análisis, a saber, la cuestión de
si las necesidades sean pocas y comunes a todos, o bien diferenciadas
individualmente en términos que solamente cada sujeto puede
determinarlas. En efecto, conectar las necesidades con la “naturaleza
humana” en orden a su realización en las cuatro dimensiones
esenciales de la experiencia humana, nos permite comprender que hay
un plano en el cual podemos identificar lo que es común a todas las
personas y a todos los sujetos, y otro nivel en que se presentan las
necesidades, aspiraciones y deseos que nos distinguen y diferencian
individualmente.
Ante
todo, el hecho de tener necesidades en estas cuatro dimensiones es
común a todos los seres humanos, pues todos tenemos necesidades
corporales, necesidades culturales o espirituales, necesidades
sociales y necesidades individuales. Pero no sólo esto, sino además,
comprobamos que en cada una de esas dimensiones de la experiencia es
posible identificar un umbral básico de satisfacción indispensable,
donde se presentan necesidades comunes y compartidas por todas las
personas.
Así,
por ejemplo, en la dimensión corporal, todos tenemos necesidad de un
nivel básico de alimentación y nutrición, de protección frente a
las condiciones climáticas (me refiero a la vivienda básica y al
abrigo, entre otros bienes), que garanticen el crecimiento sano del
individuo y su subsistencia. En la dimensión espiritual, el nivel de
necesidades básicas y comunes a todos puede estar dado por la
alfabetización, o por un nivel de enseñanza general, por el acceso
a la información socialmente disponible, por la libertad de
pensamiento y de culto, etc. En la dimensión individual, necesidades
básicas comunes serían la protección frente las agresiones
físicas, acceso a servicios de salud, etc. En la dimensión social,
la necesidad de comunicarse libremente, de participar en
organizaciones, de crear una familia, etc.
Estos
ejemplos con los que ilustramos el nivel de necesidades comunes a
todos en cada una de las dimensiones de la experiencia, nos hacen ver
que dicho umbral de satisfacciones mínimas va experimentando cambios
en el tiempo: se va elevando el nivel de satisfacción de las
necesidades que se considera el mínimo aceptable que es necesario
garantizar para todos los individuos. Las sociedades suelen
institucionalizarlos y darles valor jurídico, considerándolos como
“derechos” que tienen los individuos y que la sociedad debe
garantizar.
Pues
bien, ¿cómo se conecta y explica esto desde la óptica de la
“naturaleza humana” esencial? Pues, claramente, se trata del
proceso de actualización progresiva en el tiempo de esta “naturaleza
humana”, de la cual hemos observado que se encuentra en proceso de
realización progresiva, proceso guiado por los propios sujetos
organizados en sociedad. A medida que se despliega la “naturaleza
humana” esencial en sus cuatro dimensiones, dicha “naturaleza
humana” se va completando, perfeccionando, y actualizando aquello
que en fases anteriores se encontraba solamente en potencia. Así,
por ejemplo, si en la dimensión espiritual o cultural en cierta
etapa la necesidad común está dada por la alfabetización, en otra
fase más avanzada puede tratarse del acceso a cierto grado de
educación y conocimiento de las artes, las letras y las ciencias.
Así, en cada una de las dimensiones, la “naturaleza humana” va
realizando sus virtualidades, de modo que aparecen progresivamente
nuevas necesidades que se convierten en patrimonio común para todos.
En este sentido, podemos decir que la humanidad va “conquistando”
nuevos espacios de necesidades en los que la “naturaleza humana”
esencial se va enriqueciendo, ampliando, perfeccionando.
El
plano de las necesidades, aspiraciones y deseos individuales, en que
cada sujeto tiene legítimo derecho y oportunidad de buscar
satisfacción de manera libre e independiente, resulta determinado
también por la “naturaleza humana” en el proceso de despliegue
de sus cuatro dimensiones esenciales. Cualquiera sea el nivel de
realización alcanzado socialmente, o mejor dicho, dado un
determinado nivel de realización común a todos, los individuos, las
familias, las organizaciones, las colectividades de cualquier tamaño,
continúan expandiendo siempre su naturaleza esencial, haciendo
surgir sus propias y nuevas necesidades y demandas, que se
manifiestan como sus proyectos, sus vocaciones, sus aspiraciones, sus
deseos de realización y perfeccionamiento. Avanzando así en el
despliegue individual de las necesidades en sus cuatro dimensiones,
los individuos (especialmente los más dinámicos y creativos) van
abriendo el camino a realizaciones que luego, con el tiempo,
progresivamente, podrán estar disponibles para todos e implicar un
avance general de la “naturaleza humana” esencial.
Se
explican también las grandes diferencias que se observan entre los
individuos, derivadas del modo en que enfrentan y satisfacen sus
necesidades
Las
grandes diferencias que se observan entre un individuo y otro en
cuanto a su desarrollo en las dimensiones corporal, espiritual,
individual y social, encuentran también su explicación a partir de
la concepción de la “naturaleza humana” esencial, entendida como
un proceso en curso de realización y cumplimiento en base al
surgimiento y evolución de las necesidades humanas que manifiestan
los individuos y los grupos.
Hay
atletas de notable desarrollo y flexibilidad física, como también
hay sabios de gran profundidad espiritual; hay sujetos sumamente
individualistas que ponen su ego por encima del mundo, como hay otros
generosos que entregan su vida por causas sociales. Todos ellos son
personas que expresan la misma “naturaleza humana” esencial, y
todos ellos han experimentado algún grado de desarrollo en las
cuatro dimensiones de la experiencia humana. La diferencia notable
entre ellos, está precisamente en que han desplegado de maneras muy
distinta estas cuatro dimensiones, haciendo presente en sus vidas las
diferentes necesidades con diversa intensidad y satisfaciéndolas de
maneras sumamente diferentes.
Al
nacer, todos ellos eran pura potencialidad en las cuatro dimensiones,
como un punto no desplegado; si bien probablemente esas
potencialidades estaban ya diferenciadas en cuanto a la fuerza con
que pudieran desplegarlas. Me refiero a una cierta predisposición,
en la cual pudieran influir condicionantes genéticos de los
individuos que los hicieran más o menos aptos para desarrollar con
mayor o menor facilidad esas diferentes experiencias y necesidades.
Por otra parte, el entorno socio-cultural en que hayan nacido,
también les facilitará o dificultará su desarrollo en unas y otras
dimensiones. Este entorno a contexto socio-cultural, de algún modo
constituyente de la que hemos denominado una “segunda naturaleza”,
establece algo así como un “piso” o base al que aceleradamente
llegarán los individuos mediante su inserción en la sociedad,
partiendo de la familia, la escuela, el vecindario, la nación, etc.
De
este modo se predisponen los individuos, dotados de una misma
“naturaleza humana” esencial, para desplegarla de formas y en
niveles muy diferenciados. Se predisponen, genética y socialmente;
pero el proceso de desarrollo en las cuatro dimensiones comienza con
la interacción y el relacionamiento concreto. En los inicios y hasta
cierto nivel, el proceso de desarrollo estará fuertemente inducido
desde fuera, o sea, desde las personas y contextos que irán
proveyendo diferentes respuestas y satisfactores ante las necesidades
que en cada una de esas dimensiones se irán inevitablemente
presentando.
Pero
llega un momento en que cada sujeto estará en condiciones de ir
tomando el control de su proceso de desarrollo a través del consumo.
Y entonces se acentuará la diferenciación, en cuanto los individuos
y los grupos irán avanzando por estas diferentes dimensiones con
distinto ritmo y diferentes énfasis, como resultado de las opciones
que irán efectuando en cuanto a las necesidades que privilegiarán
satisfacer con los recursos y en los tiempos disponibles por cada
uno, y según los bienes, servicios y satisfactores que irán
escogiendo.
De
este modo, una persona puede ir enfatizando fuertemente la dimensión
de su corporalidad, y convertirse en un gran deportista o en alguien
que potencia su físico y sus diversas dimensiones corporales,
mientras que otras personas pueden mantener cierta atrofia en esas
dimensiones e ir desarrollando más fuertemente las dimensiones
culturales, del conocimiento, de la espiritualidad. Una persona puede
estar muy enfatizada en la perspectiva de lo individual, en la
afirmación de sí misma, de su identidad, de su yo, de su seguridad
y de sus propios intereses. Y otro puede estar muy orientado a hacia
los demás, volcado a compartir, a participar, a estar y actuar junto
con otros.
Naturalmente
que todos vamos, de alguna manera desde que nacemos, avanzando en
estas distintas dimensiones. Pero nos vamos determinando con una
cierta personalidad, con una cierta estructura personal de
necesidades, en función de cuánto avanzamos en cada una de estas
direcciones. Hay personas con fuertes necesidades de individuación y
grandes exigencias corporales, y otras con marcadas necesidades de
sociabilidad y acentuadas demandas culturales. Las combinaciones
posibles son infinitas, configurando múltiples estructuras de
personalidad y de necesidades, que van resultando de cuánto y de
cómo cada uno haya ido desarrollando las experiencias.
Cuando
un sujeto -individual o colectivo- enfatiza una cierta dirección en
su desarrollo, puede ocurrirle que descuide otras dimensiones.
Entonces, cabe preguntarse: ¿cuál es la mejor estructura de
personalidad? Probablemente se responda que la mejor estructura es la
de alguien que las haya desarrolla todas en forma equilibrada, esto
es, cuya personalidad evidencie una perfecta armonía y equilibrio
entre todas las dimensiones de la experiencia humana. Pero ésta
pudiera ser una respuesta incompleta, o incluso engañosa.
En
efecto, puede ocurrir que una persona que desarrolla en forma
equilibrada todas las necesidades no destaque ni aporte especialmente
en ninguna de las dimensiones de la experiencia humana. A la inversa,
por ejemplo, la selección de fútbol de un país requiere personas
que dediquen ocho horas al día al desarrollo de la musculatura y de
sus habilidades físicas, y tantas horas más a pensar en esa
actividad, mientras que un líder político o un maestro espiritual
tendrá que haber puesto énfasis en otra dimensiones, aunque quizá
haya tenido que experimentar cierta atrofia en su dimensión
corporal.
Lo
que quiero decir es que hay aquí un mundo de opciones libres,
legítimas. No hay un modelo. Claro, hay un modelo de perfección
ideal, que pudiera expresarse con la siguiente afirmación: “Perfecto
es el que lo integra todo, llegando en todo a la excelencia”. Pero
se sabe que algunos grandes hombres son medios tullidos, por ejemplo.
Y se discutiría también que un maestro espiritual tenga una muy
fuerte orientación hacia sus intereses particulares.
Habrá
que diferenciar la perfecta realización de la “naturaleza humana”
esencial que podemos construir como sociedad, de aquello que cada
individuo y grupo humano particular pueda desarrollar. A nivel
individual, podemos pensar que en cualquiera de las cuatro
dimensiones que enfaticemos, o que desarrollemos con más energía,
estaremos acercándonos, por lo menos en esa dimensión, a algún
nivel de perfección.
Por
eso, lo que quiero aquí relevar y poner de manifiesto es la
legitimidad de las opciones individuales y la validez del desarrollo
de personas y de sujetos que no sean necesariamente equilibrados, en
el sentido de que desarrollen en forma simétrica las diferentes
dimensiones. En todo caso, cada uno de nosotros, en cualquiera de
ellas, todavía podemos avanzar mucho.
Completamos
este análisis de las dimensiones de la experiencia humana en las que
se presentan las necesidades, agregando cuatro importantísimas
observaciones
a)
Complementariedades, articulaciones, sinergias.
Un
primer complemento del análisis, necesario para alcanzar una
adecuada comprensión de la “naturaleza humana” y de sus
necesidades esenciales, nos lleva a precisar que las cuatro
dimensiones de la experiencia que hemos identificado y representado
en dos ejes que se cruzan al centro, desde el cual se despliegan en
direcciones polarmente dispuestas, están en realidad estrechamente
articuladas, interactúan entre ellas, se pueden recíprocamente
bloquear o, al contrario, potenciar sinérgicamente unas con otras.
Hemos puesto el ejemplo de una bailarina que en la expresión de su
oficio o de su arte, requiere poner en juego, simultáneamente, un
alto nivel de perfección de su flexibilidad, de su capacidad de
desplazamiento y dominio del cuerpo, de su sistema nervioso,
respiratorio, muscular y de toda su corporalidad; y simultáneamente
y en ese mismo dominio del cuerpo expresa la fuerza de su espíritu,
la búsqueda de la belleza y trascendencia que están contenidas en
su arte. Este ejemplo nos permite tener una visión más integrada, y
comprender que estas dimensiones de la experiencia que representamos
en la figura como “polares” no son opuestas sino complementarias,
si bien en ocasiones un acentuado énfasis en una de ellas pudiera
implicar el descuido o la inhibición del desarrollo de otras
dimensiones.
En
otro ejemplo iluminador, podemos observar que una entrega generosa a
los demás (desarrollo de la sociabilidad) pero que descuide la
propia identidad, la seguridad personal, la propia coherencia, el
perfeccionamiento de sí como individuo, puede dificultar la misma
realización de la sociabilidad; y a la inversa, la individualidad y
la generosa sociabilidad se pueden potenciar recíprocamente, cuando
un individuo fuertemente volcado a perfeccionarse a sí mismo, por
ejemplo a estudiar, a calificarse, a desplegar las propias
dimensiones intelectuales, artísticas, científicas, está motivado
por el propósito de poder poner todo aquello a disposición de los
demás.
O
sea, por un lado hay sinergias entre las diferentes dimensiones y
necesidades humanas, en cuanto cada una de ellas manda estímulos
hacia las otras, las motiva e impulsa a desarrollarse. Uno no puede
estar solamente trabajando en una dirección; por ejemplo, si uno se
cansa, si está haciendo demasiado ejercicio físico, necesita
descansar; alguien si está demasiado volcado a los demás, en
determinado momento necesita una meditación o una lectura o escuchar
música o necesita atender y pensar en sí mismo. Hay unas dinámicas
que hacen que el proceso de crecimiento vaya conectando estas
distintas dimensiones y el sujeto se va desarrollando en cierto modo
como en espiral. Pero sin que esto signifique que adquiera una forma
redonda, sino que va generando cada uno su personalidad.
b)
En las etapas de la vida hay énfasis en distintas dimensiones.
Otro
concepto importante de considerar es que a lo largo de la vida, desde
que el individuo o un sujeto social nace y avanza en su crecimiento,
tendrá momentos o etapas en las cuales hará énfasis en unas u
otras dimensiones de la experiencia. Así en el individuo el primer
despliegue es de su cuerpo: tiene que crecer, tiene que existir,
tiene que desarrollar sus órganos. Luego tiene que formar su yo
antes de volcarse hacia los demás; después desplegará su énfasis
en lo social o en lo espiritual. Podríamos incluso decir que la edad
infantil está muy centrada en el propio cuerpo, la adolescencia en
el yo, la juventud en la sociabilidad, y en la adultez y tercera edad
propenden muchas personas a instalarse más en el conocimiento, la
creatividad, la trascendencia, el espíritu. Hay estos énfasis en el
desenvolvimiento de la vida, que por cierto, no son absolutos; son
solamente tendencias, predisposiciones que suelen verificarse en
muchas personas.
Esto que es válido para el individuo, es
válido también para las organizaciones y para las naciones. Por
ejemplo, en una pequeña organización (pensemos en una cooperativa)
el trabajo en una primera etapa probablemente esté centrado en
adquirir una corporeidad, una infraestructura física, en darse una
base de sustentación material indispensable para poder, a partir de
allí, generar una identidad mayor, una participación en red y
vinculación con otros y pensar en proyectos más trascendentes. Las
naciones también siguen etapas, siguen procesos; una nación primero
enfatiza el desarrollo de su infraestructura, el desarrollo de sus
bases materiales, hacer menos precaria su existencia, y también va
experimentando etapas: una vez que logra ciertos niveles pone énfasis
en otras dimensiones que van complementando su realidad compleja.
Y
si es así, podemos suponer que algo similar ocurre también en el
sucederse de las civilizaciones, lo cual constituye un concepto
interesante de reflexionar en el contexto de esta búsqueda relativa
a la creación de una nueva superior civilización.
c)
En el despliegue de nuestras dimensiones y necesidades somos atraídos
por quienes han alcanzado excelencia, los cuales cumplen un papel
fundamental en el desarrollo humano, como individuos y como especie.
Una
tercera observación importante se refiere al hecho de que, si bien
todos tenemos la potencialidad de alcanzar la excelencia en alguna
dimensión como efecto de la propia aplicación y energía, hay que
tener en cuenta la acción de los otros, de las circunstancias, de
las oportunidades y el contexto, que predisponen en ciertas
direcciones y que facilitan u obstaculizan el desarrollo. En este
sentido, es habitualmente decisiva la relación que pueda
establecerse con otras personas, no sólo en las fases infantiles
sino también una vez alcanzado un desarrollo maduro.
Un
niño que nace en un ambiente de deportistas, donde solo se hable del
desarrollo físico, de meter goles, es probable que esté fuertemente
atraído a poner énfasis en esa dimensión. Un hijo que nace en un
ambiente de lectores de libros, cuyos padres hablan de poesía y
novelas y reflexionan sobre lecturas, desarrolla esas necesidades
culturales.
En
particular, cabe destacar las relaciones con otras personas
autónomas, que hayan alcanzado un nivel superior al propio en
determinada dirección. Por ejemplo, un gran músico, un gran
científico, etc. crecen en el contacto, convivencia e interacción
con otro gran músico, científico, etc. Los individuos somos
atraídos e impulsados por aquellos que han llegado más arriba o más
adelante que nosotros mismos, y esto sucede en cualquier momento de
la vida. De aquí la importancia de aprender siempre, y de
aproximarse a los grandes hombres, a los maestros de verdad,
escucharlos incluso con devoción, porque tienen preciosas perlas que
nos regalan gustosos si estamos dispuestos a cogerlas.
Todo
esto es muy importante, porque las necesidades las vivimos como
energías individuales, pero también las compartimos. Las
compartimos y nos retroalimentamos y nos alimentamos mutuamente en el
proceso de desarrollarlas. Por eso es esencial la experiencia
colectiva, la convivencia, la participación en grupos, redes y
organizaciones. Las necesidades las satisfacemos cada uno desplegando
sus propias energías y proyectos de realización; pero también las
desplegamos en el compartir, en el convivir y en el asociarnos con
otros para enfrentar necesidades que nos son comunes. Si uno quiere
desarrollar las necesidades espirituales o las necesidades de
conocimientos tiene que encontrar personas que quieran lo mismo,
porque así van a poder alimentarse en esa búsqueda, en ese trabajo,
en esa construcción de los satisfactores de esas necesidades; si uno
quiere desplegar su espíritu musical o deportivo, tiene que
vincularse a personas que compartan esas dimensiones. Y si nos
articulamos en una organización, en una experiencia humana donde se
encuentren personas de distintas cualidades, de distantes
personalidades, nos enriquecemos también cada uno y a los demás
mutuamente, con lo que cada uno haya desplegado más.
Este
es otro concepto sumamente importante para superar, en este caso,
tanto el individualismo como el colectivismo. Por un lado estamos
afirmando las personalidades, la validez de las opciones personales,
de los perfiles donde cada uno va desplegando o construyéndose en
función de sus propias opciones, y estamos también afirmando y
validando la completitud que se adquiere a través de la
participación y la vinculación en colectivos. Es en este sentido y
perspectiva que damos un valor especial a la economía de
solidaridad.
d)
En el desarrollo y satisfacción de las necesidades se transita desde
la dependencia hasta la autonomía.
El
cuarto elemento que queremos destacar para concluir este análisis,
es el proceso que -en la satisfacción de las necesidades- conduce al
sujeto desde la dependencia hacia la autonomía. Mientras una
necesidad está menos desarrollada, más dependerá en su
satisfacción de lo externo. Un niño necesita que lo alimenten, que
le enseñen, por sí mismo no desarrolla su espiritualidad. Mientras
más cerca del punto de origen, más depende de los demás. Podemos
expresarlo de otra manera: mientras más la necesidad se expresa como
carencia, como vacío (porque todavía es pura potencialidad, todavía
no se ha actualizado), más su satisfacción depende de otros
sujetos. Cuando va expandiéndose una dimensión, cualquiera de
ellas, o sea mientras más amplia sea la satisfacción de la
necesidad, más su satisfacción depende de sí mismo, del despliegue
de la propia energía, y menos se requieren elementos exteriores que
vengan a apagar la necesidad.
Esto
nos permite comprender algo muy importante en relación con el
desarrollo, porque solamente una vez alcanzado cierto nivel es cuando
se hace posible la autonomía. Si uno no ha leído nunca un libro
necesita que le enseñen a leer, todo le viene desde fuera, la
motivación para leer, el aprendizaje mismo, el incentivo. Pero
cuando uno lee y se convierte en un lector, ya nadie tiene que
decirle que lea, pues por sí mismo busca libros, necesita leer. Y no
solo necesita leer sino que empieza a escribir y se lee así mismo, y
ya no espera de otro el cuento, la narración o la elaboración de
pensamiento, sino que los crea, inventa las propias historias y las
escribe para otros. Son la pobreza, la inseguridad, la carencia de
capacidades, la pobreza de relaciones, la ausencia de convicciones,
las que hacen necesaria la “riqueza” entendida como abundancia de
cosas. De tal manera que en el desarrollo humano, cuando se alcanza
cierto grado nos hacemos más autosuficientes, nos hacemos menos
necesitados de bienes y servicios exteriores. Si alguien tiene un
buen desarrollo personal, amplio, una riqueza de personalidad, es muy
probable que necesite menos artículos, pocos productos: no necesita
pasarse en el supermercado o en las tiendas o comprando cosas, porque
se desarrolla por sí mismo. Le bastan menos bienes y servicios, no
porque haya apagado sus necesidades (en un sentido budista), sino
porque se desarrolla a sí mismo, despliega su personalidad y pone
énfasis en aquellas dimensiones en las cuales es capaz de
autogenerar esos proyectos y esos satisfactores de las necesidades.
Igualmente, quien ha realizado un gran despliegue de la dimensión
espiritual, o un científico que ha avanzado más que todos lo demás,
ya no tiene tanto que seguir leyendo a los otros, porque son cosas
que él ya sabe: solo le queda seguir el mismo produciendo
conocimientos nuevos.
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Razeto M.
*
Publicado en la REVISTA POLIS, Nº 23, Santiago, 2009.