EL PROFETA, EL SABIO, EL SACERDOTE, EL REY Y EL APÓSTOL COMO METÁFORAS DE LOS CREADORES DE LA NUEVA CIVILIZACIÓN

En la Biblia y en otros antiguos textos considerados sagrados, se presentan diversas figuras humanas paradigmáticas, entre las que destacan los profetas, los sabios, los sacerdotes, los reyes y los apóstoles, que cumplen en la sociedad y en el seno del pueblo diferentes funciones y actividades.
Reflexionando sobre la creación de una nueva civilización, hoy necesaria incluso como condición de sobrevivencia de la especie humana, y analizando las actitudes que asumen y las funciones que empiezan a cumplir personas comprometidas vitalmente con este gran proyecto, me ha parecido que aquellas cinco figuras históricas son buenas metáforas de las principales funciones, actividades y actitudes que son indispensables hoy día para la creación de una nueva civilización.
Tal vez no se trata ahora, como en las figuras antiguas, de personalidades particulares que cumplan de modo eminente unas u otras de esas funciones, sino más bien de la necesidad de que muchos seamos, o que tengamos y compartamos en alguna pequeña o mayor medida, las cualidades propias de los profetas, los sabios, los sacerdotes, los reyes y los apóstoles.
En tal sentido podríamos decir que la creación de una nueva civilización requiere la formación y la actividad de muchos profetas, sabios, sacerdotes, reyes y apóstoles asociados, organizados. Y que muchos individualmente despleguemos los rasgos y las actitudes que corresponden a los del profeta, del sabio, del sacerdote, del rey y del apóstol.

El profeta.

El profeta era un crítico implacable de los comportamientos y de las relaciones en que caían las multitudes y el pueblo cuando se conformaban a las exigencias de la economía, la política y la cultura predominantes, y era al mismo tiempo un visionario que anunciaba los gravísimos males que habrían de recaer sobre todos, si no se enmendaba el rumbo.
El profeta denuncia y critica, pero no al modo en que lo hacen actualmente muchos periodistas, políticos de oposición, militantes anti-sistémicos y muchísimas personas, que critican a los gobernantes y políticos, a los empresarios y comerciantes, a los medios de comunicación y a las instituciones, esperando absurda o ingenuamente que sean protagonistas del cambio aquellos mismos que sostienen las estructuras dominantes.
Al contrario, los profetas no halagan al pueblo exponiendo sus quejas y demandas ante los poderosos, sino que se dirigen al pueblo y a toda la gente para exponerles con claridad y firmeza que son ellos mismos los que a fin de cuentas sustentan las estructuras que los oprimen, al comportarse de los modos que lo demandan los gobernantes, los empresarios, comerciantes y banqueros, los periodistas, 'animadores' y artistas de la TV, en síntesis los 'poderosos' de la política, la economía y la cultura. 
Los verdaderos profetas explican a todo el que pueda oírlos, que son los consumistas quienes sostienen al capitalismo, los endeudados quienes enriquecen al sistema financiero, los electores quienes sostienen el sistema político, los que no denuncian la corrupción quienes permiten a los corruptos, los que gozan de la modernidad quienes causan el deterioro ambiental y los daños ecológicos, quienes pasan largas horas frente a la televisión los que fomentan la pérdida de valores y difunden la debilidad moral.
Porque la TV se guía por los ratings, la producción y el comercio por la demanda, la banca sobre la petición de créditos, el capitalismo sobre la avidez y la competencia de todos, la corrupción sobre los que la permiten, etc.. Los gobernantes, los empresarios y banqueros, los comunicadores de masas, etc. continuarán actuando como lo hacen, aunque sean cambiados por otros con distintas orientaciones ideológicas, mientras los ciudadanos continúen viviendo y actuando de las mismas maneras que hoy predominan, y que son las que sostienen a las estructuras y dinámicas políticas, económicas, sociales y culturales dominantes.
Por eso no es fácil tener comportamientos de profeta. Porque los profetas no halagan ni son halagados, y por ello a menudo son marginados y excluidos por quienes no quieren escuchar las verdades ni cambiar esos modos de vivir que sostienen al 'sistema'. Pero se necesita con urgencia que se desarrolle cierto 'espíritu de profecía', pues de ello depende en gran medida el futuro de la humanidad, o mejor dicho, que la humanidad tenga futuro.

El sabio.

El sabio era el hombre o la mujer de conocimiento, que habiendo reflexionado y meditado en profundidad los problemas que aquejaban a la sociedad, tenían un diagnóstico preciso de la realidad y conocían las soluciones posibles. Su empeño era entonces exponer con claridad y sencillez los procesos y actividades que eran necesarias para acceder a un estado de vida superior.
El sabio es un guía intelectual y un educador, que abre el entendimiento de las personas y enseña el camino y los comportamientos apropiados. No es un líder carismático que entusiasma a las multitudes, sino alguien que las hace reflexionar. Tampoco es un intelectual erudito que emplea lenguajes especializados que sólo pueden descifrar los especialistas. El sabio es persona de grandes síntesis, pero no se queda en generalidades sino que sabe entrar en lo específico de las situaciones y problemas que se viven cotidianamente, y puede proponer los proyectos e iniciativas que hay que implementar en el momento presente.
A diferencia de los profetas, los sabio suelen ser apreciados por la mayoría de las personas; pero ellos no se dejan engañar por halagos, y tienen clara conciencia de que el hecho que muchos manifiesten estar de acuerdo con lo que ellos dicen, no significa que lo interioricen realmente ni que actúen en consecuencia. El sabio suele ser una persona que rehuye a la multitud, que ama el silencio y no teme a la soledad.
No es fácil alcanzar algo de sabiduría, pues ella no se entrega fácilmente sino que exige una dedicación intensa en la búsqueda del conocimiento de la realidad, y en la proyectación de los modos en que sea posible transformarla y perfeccionarla. Pero se necesita con urgencia que adquiramos una mayor sabiduría en nuestro pensar y en nuestro actuar, pues de ello depende en gran medida el futuro de la humanidad, o mejor dicho, que la humanidad tenga futuro.

El sacerdote.

El sacerdote era el hombre o la mujer formadora de comunidades. Él convocaba e invitaba a la gente, la acogía y la reunía, formando con ellas una comunidad o agrupación de personas activas, comprometidas con la obra común.
El sacerdote no emplea la invectiva de los profetas cuando se dirige a las personas reales, pues no quiere atemorizar sino animar y entusiasmar. Él es quien lleva al pueblo la enseñanza de los sabios, pero traduciéndola a las condiciones y circunstancias particulares, y buscando con persistencia que la enseñanza de los sabios se vivan concretamente en la experiencia cotidiana de las personas y en la actividad de la comunidad local.
El sacerdote anima, facilita, motiva a las personas, una a una, conociéndolas por su nombre y en sus circunstancias. El tiene la vivencia permanente de la comunidad que ha ayudado a formar y respecto de la cual siente la responsabilidad de mantenerla unida y fuerte en los valores esenciales. Por eso está atento a los problemas y conflictos que pueden afectarla, y a las oportunidades y potencialidades latentes que pueden ser desplegadas. Es un servidor de la comunidad en la que está inserto, y al mismo tiempo un estudioso de las enseñanzas de los profetas y de los sabios.
No es fácil ejercer este tipo de sacerdocio, pues requiere una gran generosidad y espíritu de servicio. Hombres y mujeres de este tipo se necesitan con urgencia, y es indispensable que desarrollemos algo de sus cualidades, pues de ello depende en gran medida el futuro de la humanidad, o mejor dicho, que la humanidad tenga futuro.

El rey.

El rey era el que ejercía el liderazgo, el conductor del pueblo, que gobernaba con apego a principios sabios y a leyes justas. El rey no era un administrador del poder y de las instituciones establecidas, sino un líder que presidía un proceso de transformación social y política, una transición que terminaba con las realidades denunciadas por los profetas y construían una realidad nueva conforme a los principios y orientaciones indicadas por los sabios.
En el proceso de transformación de lo viejo que muere a lo nuevo que nace, que más que el cambio de unas estructuras por otras es el cambio de un modo de vida decadente por otro emergente y superior, el rey debe mantener el equilibrio entre el coraje necesario para cambiar efectivamente las cosas, y la prudencia indispensable para que el tránsito no se interrumpa y revierta por la oposición de aquellos que resultan inevitablemente afectados en sus intereses.
No es fácil llegar a tener las cualidades de aquellos antiguos reyes, pues implica superar el egoísmo, las ambiciones de poder y los intereses clasistas y corporativos, y también desprenderse de las certezas ideológicas y doctrinarias, para tener en mente sólo el bien de la sociedad en su conjunto. Pero se necesitan con urgencia hombres y mujeres líderes, o mejor, que muchos desarrollemos esas cualidades del liderazgo, no para gobernar a otros sino para auto-gobernarnos, pues de ello depende en gran medida el futuro de la humanidad, o mejor dicho, que la humanidad tenga futuro.

El apóstol.

El apóstol era el hombre o la mujer que asumía el proyecto del cambio – la transformación de lo existente y la creación de lo nuevo – como una “causa” a cuya difusión por el mundo dedicaban sus vidas. Iban de un lugar a otro, de pueblo en pueblo, de grupo en grupo, anunciando el mensaje, la doctrina, el conocimiento revelado, la experiencia de lo nuevo, con verdadera pasión, esto es, con fe en la verdad y la bondad del proyecto, con la esperanza cierta de que era posible y que estaba ya siendo creado, y con la solidaridad y el amor que hacía que la causa o proyecto que promovían fuera sentido por los oyentes como propio, como liberador, como anuncio de próxima felicidad.
Para llegar a ser un apóstol, era necesario que ese hombre o mujer hubiese estado en contacto con el profeta y aceptado la conversión predicada por éste; que hubiera aprendido del sabio los conocimientos necesarios que tenía que difundir; que tuviera también los rasgos del sacerdote, esto es, la capacidad de crear y ser parte de comunidades, y que también tuviera la capacidad de liderazgo sobre aquellos a quienes, junto con anunciarles el mensaje, convocaba a realizar y vivir.
Ciertamente, un proyecto o causa tan grandioso como el de crear una nueva civilización, necesita hombres y mujeres de este tipo, apóstoles convencidos y apasionados que lo difundan, lo promuevan y lo organicen por todas partes, pues de ello depende en gran medida el futuro de la humanidad, o mejor dicho, que la humanidad tenga futuro.


Luis Razeto M.

Sobre el tema recomendamos el libro ¿CÓMO INICIAR LA CREACIÓN DE UNA NUEVA CIVILIZACIÓN?, de Luis Razeto. Se puede obtener AQUÍ