En
la civilización moderna nos hemos habituado a concebir la distinción
entre la teoría y la práctica, el conocimiento y la acción, como
si fueran recíprocamente exteriores, procesos independientes. El
conocimiento ocurre al interior del sujeto, la acción está fuera de
él. Es la distinción entre la subjetividad y la objetividad, siendo
lo objetivo lo verdaderamente real y existente, y lo subjetivo un
mero reflejo, una apariencia, una realidad puramente ideal, incapaz
de incidir en la realidad exterior verdadera, sino en la medida y en
cuanto se realicen actividades prácticas que, si bien han de estar
motivadas subjetivamente y orientadas por el conocimiento, son
ejecutadas externamente, en la realidad objetiva exterior.
Esta
distinción entre ideal y real, siendo lo ideal interior e inefectivo
y lo real lo objetivo y actuante, ha sido resultado de
transformaciones en la estructura del conocimiento que ocurrieron en
los orígenes de la civilización moderna, y cuyo 'paradigma' teórico
fue formulado por Descartes, que distinguió netamente la res
extensa y la res cogitans. Descartes todavía hablaba de
res, cosa, de realidad, para referirse incluso a lo pensante,
pero con ello identificaba solamente al sujeto individual donde
residían el conocimiento y las ideas, no al conocimiento mismo, a
las ideas, entendidas como ajenas a la realidad, incluso ajenas al
sujeto mismo que las concebía y pensaba, en ningún caso
constitutivas de éste.
En
la filosofía medieval las 'formas' o 'esencias' intelectivas eran
entendidas como inherentes a las cosas mismas, y lo que hacía el
cognoscente era apropiarse de las cosas al captar e inteligir sus
esencias, sus formas. Se establecía así un nexo intrínseco entre
lo objetivo y lo subjetivo. Cuando la filosofía moderna eliminó de
la comprensión de las cosas sus esencias y sus 'formas', reduciendo
la realidad a lo material-empírico, lo que concebían los sujetos
cognoscentes no eran nada que estuviera en la cosa, sino puras ideas,
construcciones mentales, que en sí mismas no contenían ni eran
parte de la realidad. Se consuma así la separación neta y radical
entre el sujeto y el objeto, la teoría y la práctica, el
conocimiento y la realidad empírica.
La
acción será, desde entonces, algo completamente distinto y separado
del conocimiento, la teoría y la práctica no tienen ya conexión
intrínseca, debiendo el nexo entre ellas ser construido
técnicamente, como aplicación del conocimiento a la realidad, y
adquiriendo cierta connotación ética, en cuanto se valora cuando la
acción del sujeto es consecuente y coherente con sus ideas. La
conexión entre teoría y práctica es entendida, a nivel individual
como un resultado ético, y a nivel de la acción colectiva como un
resultado técnico y político.
Para
crear una nueva civilización es necesario superar esa dicotomía, e
integrar el conocimiento, la proyectación y la acción
transformadora, de modos completamente nuevos y originales.
Ante
todo, es preciso comprender que el sujeto es una realidad eminente:
no solamente real sino más real que lo entendido como objeto
empírico. La conciencia, el espíritu, es más que la materia
inerte, y actúa en forma más poderosa de cuanto puede actuar esta
última. El conocimiento es acción creadora de realidades nuevas, de
realidades verdaderas; es iniciador, gestor e impulsor de
realizaciones prácticas, de procesos históricos, de
transformaciones tanto materiales como espirituales (si queremos aún
mantener la distinción).
De
esta primera consideración se abre una manera completamente nueva de
concebir el nexo entre el conocimiento y la acción, entre la teoría
y la práctica, entre lo ideal y lo real. Por de pronto, se hace
posible comprender que el conocimiento está en la acción, y
viceversa, la acción está ya en el conocimiento. Que la teoría es
parte de la práctica, y que la práctica es un componente interno a
la teoría. Que lo ideal, las ideas, son constituyentes de la
realidad, y que la realidad no es externa sino interna a las ideas.
Que no existe lo objetivo y lo subjetivo separados, sino que todo lo
objetivo es también subjetivo, y todo lo subjetivo es verdaderamente
objetivo.
Que
es la inteligencia la que da forma a la realidad al concebirla, y es
la realidad la que da forma a la inteligencia cuando ésta la conoce.
Y que ambas cosas son dos aspectos de una sola realidad en permanente
evolución.