1.
Antepongo a la reflexión sobre el tema una premisa: que la cuestión
principal que enfrenta hoy la humanidad es qué hacer respecto a
nuestras relaciones con la naturaleza; cómo relacionarnos con el
mundo natural, del cual somos parte y que es el medio ambiente en que
vivimos, que necesitamos y que nos condiciona. Cuestiones que remiten
a otra más profunda, que atraviesa toda la historia humana: ¿qué
hacer con nuestra propia naturaleza humana?
Porque
ésta, la naturaleza humana, no es estática, acabada, sino que está
en desarrollo, abierta a nuevas formas y configuraciones en base a
nuestras propias decisiones y libertad. Entonces cabe preguntarnos:
¿Permaneceremos limitados en el marco de nuestras actuales
condiciones biológicas y mentales? ¿O mutaremos biológicamente
mediante la intervención genética y la bio-ingeniería, que la
ciencia comienza a hacer posible y que de hecho ya está realizando
con la fecundación in vitro, el cultivo de células madre, la
clonación, etc.? ¿Avanzaremos por el camino de la conexión
cerebro-máquina que las tecnologías cibernéticas, la realidad
aumentada, la inteligencia artificial, etc. están abriendo y ya
realizando? ¿Evolucionaremos hacia una vida moral y espiritual
superior, mediante el desarrollo de la conciencia?
El
movimiento feminista y sus reivindicaciones y demandas se enmarcan en
esa compleja y profunda problemática, y pienso que sólo en ese
marco puede ser cabalmente comprendido. En tal sentido, mi tesis es
que el feminismo constituye un fenómeno histórico ‘trascendental’,
en cuanto tiene la intención y la pretensión de actuar el más
importante cambio histórico y evolutivo que la humanidad haya nunca
experimentado como especie, afectando sus relaciones con la
naturaleza, la relación entre los sexos, y la propia naturaleza
humana.
Un
cambio histórico, evolutivo, que pienso que apunta hacia la más
plena realización del ser humano, cuya naturaleza esencial no se
constituye plenamente al nivel corporal, biológico, y ni siquiera
mental, sino en un plano o dimensión superior, espiritual, que es
propio de la esencia del hombre, varón y mujer.
Cuando
el feminismo reivindica la igualdad de géneros y la superación de
toda forma de dominación machista, está planteando una rebelión
contra las estructuras económicas, políticas, sociales y culturales
dominantes que han asignado un lugar desmedrado a la mujer; pero aún
más profunda y radicalmente, está significando una rebelión contra
la situación en que la biología y la naturaleza, y no solamente la
economía, la política y la cultura, han puesto a la mujer.
Entonces
es necesario partir examinando qué es lo que establece la biología
respecto de la relación entre varones y mujeres, entre machos y
hembras.
2.
Es obvio que existen dos modos de ser humanos: el modo masculino y el
modo femenino. Modos que, por lo demás, no son exclusivos de nuestra
especie sino de la totalidad del mundo biológico. La vida es una
realidad sexuada.
Pero,
para evitar malentendidos, despejemos lo que debiera ser obvio. Entre
el hombre y la mujer existen más semejanzas que diferencias, tienen
muchísimos más aspectos comunes que distintos, comparten una misma
naturaleza humana que les determina igual dignidad en la dimensión
ontológica, esencial y existencial, con toda la igualdad de derechos
y deberes que de ello deriva. Nada justifica la dominación social de
uno por el otro ni las desigualdades y privilegios que, impuestos por
el poder y la fuerza, reducen la esencial libertad a que está
llamada la persona humana cualquiera sea su sexo.
Volvamos,
entonces, a las diferencias que existen a nivel biológico entre el
varón y la mujer. Si de la simple observación por los sentidos que
nos manifiestan la forma y figura exterior, el tamaño, el tono de la
voz, la textura de la piel y el olor del cuerpo, pasamos a conocer
los datos que nos proporcionan las ciencias biológicas y
psicológicas, nos parecerá que las diferencias entre el hombre y la
mujer atraviesan prácticamente todo lo humano, aunque más no sea a
veces por ciertos matices y aspectos sutiles. Fácilmente llegaremos
a la conclusión de que somos en todo iguales, siendo sin embargo en
cada cosa distintos. Tenemos un cuerpo con los mismos órganos y
funciones, que sin embargo son todos ellos diferentes; tenemos
igualmente afectividad, pero distinta; inteligencia, pero
diferenciada; creatividad, pero diversa; amamos, pero no de igual
manera; sentimos, pero no lo mismo; tenemos igualmente un
inconsciente, pero que no procede del mismo modo; en todas las
actividades que realizamos podemos descubrir las huellas de nuestras
diferencias.
En
la raíz de todo ello está el hecho de que tenemos un sexo
diferente. Es en la específica dimensión genital donde la
diferencia es no sólo del modo en que el órgano actúa sino de los
órganos mismos y sus funciones. Ahora bien, las diferencias que
empiezan en la glándula genital del hombre y de la mujer, y que
continúan en la morfología de cada sexo, y que generan todas las
diferencias en los caracteres primarios y secundarios que en la
especie humana separan al macho de la hembra ¿hasta donde se
extienden? La psicología ha intentado precisar las diferencias que a
la afectividad imprime el sexo; es decir, el distinto modo de sentir
y de reaccionar en los momentos pasionales de la mujer y del hombre.
El "metabolismo orgánico" de tipo varonil o del femenino
son diferentes, de lo que depende, entre otras cosas, que haya
diferente proporción de iones de calcio en el organismo. De estos
hechos biológicos deriva cierta mayor o menor irritabilidad del
sistema muscular, la mayor o menor actividad vaso-motora y la mayor o
menor excitabilidad del sistema nervioso. No es, pues, una posición
cultural sino un hecho basado en realidades biológicas, el
considerar que en cada género la influencia de la sexualidad traza
un amplio círculo, y que dentro de ese círculo se agitan gran parte
de las actividades del hombre o de la mujer, muy sujetas a la
influencia sexual.
Sin
embargo hay que tener en cuenta dos cosas. La primera es la
existencia de evolución y cambio en el modo característico de ser
de cada género y en su mutuo relacionamiento que, sea en el
conflicto como en la atracción y unión, tan enfáticamente ponen en
evidencia las diferencias de género. La segunda es la necesidad de
poner un extremo cuidado cuando, mediante un análisis empírico se
quiera pasar de la observación general de las diferencias existentes
entre el hombre y la mujer, como hemos hecho hasta aquí, a una
identificación específica de los rasgos peculiares que harían la
diferencia. En efecto, es corriente atribuir al hombre rasgos como la
fuerza y la lucha con el ambiente externo, el uso dispendioso de
energía, la ambición del poder, la inteligencia analítica, etc., y
a la mujer sus opuestos: la debilidad y el recogimiento en el
ambiente hogareño, el ahorro de energía, el deseo de ser admirada,
la inteligencia intuitiva, etc. Nos parece que, aunque algunos de
tales rasgos puedan corresponder con alguna predominancia al hombre o
a la mujer, se desliza en dichas formulaciones el error de proponer
una suerte de modelo ideal de uno y otra, tal que la mayor o menor
aproximación a esos rasgos definiría el grado de masculinidad o
feminidad de cada mujer y de cada hombre concreto. Pero no hay que
confundir la mujer con el modelo ideal que subjetivamente podamos
tener de ella, ni al hombre real con su modelo ideal respectivo.
Tales modelos no son sino construcciones mentales que, partiendo de
las diferencias reales, han sido proyectadas y extrapoladas en el
discurso.
Pero
nada de esto niega que la hembra, en la especie humana igual que en
la mayoría de las especies de mamíferos, es en general más
pequeña, tiene menor fuerza física, corre más lentamente, tiene
una piel más delicada que el macho. En la sexualidad, igual que en
la mayoría de las especies de mamíferos, el macho es el dominante,
el que monta, el que se impone, el que penetra el cuerpo de la
hembra. Esa es la realidad y el lenguaje bastante brutal de la
biología.
Es
por esto que cabe preguntarse ¿de donde proviene, dónde se origina,
esa intención y pretensión de superar la condición que la biología
establece en la relación entre los sexos?
3.
Sucede que hay un misterio en el ser humano. Y es que, siendo el
resultado de la evolución natural de la vida, no estamos adaptados a
la naturaleza que nos generó, y mucho menos aún nos conformados con
lo que sería natural para nosotros si fuéramos seres puramente
biológicos. Un hecho sintomático es que los humanos no amamos la
naturaleza. No la amamos porque nos limita, nos condiciona, nos
dificulta e impide ser lo que queremos ser. Anhelamos desde lo más
profundo de nuestro ser, trascender el orden natural. Todo
pensamiento, deseo y actividad del hombre y de la mujer, y toda la
historia humana – la economía, la política, la cultura, el
deporte, el juego, el arte, la literatura, las religiones, la
filosofía, las ciencias – testimonian ese permanente anhelo, ese
buscar superar y trascender el orden natural, lo cual se manifiesta
en la creación de un mundo distinto, de una especie de ‘segunda
naturaleza’, cultural, moral, política, que se levanta por encima
de la naturaleza física y biológica.
Así,
en el cumplimiento y satisfacción de sus necesidades y funciones
propiamente biológicas que comparte con las otras especies animales,
el humano busca darles un sentido, encontrarles un más allá. Por
ejemplo, en la nutrición desarrolla la gastronomía, que es un arte;
en la reproducción sexual despliega el romanticismo y el amor; en la
lucha por la sobrevivencia se autoimpone la ética. Ante la
inexorable muerte asumimos que solamente ‘nos vamos’, y que “nos
reencontraremos” o nos “re-encarnaremos” o “resucitaremos”.
Para
amar la naturaleza y armonizar con ella la idealizamos. La naturaleza
como bella, no como cruel. El universo como creación perfecta. El
perro como el mejor amigo; el caballo como fiel. Pero sabemos que no
es tan así. Nuestro amor a los animales es sólo después de
haberlos domesticado, sometido. El caballo debe ser domado, el perro
debe ser domesticado, convertido en mascota o en medio de protección.
Los “humanizamos” para quererlos y convivir con ellos, por lo
cual incluso les atribuímos cualidades morales individuales.
Los
humanos no somos seres puramente biológicos y naturales. Todo lo que
somos y lo que hacemos nos lleva a pensar que el individuo humano
posee un espíritu. Lo menos que podemos afirmar es que tenemos una
dimensión espiritual que nos define. El ‘estado de naturaleza’
es el mundo de la necesidad, de lo determinado por las leyes físicas
y los instintos biológicos. El ser humano, por esa dimensión
espiritual que hay en él, se rebela frente a ese estado de necesidad
que lo limita y restringe. Por eso lucha, inventa, crea y construye,
aspirando a superar el ‘estado de necesidad’ en que lo pone la
biología, para acceder a una ‘condición de libertad’.
Esa
condición de libertad que busca para sí, consiste en plantearse
fines por sí mismo, no determinados, no mecánicos, no puramente
orgánicos, y actuar consciente e inteligentemente para alcanzarlos.
El ser humano es, por ello, un rebelde radical y un creador
empedernido.
Al
rebelarse contra la desigualdad en que la biología ha puesto a la
mujer, al luchar contra la posición dominante del macho en las
relaciones de género, y al buscar superar el vínculo biológico
especial con la prole en que la biología establece que la mujer
amamante y que las crías tiendan a mantenerse cerca de la madre, el
feminismo constituye un fenómeno de naturaleza moral y espiritual.
Es una rebelión de la dimensión espiritual del ser humano, en este
caso de la mujer, contra lo que demarca la biología respecto a las
relaciones entre los sexos.
El
feminismo es, en este sentido antropológico y existencial, un
aspecto sustantivo y un momento esencial del proceso por el cual la
conciencia, la razón y el espíritu, como dimensiones superiores
propias de la naturaleza humana, se esfuerzan por imponer ética,
conciencia, sentido, espíritu, en sus propias e inherentes
dimensiones material y biológica de su existencia.
Así
entendido, el feminismo se conecta con otros movimientos que tienen
el mismo sentido, como son la lucha y el esfuerzo por superar la ‘ley
de la selva’ y el predominio del más fuerte en la economía y en
la política; y el movimiento por la ecología y el medio ambiente
para restaurar los equilibrios rotos causados por un modo dominante e
irrespetuoso de explotar los recursos y energías que nos proporciona
la naturaleza; y se une también con las búsquedas espirituales
orientadas a trascender el materialismo y a alcanzar la plenitud
humana en la creación del bien, la belleza y la verdad.
4.
Ahora bien, eso que hemos llamamos ‘rebelión’ o lucha por
superar el estado de necesidad para acceder a la condición de
libertad, no debiera entenderse como un estar ‘contra’ la
naturaleza. No será tampoco un estado permanente de negación y
conflicto. La lucha, el conflicto, la rebeldía, implican
desasosiego, inquietud, rabia, y generan un estado psicológico y
mental de exaltación, entusiasmo, pasión, enardecimiento,
efervescencia, frenesí, que no pueden ser permanentes y que no
constituyen la verdadera felicidad. Como toda ‘rebelión’, se
trata de un momento, de una fase de liberación, de una etapa en un
camino de avance y conquista de la autonomía. Se aspira y se busca
establecer nuevos equilibrios; se avanza al encuentro de un nuevo y
superior modo de relacionamiento humano con la naturaleza.
Cabe,
entonces, preguntarse: ¿cuál será ese modo nuevo, mejor, superior,
de relación con la naturaleza-ambiente y con la propia naturaleza
humana, hacia el que camina y avanza la humanidad mediante el
feminismo, la ecología y las búsquedas espirituales?
Parecen
darse, al interior de cada uno de estos movimientos, dos
orientaciones o tendencias, en cierta medida (pero sólo en cierta
medida) contrapuestas. Para comprenderlas, puede servirnos observar
las tendencias en que la humanidad ha buscado plenitud mediante las
espiritualidades, puesto que - según nuestra interpretación – lo
que hay en el fondo del feminismo (y también de la economía
solidaria y de la ecología), es la búsqueda de liberación del
estado de naturaleza por obra del espíritu humano.
En
las búsquedas espirituales podemos distinguir, en efecto, dos
grandes direcciones. Unas, como es el caso de las espiritualidades
budistas y taoístas, buscan resolver el desajuste, el sufrimiento y
la agonía que produce en el hombre la condición de ser espíritu
atrapado en la naturaleza, a través de la inmersión del espíritu
en la naturaleza. Ello implica apagar las necesidades, deseos e
intereses, desactivar en la meditación los sentidos, la mente y la
razón, para alcanzar un estado de indiferencia, de no-deseo, de
nirvana. Otras espiritualidades, como son las cristianas y otras
teístas, buscan por el contrario, apagar el cuerpo y sus demandas,
controlar los instintos, someter la naturaleza a la moral, lo natural
a lo sobrenatural, para lo cual plantean pasar por el ascetismo,
someter los instintos y las inclinaciones espontáneas, buscar la
unión con Dios mediante la oración, y dar curso al conocimiento, al
arte, a la solidaridad y a la lucha por la justicia y la libertad.
Que
son esas dos las tendencias en que se mueve la humanidad, queda
ilustrado también cuando hoy, frente a la crisis ecológica, a los
problemas ambientales y al peligro de extinción por su actuar
destructivo de la naturaleza, se despliegan iniciativas que van en
dos direcciones contrapuestas: unos buscan armonizar con la
naturaleza mediante la inmersión en ella (ejemplos de ello la
permacultura, las ecoaldeas, la viva simple, el buen vivir, etc.) La
otra es la salida por arriba, intentando superar y controlar la
naturaleza (ejemplos son la bio-ingeniería, la inteligencia
artificial, la robótica, la conquista del espacio, etc.).
También
en el feminismo parecen darse dos tendencias que, en el fondo,
apuntan en similares dos (parcialmente) opuestas direcciones. Está
el feminismo que destaca el cuerpo de la mujer, que enfatiza la
sexualidad, que afirma el derecho al placer, que reivindica la
legitimidad del aborto. Y está el feminismo que afirma la igualdad
de derechos, la libertad jurídica, la autonomía moral, el derecho a
la educación, a la conducción política, a la igualdad de salarios,
a la dirección de las empresas. Se dirá que ambas tendencias no son
contradictorias y que se presentan juntas en los movimientos
feministas reales, y es cierto. Podemos comprender que los opuestos
no necesariamente se excluyen uno al otro sino que pueden ser
complementarios. No es que una tendencia niegue a la otra, sino de
diferencias que se manifiestan al interior de movimientos que
reconocen pluralidad y diversidad en su interior. Pero se trata de
tendencias diferentes, o al menos, de énfasis, de prioridades, entre
lo que se considera central y lo que se retiene periférico. Y la
integración de ellas debe ser elaborada conceptualmente, lo que
supone acceder a un punto de vista comprensivo, más amplio, más
profundo, superior.
Esto
que afirmamos sobre la contraposición y la integración de las
tendencias existentes en el feminismo, vale también en referencia a
las anteriormente mencionadas orientaciones tanto del ecologismo como
de la espiritualidad.
Lo
que en todo caso parece claro es que alcanzar la armonía entre lo
natural y lo cultural, entre la naturaleza y el espíritu, implica
buscar y encontrar alguna síntesis entre conservación y
transformación, entre tecnología y moral, entre biología y
conciencia, implicando que el ser humano evolucione corporal y
emocionalmente; moral, intelectual y espiritualmente.
5.
Termino con algunas referencias más próximas a los movimientos
feministas actuales. Las hago desde la convicción de que podemos y
debemos superar cultural, moral y espiritualmente la biología y la
naturaleza, pero sin negarla y respetándola en sus equilibrios.
Cuando
el feminismo se orienta hacia la liberación de género, ensalzando
el cuerpo, la libertad sexual y el derecho al placer, nada hay que
objetar; pero se exagera cuando se reivindica el aborto enteramente
libre con el argumento del control de la mujer sobre su cuerpo y todo
lo que ocurre en él. Cuando el feminismo lucha por la igualdad de la
mujer en la economía y en la política, está exigiendo lo justo;
pero al poner todo el énfasis en la ocupación de cargos directivos
en las empresas capitalistas y en las instituciones del Estado,
todavía no se comprende que si no se cambian las estructuras de la
economía y de la política, se está sólo manteniendo e incluso
reforzando las mismas formas de dominación económica capitalista y
política estatista, creadas históricamente por el machismo.
Mientras las mujeres busquen ocupar el puesto de comando en la misma
estructura jerárquica y de dominación creadas por los hombres, no
hay cambio estructural sino continuidad y reproducción de las
estructuras de dominación. Es necesario comprender que hay que
distribuir socialmente el poder, recuperar el control de nuestras
condiciones de vida, y es en esa dirección que la economía
solidaria, liderada en gran medida por mujeres, está cumpliendo un
papel trascendente en la transformación social y en la creación de
una nueva civilización.
La
mujer puede llevar a la humanidad hacia un desarrollo moral y
espiritual superior, en la medida que permanezca siendo mujer, que
libere su femineidad y que despliegue sus modos propios de pensar, de
sentir, de relacionarse, de actuar, de vivir el amor, la libertad y
la espiritualidad. Si, en cambio, la mujer lucha por ocupar y hacer
lo mismo que han hecho históricamente los hombres, o sea, dar vuelta
la misma tortilla, no se ha avanzado nada en el sentido moral y
espiritual. Se permanece en las estructuras machistas.
Sería
similar a lo que explica el fracaso del llamado ‘comunismo real’,
fracaso en cuando movimiento progresivo de la humanidad: cambió la
clase dominante, pero no las estructuras de la dominación.
Parafraseando a Lenin cuando afirmaba que “el izquierdismo es la
enfermedad infantil del comunismo”, podríamos decir que existe
cierta radicalización o ultrismo en el movimiento feminista que es
una enfermedad infantil del feminismo.
La
historia enseña que las revoluciones fracasan cuando en los
movimientos que los impulsan predominan los extremismos. Ello sucede
por dos razones. La primera es que la ruptura de los códigos
culturales y morales, si no está bien fundamentada y no llega a
enraizar en el sentido común, genera muy fuertes reacciones
contrarias. La segunda es que los cambios que se imponen por la
fuerza o la presión, pero que no convencen, tienen vida breve,
porque los humanos somos seres provistos de inteligencia y ansiosos
de libertad, que rechazamos las imposiciones y los cambios no
asumidos consciente y libremente.
Se
llega al feminismo maduro cuando se construye la igualdad y la
libertad de las mujeres al mismo tiempo que la de los varones, y sin
negar sino valorizando y liberando lo propiamente femenino, pero
también lo masculino. Esta igualdad y liberación conllevan
instaurar en la vida personal, familiar, comunitaria y social, nuevas
formas de sentir, de pensar, de relacionarse, de comportarse, de
actuar.
Pues
no puede desconocerse que la oposición o confrontación entre los
géneros es sólo un aspecto de la relación entre el hombre y la
mujer, marcada fuertemente por la atracción y la búsqueda de la
unión. Esta atracción corporal ciertamente no es pura genitalidad,
acción de órganos particulares que descargan su energía biológica,
sino atracción de dos cuerpos y dos mentes, que se expresa en la
competencia del juego, en el movimiento acompasado y rítmico del
baile, en la intensa satisfacción que produce el simple hecho de
estar juntos, abrazados, frente a frente, o caminando, recorriendo
una feria o explorando un paisaje. La sexualidad no es puramente
corporal. Ella consiste también en dos psiquismos diferentes que se
complementan, se necesitan recíprocamente y se buscan, en un proceso
que se prolonga por meses, años e incluso por toda la vida.
Y
al otro o la otra debemos seducirlo, conquistarlo: necesitamos que se
fije en nosotros, que nos descubra, aprecie y ame como lo hemos hecho
antes con él o ella. Somos empujados, por eso, a ser más de lo que
somos. A desplegar nuestro ser, nuestras potencialidades. Necesitamos
crecer, ante nosotros mismos y ante el otro u otra que queremos
seducir y conquistar. El otro, en cuanto diferente, en cierto modo
nos desafía, nos llama a superarnos, a arriesgarnos, a no quedarnos
en la situación en que estamos. La sexualidad resulta ser, pues, una
muy poderosa fuerza de crecimiento y desarrollo personal.
El
hombre y la mujer se atraen...porque son diferentes, porque siendo
diferentes se complementan. Ello implica que lo masculino es
incompleto, como incompleto es también lo femenino. Por esto las
mujeres podrán conducir la humanidad hacia un desarrollo moral y
espiritual superior, en la medida que permanezcan femeninas, con sus
modos propios de pensar, de sentir, de relacionarse, de actuar, de
vivir el amor, la libertad y la espiritualidad. Modos femeninos
elaborados por ellas mismas, que no son los que les han sido
impuestos a las mujeres en las culturas predominantemente
masculinizadas.
Esto
es condición necesaria, pero no suficiente, pues ello tendrá que
expresarse en nuevas y mejores economía, política, cultura, artes,
ciencias, espiritualidades, desarrolladas en conjunto por mujeres y
hombres creativos, autónomos y solidarios, todo lo cual requiere
aprendizajes, elaboraciones e iniciativas múltiples, realizadas
desde un punto de vista superior, inclusivo, comprehensivo.
Se
realizará de ese modo un verdadero cambio civilizatorio, la
transición hacia una civilización nueva, mejor, superior a cuantas
han existido anteriormente, en cuya creación y desarrollo el
feminismo expresará en plenitud sus potencialidades y cumplirá sus
más altas expectativas.
Luis
Razeto
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