Este
escrito expresa los resultados provisorios de una búsqueda
inconclusa sobre cuestiones que considero fundamentales, y que Arnold
Toynbee sostenía que están al centro y en la base de las
civilizaciones. Pienso que las respuestas que se han dado a ellas en
las civilizaciones pasadas no son ya posibles de aceptar en una nueva
civilización, cuando el hombre moderno ha pasado por la experiencia
de las ciencias y la crítica de la razón, y se pone en la
perspectiva de una 'sociedad del conocimiento'. De ahí la necesidad
y la urgencia de repensarlas y encontrarles respuestas nuevas,
convincentes o al menos justificables entre personas y sociedades con
creencias, religiones, culturas, ideologías diferentes; y que a su
vez incluyan e integren las diferentes dimensiones del ser humano y
sus diversas fuentes de conocimiento.
La
civilización occidental moderna fue fundada en la afirmación del
poder de la razón y en las capacidades propias de las ciencias
positivas, que aplican el análisis racional a los distintos campos
de la experiencia humana. Para surgir y asentar esta civilización,
sus creadores efectuaron una crítica implacable de las religiones,
que habían sido el soporte intelectual y moral de la civilización
medieval que se encontraba entonces en crisis y decadencia. Sucede
ahora, en la actual fase declinante y de crisis orgánica de la
civilización moderna, que es la razón la que se encuentra sometida
a fuerte crítica y desprestigio, al atribuírsele la responsabilidad
de muchos males que se hacen evidentes en el marco de la civilización
moderna. En efecto, se responsabiliza a la razón de las injusticias
económicas de un capitalismo que fue postulado como la economía
racionalmente fundada, y también de las opresiones, fanatismos
ideológicos y guerras derivadas de los estatismos que postulan que
el Estado es la expresión racional del orden social.
Puede
observarse que esta crítica y desprestigio que se hace hoy de la
razón es, en cierto modo, análoga a la que en su tiempo se hizo de
las religiones en cuanto fundamento del orden moral y social. En
efecto, se criticaba el supuesto fundamento intelectual y moral del
medioevo poniendo en evidencia los males que se observaban en
aquellas sociedades que sostenían instituciones injustas y bárbaras
diciendo fundarse en verdades religiosas. En aquél contexto se veía
al Poder asociado a la religión y por eso se criticaba a ésta, y en
el contexto actual se observa al Poder asociado a la razón y se
critica a ésta.
Pero
el hecho que en un caso los poderosos se apropiaran de la razón y la
subordinaran a sus intereses, y en el otro fuese la religión la que
subordinaron e instrumentalizaron, no nos permite sacar conclusiones
válidas sobre los verdaderos alcances, el sentido y las
potencialidades de la razón y de la religión consideradas en sí
mismas. Pues tanto la razón como las religiones han acompañado la
historia humana desde sus comienzos, y muestran méritos propios,
potencialidades y limitaciones que son independientes de las formas y
de las aplicaciones a que han dado lugar en el medioevo y en la
modernidad.
Hoy,
cuando la civilización moderna, y los resabios de civilizaciones
medievales que aún permanecen, se encuentran en una crisis y
decadencia tales que amenazan incluso el avance civilizatorio general
de la humanidad, se hace indispensable volver a considerar tanto a la
razón como a las religiones, para descubrir lo que puedan significar
y aportar en el tránsito hacia una nueva y superior civilización y
en la construcción de ella. Pues toda civilización requiere
construir sus propios soportes intelectuales y morales; y esto,
obviamente, en ningún caso puede partir de cero, sino implicar un
avance sobre lo ya realizado, experimentado y creado por la humanidad
en su larga historia y en su arduo y complejo proceso civilizatorio.
En
este trabajo nos preguntamos si hay algo importante que rescatar
tanto de la razón como de las religiones, y nos esforzamos por
identificarlo con el mayor rigor y precisión de que seamos capaces.
I.
Las potencialidades y los límites del conocimiento racional.
La
razón (el intelecto racional humano) tiene pretensiones de
universalidad, en un triple sentido: 1. Que sus conocimientos
trascienden la individualidad del sujeto y pueden proponerse y ser
aceptados como verdaderos por todas las inteligencias o las mentes
racionales; 2. Que puede examinar criticamente y juzgar la verdad de
toda experiencia cognitiva; 3. Que puede acceder, en su propio nivel
de abstracción, al conocimiento de todas las realidades de las que
tengamos alguna experiencia o noción, en la más amplia diversidad
de sus elementos y de sus formas, y en la más íntima unidad de lo
que existe.
Esto
hace que la razón se proponga como el criterio último de
discernimiento y de juicio respecto a la verdad de cualquier
experiencia y conocimiento que podamos tener, en los más variados
campos de la realidad y del saber. Al mismo tiempo, la pretensión de
universalidad que es propia del conocimiento racional, hace que a la
razón le resulten inaceptables las ideas y concepciones
contradictorias, o de las que se afirme que sean verdaderas solamente
para algunas personas y no para otras. (Veremos más adelante que
esto se convertirá en un criterio esencial de discernimiento a la
hora de someter las religiones a la crítica y el análisis
racional).
Pero
la razón humana encuentra sus límites propios: a) en las
experiencias cognitivas sobre las cuales elabora sus juicios; b) en
las 'formas' de conocer que le son propias y que puede emplear; y c)
en los medios de que dispone para contener y expresar los
conocimientos que alcanza.
En
efecto, la razón elabora y genera conocimientos a partir de las
informaciones que le son proporcionadas por otras experiencias
cognitivas, que básicamente son:
a)
las que le llegan desde los sentidos y la percepción, o sea la
experiencia empírica de la realidad material, y
b)
las que recibe por la intuición interior de los fenómenos de la
conciencia, o sea la experiencia fenomenológica de la conciencia
auto-consciente.
De
ambas fuentes, y de cualquier otro tipo de experiencia cognitiva que
pueda tener el sujeto, la razón recoge los 'materiales' que le
sirven de base y fundamento en sus propias elaboraciones
cognoscitivas. Con ellas, mediante sus propios procesos de
abstracción, de análisis y de síntesis, despliega un tercer tipo
de experiencia cognitiva: el conocimiento racional, que es distinto
del conocimiento empírico y del conocimiento fenomenológico, sobre
los que la razón trabaja y a los cuales se mantiene de algún modo
siempre conectada.
El
hecho de operar inevitablemente sobre la base de informaciones y
experiencias que no tienen su origen en la razón misma, sino que le
llegan desde la percepción empírica de los sentidos, o bien desde
la fenomenología interior y subjetiva de la conciencia individual,
implica que la razón no puede alcanzar conocimientos que puedan
considerarse absolutos (no sujetos a ninguna forma de duda o de
condicionamiento de su verdad), ni que versen sobre realidades
absolutas (que se refieran realidades que pudieran ser totalmente
independientes y no relacionadas al mundo empírico y
fenomenológico).
Además,
los alcances del conocimiento racional - del conocimiento elaborado
por la razón - están delimitados no solamente por las experiencias
cognitivas de las que se nutre, sino también por los medios o
elementos cognitivos mediante los cuales el conocimieno racional
puede expresarse. Estos son, básicamente, de cuatro tipos que
distinguimos analíticamente, pero que en el proceder concreto de la
razón cognoscente se combinan y articulan en elaboraciones
complejas:
a)
Conceptos, en base a los cuales se formulan ideas, afirmaciones y
razonamientos, y con ellos discursos, análisis y síntesis,
hipótesis y teorías, disciplinas científicas y sistemas
filosóficos.
b)
Números, en base a los cuales se formulan operaciones aritméticas y
cálculos algebraicos, ecuaciones, algoritmos y sistemas matemáticos.
c)
Figuras geométricas, en base a las cuales se construyen gráficos,
teoremas, topografías y sistemas geométricos.
d)
Símbolos, en base a los cuales se elaboran metáforas, alegorías,
representaciones simbólicas, poesías y obras de arte.
Operando
conjunta y simultáneamente con los conceptos, números, figuras y
símbolos, y mediante sus complejas construcciones conceptuales,
geométricas, matemáticas y artísticas, los seres humanos
comprendemos la realidad, la cuantificamos, la representamos, la
significamos y le encontramos sentido. Todo ello en procesos que se
despliegan individual y socialmente, dando lugar a un mundo cultural,
específicamente humano, distinto al mundo material pero relacionado
con éste. Así mismo, guiados por el conocimiento que aplicamos a la
solución de problemas y que guía nuestro accionar, construimos
economía, política, educación, sociedad, historia, civilizaciones.
En
ese mundo cultural en el que vivimos, actuamos, atendemos nuestras
necesidades, nos relacionamos y nos damos normas de convivencia,
siendo resultado de la aplicación del conocimiento en todas sus
formas y expresiones, no disponemos de mejores medios para orientamos
que el mismo complejo de conocimientos empíricos, fenomenológicos y
racionales, que vamos aprendiendo, elaborando, renovando y
expandiendo.
Estamos
empleando el término 'conocimientos' para referirnos a todas esas
experiencias cognitivas, incluidas las elaboraciones que resultan del
operar de la razón sobre la base de las experiencias empíricas y
fenomenológicas; pero ello no significa que se trate necesariamente
de conocimientos verdaderos y ciertos. Se trata más bien de
'creencias' que aceptamos con mayor o menor convicción, más o menos
justificadas racionalmente, y más o menos aproximadas a las
realidades sobre las que versan.
Debemos
asumir y reconocer, en tal sentido, que el complejo mundo de
conocimientos que experimentamos y en el cual vivimos, con todas las
elaboraciones culturales y las construcciones económicas, políticas
y sociales que llegamos a formar, es un mundo humano incierto,
impreciso, a menudo ambiguo, siempre abierto a nuevos descubrimientos
y aproximaciones a un conocimiento más amplio, profundo y certero.
Pero
la razón humana trata de superar la incertidumbre y la ambiguedad, y
ha desarrollado sus propias exigencias de coherencia y consistencia,
y métodos y normas bastante rigurosas de justificación y validación
del conocimiento. Aplicadas éstas diferenciadamente a las
informaciones provenientes de la experiencia empírica y de la
experiencia fenomenológica, se da lugar a dos formas perfeccionadas
de conocimiento racional: el conocimiento científico (elaboración
racional del conocimiento empírico), y el conocimiento filosófico
(elaboración racional del conocimiento fenomenológico). 1
De
este modo el intelecto racional despliega capacidades cognitivas de
valor incalculable. No obstante, atendiendo a los 'instrumentos' que
tiene el conocimiento racional para expresarse y comunicarse, debemos
concluir que no tiene las capacidades que serían necesarias para
referirse con precisión y rigor a supuestas realidades trascendentes
al mundo empírico y fenomenológico, que no puedan ser contenidas en
conceptos, números, figuras geométricas y símbolos.
De
este modo, la incertidumbre es un estado mental que parece
inevitable, al tiempo que constituye una condición que torna
particularmente difícil la existencia humana. La incertidumbre
resulta especialmente problemática, y se torna incluso insoportable
en ocasiones, cuando se trata de las cuestiones más profundas y
existenciales del ser, del sentido de la vida, del por qué del
sufrimiento, de la muerte, etc.
Sobre
tales cuestiones existenciales la razón encuentra en la experiencia
fenomenológica de la conciencia autoconsciente elementos que le
sirven para elaborar respuestas razonables, argumentadas,
filosóficas; pero las bases cognitivas sobre las que trabaja la
razón no son suficientes para asegurarle que sus conclusiones sean
verdaderas y de validez universal, por la simple razón de que la
conciencia autoconsciente es inevitablemente subjetiva, y los
contenidos cognitivos de la experiencia fenomenológica no son
contrastables de la manera en que lo son las experiencias empíricas.
De este modo, los interrogantes existenciales parecieran exigir de la
razón ir más allá de su alcance natural, o requerir otras fuentes
de información, más allá de las que proporcionan las experiencias
empíricas y fenomenológicas con las que trabaja normalmente. 2
II.
Las creencias religiosas ante el juicio de la razón.
Es
aquí, frente a tales cuestiones 'radicales', que se hacen presente
las religiones, proporcionando respuestas que la razón no se muestra
capaz de encontrar por sí sola. En efecto, las religiones proveen a
los individuos y a las sociedades, creencias que dan lugar a aquellas
certezas que nuestra psicología parece necesitar, respecto a las
preguntas fundamentales sobre la existencia de Dios, sobre la vida
después de la muerte, sobre el sentido y el valor del sufrimiento,
etc.
Pero
ante tales creencias y supuestas certezas la razón que todo lo
interroga y juzga no permanece impasible, sino que se inquieta y se
pregunta: ¿Son las religiones y sus creencias un recurso desesperado
de los hombres, que individual y/o socialmente inventamos respuestas
a problemas cuya carencia de conocimientos ciertos nos resultan
insoportables,? ¿O podemos aceptar que sean las respuestas
verdaderas que nos provee un Dios que todo lo sabe?
Para
responder a ello el intelecto racional no tiene otro modo de proceder
que someter a examen la experiencia religiosa. Así, observa y
analiza cómo en la historia de la humanidad se han presentado y se
han sucedido diversas religiones, surgiendo en distintas épocas y en
diferentes lugares del mundo. Muchas de ellas mantienen plena
vigencia cultural y social, en cuanto tienen muchos fieles que
participan vitalmente en sus creencias, en sus normas, en sus
estructuras y en sus rituales. La razón se interroga: ¿podemos
creer en las religiones? ¿En todas ellas, o en alguna de ellas en
particular? La razón se inquieta especialmente ante el hecho que
adherir a una u otra religión no parece tener sino motivos
culturales, ideológicos, social e históricamente determinados. Esto
no puede dejar de inquietarla, pues está en la naturaleza de la
razón no aceptar como verdadero nada que no responda con éxito a la
exigencia de universalidad que exige a todo conocimiento que somete a
juicio. Por ello, es fundamental preguntarse sobre aquello que las
religiones tengan en común, que sea reconocible como universal, y
también sobre lo que explique sus diferencias.
Sometidas
a análisis histórico las religiones muestran tener varios elementos
en común, siendo los principales los siguientes:
-
El ser fundadas por un hombre de muy elevada condición moral, que
vivió de modo ejemplar y con plena coherencia con lo que enseña,
que sostiene tener enseñanzas fundamentales que dar a la humanidad,
sea por haber recibido una revelación divina, sea por haber
alcanzado una iluminación que le ha permitido acceder a una
sabiduría especial.
-
La afirmación de que esa sabiduría o mensaje divino se encuentra
expresado o recogido en libros, considerados sagrados, escritos por
el propio fundador o por discípulos igualmente inspirados.
-
El dar continuidad al mensaje recibido por el fundador, a través de
algunos discípulos directos, que tienden a precisar las enseñanzas
del fundador y se encargan de su difusión.
-
El generar un amplio cuerpo de creencias y de normas o consejos
morales que suscitan la fé y la adhesión incondicional de sus
fieles.
-
El generar en su desarrollo histórico, testimonios de vida
espiritual, intelectual y moral notables por su consistencia y
santidad.
-
El dar lugar, al difundirse socialmente, a procesos civilizatorios
que marcan las grandes direcciones seguidas por la humanidad en su
evolución.
Como
consecuencia del estudio y análisis histórico de las religiones la
razón puede asumir una actitud de respeto profundo por ellas y por
los efectos que la experiencia religiosa genera en los individuos y
en las sociedades; pero no puede extraer ninguna conclusión sobre la
verdad de sus contenidos cognitivos. Se le hace necesario a la razón,
entrar al análisis de las creencias y normas o consejos de vida que
proponen las religiones, examinándolas en su propio y específico
mérito.
Entrando
al estudio y análisis de los contenidos cognitivos de las
religiones, lo primero que aparece es la necesidad de distinguir
entre dos tipos de religiones, que proponemos distinguir como
'religiones de creencias' y 'religiones de saberes'. Las primeras son
aquellas que sostienen originarse en una revelación divina que
enseña un conjunto de verdades que deben ser aceptadas por fé.
Entre ellas destacan el zoroastrismo, el hinduísmo, el judaísmo, el
cristianismo, el islamismo y el bahaísmo. Las que llamamos
'religiones de saberes' - entre las cuales podemos considerar el
budismo, el confucianismo y (si se quiere) el esoterismo -, se
presentan como filosofías o concepciones morales que afirman
'caminos de sabiduría' conducentes a la vida virtuosa personal y a
un orden social justo, mediante la aplicación de ciertas doctrinas
metafísicas, principios morales universales, y prácticas o
ejercicios rituales y espirituales.
Entre
las muchas y variadas afirmaciones que proponen las religiones 'de
creencias' (que son las que al intelecto racional interesa considerar
por sus contenidos cognitivos propuestos como 'verdades de fé), hay
una primera que está en la base de todas las otras, y que está
presente en el origen de todas las demás creencias religiosas, las
que sólo por aquella afirmación primera pueden ser justificadas. Es
la idea de que Dios existe y quiere dar a conocer a los hombres un
conjunto de 'verdades esenciales', que la pura inteligencia humana no
sería capaz de fundamentar de modo racional o científico, pero que
serían fundamentales para la vida humana buena y virtuosa.
¿Cuáles
serían esas creencias o 'verdades esenciales' que estas religiones
comparten y enseñan? Básicamente éstas:
-
La afirmación de que Dios existe, y que es un Ser personal que está cercano a nosotros, que nos ama entrañablemente, y que está dispuesto a escuchar nuestras oraciones.
-
La afirmación de que el ser humano no es puramente material sino un ser de naturaleza esencialmente espiritual.
-
La afirmación de que la vida humana no termina con la muerte del cuerpo, sino que se proyecta más allá, hacia alguna forma de existencia eterna, distinta y superior.
-
La afirmación de que el destino de los hombres en esta tierra y en el más allá, está ligado a su vida práctica, en correspondencia con cierta ética especial en que sobresalen el amor a Dios y a los semejantes, la fraternidad universal, el vivir virtuoso y conforme a valores superiores.
-
La afirmación de que podemos ser mejores de lo que somos, o que nuestra naturaleza puede tener un desarrollo y evolución personal que implica un camino de creciente perfección.
-
La afirmación de que ese camino es el de las virtudes, la oración, el desprendimiento y el amor al prójimo.
Todas
estas creencias son, sin duda alguna, mensajes esperanzadores, que
tal vez todos quisiéramos creer, porque son todas 'buenas noticias'.
Pero el hecho de que trascienden nuestra experiencia cotidiana y el
alcance de nuestra percepción y de nuestra razón, hace que no
podamos alcanzar por nosotros mismos la certeza de que sean
verdaderas, que no las podamos probar de modo rotundo y tal de
llevarnos a creer en esas afirmaciones con la fuerza de convicción
que sería necesaria para guiarnos por ellas en nuestra vida, en
nuestras acciones, en nuestros pensamientos, en nuestras emociones y
en nuestros comportamientos personales y colectivos.
Por
eso, frente a estas afirmaciones, o sea frente a las religiones o
respecto a alguna de ellas, podemos creer o no creer que sean
verdaderas. La gran mayoría de los creyentes religiosos han creído
y creen en esas afirmaciones de manera ciega, haciendo respecto a
ellas los que suelen llamarse 'actos de fé'. Pero la razón no se
conforma tan fácilmente, asumiendo que los seres humanos estamos
dotados de una propia y natural capacidad de intelección y
conocimiento de la realidad. Y también de una conciencia que nos
permite guiarnos éticamente en nuestro actuar y vivir. Estamos
provistos de una capacidad cognitiva
poderosa, de la posibilidad de tener experiencias y conocimientos
válidos, y de una razón capaz de juzgar la veracidad de lo que
experimentamos y pensamos y creemos, incluidas las experiencias
y creencias religiosas. Construimos filosofías y elaboramos
ciencias, nos damos normas de comportamiento y leyes de conducta
individual y social, empleando nuestras propias capacidades
intelectuales y morales. Los humanos tenemos facultades cognitivas y
creativas, capaces de llevarnos a la verdad, a la belleza, a la
bondad y a la unidad.
Con
tales facultades somos capaces de preguntarnos, y de indagar en torno
a las preguntas cuyas respuestas nos ofrecen las religiones: si
existe Dios, si el hombre tiene una dimensión espiritual y un
destino que trasciende a la muerte, por cuáles normas y formas de
conducta debemos guiarnos para avanzar en nuestra perfección
personal y social, etc. Sin embargo, siendo el objeto propio del
intelecto y de la razón humana la realidad empírica y
fenomenológica, y procediendo a conocer mediante el empleo de
conceptos, números, figuras y símbolos, la razón ha de asumir y
declarar que no está capacitada para dar respuestas ciertas a
preguntas esenciales referidas a supuestas realidades que trasciendan
las experiencias empíricas y fenomenológicas, y que no puedan ser
cabalmente representadas mediante las formas conceptuales, numéricas,
geométricas y simbólicas. Así queda fuera de su alcance darnos
certezas sobre cuestiones fundamentales como las de Dios, del
espíritu, de la vida después de la muerte, etc. No las puede
afirmar pero tampoco las puede negar.
III.
'Conocimiento silencioso', creencias religiosas y juicio racional.
Pero
no termina aquí la indagación racional, pues el análisis que el
intelecto hace de las religiones no se limita a los contenidos de las
creencias que ellas proponen. En efecto, el estudio de las religiones
nos hace conocer la existencia de un tipo de experiencia cognitiva
muy especial, diferentes a la experiencia empírica y a la
experiencia fenomenológica sobre las que la razón trabaja
habitualmente. En efecto, en el contexto del estudio de las
religiones, sea de creencias como de sabiduría, sabemos y
verificamos racionalmente que ha habido y hay personas que sostienen
haber tenido experiencias cognitivas llamadas místicas o
espirituales, y que serían de naturaleza diferente a las
experiencias empíricas, fenomenológicas y racionales. Tales
experiencias místicas y espirituales, si bien suelen presentarse en
contextos religiosos, se muestran como independientes de las
creencias religiosas que pueden o no profesar quienes las
experimentan. Los místicos sostienen, en particular, que a tales
experiencias se puede acceder mediante la ejercitación de las
propias facultades espirituales del individuo, tales como la
meditación, la purificación mental, el desprendimiento de todo
apego a lo material, la superación consciente del yo mental
individual, etc. Otros místicos afrman que tales experiencias, si
bien preparadas por estos procesos de purificación y por ejercicios
ascéticos, finalmente ocurren al modo de una iluminación interior
que se recibe como un don del que no se es merecedor.
Es
interesante e importante el hecho que los místicos afirmen que esas
experiencias espirituales conducen a un conocimiento que trasciende
nuestras capacidades cognitivas habituales, incluida la razón. J.
Amando Robles, connotado investigador de las experencias místicas se
refiere a ellas como 'conocimiento silencioso', en razón de que lo
que se conoce en ellas no puede ser adecuadamente expresado con
palabras, números, figuras ni símbolos, de modo que sus contenidos
cognitivos no podrían ser comunicados racionalmente sino de manera
muy imperfecta.
Afirman
también numerosos místicos que tales experiencias espirituales
instalan al sujeto en un campo de sabiduría tal que para él se
convierten en certezas las mismas supuestas 'verdades esenciales' que
enuncian las religiones de creencias, o sea, que hay un Dios que nos
ama, que somos seres esencialmente espirituales que trascendemos la
materia y la muerte, que podemos alcanzar perfecciones crecientes,
que el amor es el camino a seguir y la meta a alcanzar, que nos
corresponde vivir conforme a elevadas virtudes y valores, etc. La
diferencia respecto a las creencias religiosas, es que los místicos
accederían a esas convicciones no como simples creencias recibidas
desde otros, sino como consecuencia del conocimiento experiencial
directo que les proporciona certeza, y con ella -aseguran los mismos
místicos- felicidad suprema.
El
considerar las experiencias espirituales y el 'conocimiento
silencioso' como un tipo de experiencia cognitiva al alcance natural
de los seres humanos lleva al intelecto racional a un nuevo y
paradójico cuestionamiento de las religiones. En efecto, la razón
puede legítimamente preguntarse: ¿si tenemos capacidades y
experiencias cognitivas que pueden llevarnos a las afirmaciones que
las religiones 'revelan', y si existe ese camino abierto y disponible
de la mística y la espiritualidad, al que los seres humanos podemos
acceder y que nos permite alcanzar las mismas verdades que trasmiten
las religiones, ¿por qué éstas? ¿Por qué habría Dios generado
religiones, interviniendo en la historia humana para enseñarnos
verdades que, sin embargo, podemos alcanzar mediante nuestro
intelecto y conciencia, que serían capaces de acceder a las
experiencias espirituales del conocimiento silencioso? Pues el acceso
posible mediante experiencias cognitivas directas pondría en
cuestión la creencia base que dijimos que está en el origen de las
religiones, a saber, la idea de que Dios quiere dar a conocer a los
hombres un conjunto de verdades esenciales que el conocimiento humano
no sería capaz de alcanzar por sí mismo, pero que serían
esenciales para la vida humana buena y virtuosa.
Ante
tal observación se podría responder racionalmente en favor de las
religiones argumentando en tres direcciones:
Un
primer argumento sería que Dios revela lo que podemos alcanzar por
nosotros mismos, porque no todas las personas pueden seguir el camino
de la búsqueda espiritual. Entonces, como quiere que todos podamos
acceder a esas verdades, las pone al alcance de todos mediante las
religiones. Dios las facilita y regala a todos, por distintos medios,
sin necesidad de que seamos sabios, ascetas y místicos.
Este
primer argumento lo enfatizan las religiones que tienden a negarse a
someter sus creencias al juicio racional, y resulta poco convincente
en cuanto implicaría una suerte de discriminación por parte de un
Dios que procede de modo arbitrario, especialmente si va acompañado
de la afirmación
que la fe es un don que Dios otorga al que quiere y no a todos sin
distinción. Además, al facilitar las respuestas a las cuestiones
existenciales, ¿no estaría Dios inhibiendo la búsqueda del
conocimiento espiritual y místico? Pues encontrando respuestas en
fáciles creencias religiosas, las acuciantes cuestiones
existenciales se amortiguan y se apagan. (Y con ello, se estaría
también reemplazando la felicidad suprema que proporcionarían las
experiencias místicas, por la simple consolación que proveen las
creencias religiosas).
Una
segunda razón podría ser que, a diferencia de las experiencias
místicas y espirituales, el proceso moral y de conocimiento que
proponen las religiones no es sólo individual sino comunitario,
colectivo u social. En efecto, las religiones crean en torno a esas
afirmaciones, vínculos comunitarios, comunidades de fieles que se
unen fraternalmente, y que se constituyen como difusores de esas
verdades y de esas normas de conducta.
Este
argumento es aún más débil que el anterior, en cuanto la comunidad
humana se constituye naturalmente y es perfeccionada a través de los
procesos culturales y morales resultantes de la creatividad, el
conocimiento y la solidaridad de las personas, y por la acción de
las instituciones económicas, políticas y educacionales creadas por
ellas. No resulta suficientemente justificada por este argumento, la
creación y existencia de comunidades específicamente religiosas,
distintas y separadas de la comunidad humana común, y supuestamente
provistas de conocimientos y poderes especiales.
Una
tercera razón sería que las religiones tendrían, debido a la
presencia continua en ellas del espíritu de Dios que las revela y
por la presencia misteriosa de quien las funda, una fuerza especial,
adicional a la simplemente humana y natural capacidad de conocimiento
y de perfeccionamiento moral, que facilita el perfeccionamiento
individual y la fraternidad universal.
Esta
afirmación también forma parte de las creencias religiosas, pero
podría considerarse desmentida por la práctica de innumerables
creyentes y por la historia misma de las religiones, que han sido
protagonistas de dominaciones, guerras, injusticias y pequeñeces que
no hablan a favor de sus supuestas potencias perfeccionadoras de los
individuos ni de sus energías unificadoras de la especie humana.
Además, no sería coherente si cada religión la entendiese como
aquella única que indica el camino a la salvación y al
perfeccionamiento, constituyéndose de este modo en una forma de
dominación de las conciencias y en fuente de sectarismos y
conflictos con las otras religiones.
Además
de todo lo anterior, hay un aspecto de las religiones que la razón
humana no está dispuesta a aceptar, y es el hecho que ellas afirman
numerosas creencias que entran en contradicción unas con otras. Esto
plantea la necesidad de discernir entre las religiones, y en ellas
entre sus diversas creencias. Si las distintas religiones se
contradicen en varias creencias que sostienen, habría que concluir
que sólo una de ellas pudiera ser verdadera. Y si las creencias que
sostienen no son coherentes entre sí y presentan contradicciones,
sería imprescindible examinar cada creencia en su propio mérito,
para ver cuáles puedan ser sus fundamentos y justificación
racional. El problema es que, como ya observamos, las creencias
religiosas no son demostrables científica ni racionalmente, por lo
que tampoco puede la razón indicarnos cual de ellas ofrezca las
creencias verdaderas.
Enfrentados
al hecho que las religiones presentan creencias contradictorias, y
careciendo de criterios racionales para discernir entre ellas, lo
razonable es no aceptar o suspender la creencia respecto a todas
aquellas afirmaciones en que las religiones difieren o proporcionan
respuestas diferentes. De este modo, las únicas creencias religiosas
que la razón permitiría aceptar serían aquellas en que todas
concuerdan y afirman con igual convicción y certeza. Son las
'creencias esenciales' que ya mencionamos, y que son también las
mismas que sostienen quienes dicen haber tenido experiencias místicas
y espirituales, de modo independiente y aún desde fuera de las
religiones.
Pero
surge inevitablemente una pregunta: ¿por qué tales creencias
supuestamente reveladas, se encuentran en las religiones combinadas
con creencias contradictorias? ¿No es este hecho algo que debiera
llevarnos a negarlas todas, incluso aquellas en que concuerdan y
sostienen al unísino?
Para
no llegar a tal conclusión habría que tener alguna explicación
razonable de la diversidad de las creencias religiosas, que sea
posible de sostener sin que resulten impactadas las 'creencias
esenciales' que todas comparten, y fundamentalmente la primera: que
Dios las ha revelado. Podemos proponer alguna posible y plausible
respuesta.
Los
antiguos filósofos decían que 'lo que se recibe se recibe al modo
del receptor'. Esto significa, si lo aplicamos a las supuestas
revelaciones de Dios, que todo aquello en que las religiones difieren
y va más allá de las 'creencias esenciales', es producto de la
mente de los receptores de esas revelaciones, sean ellos profetas
fundadores de religiones, sean sus discípulos y seguidores, sean las
tradiciones culturales gestadas al interior de las organizaciones
e instituciones generadas en el tiempo.
Pienso
que para los creyentes religiosos es muy importante estar conscientes
de las limitaciones que tienen inevitablemente las religiones, todas
ellas. Ellas han sido causa de grandes desarrollos humanos, de
procesos civilizatorios gigantescos y de desarrollos personales
notabilísimos. Pero también han sido causa de grandes conflictos y
calamidades. Lo mejor que podemos decir de ellas, es que tendrían de
divino y de humano, incluso al nivel de las creencias que proponen.
Pues las revelaciones se realizan a través de individuos
particulares, y la comprensión y el desarrollo de sus creencias y de
sus prácticas queda en manos de los discipulos y de los fieles.
El
creyente tendría que aceptar que, si es verdad que Dios se revela,
lo haría necesariamente en un lenguaje que tiene todas las
limitaciones del lenguaje humano, y lo haría en la historia y en los
contextos culturales que limitan y condicionan sus mensajes o
enseñanzas. El mensaje quedaría siempre expresado en un lenguaje
que es el propio de la cultura en que aparece y se presenta.
Podríamos decir, en este sentido, que todo texto sagrado, si bien
puede atribuirse a Dios por quienes creen en él, deberá
necesariamente reconocerse la co-autoría del escribiente y de la
cultura en que se expresa. (En realidad, todo libro es siempre obra
de co-autores, aunque una sola persona haya sido el que empleó la
pluma y aparezca solamente un nombre como autor del escrito.) Toda
discrepancia, toda contradicción o falsa creencia, deberá ser
atribuida a los individuos, y lo mismo será respecto a todo efecto
negativo que pueda generarse en base a las creencias religiosas
y espirituales.
Los
libros sagrados serían obras de co-autores. En ellos se aprecia la
cultura del hombre que los escribe y difunde, y que interpreta con su
intelecto y sus emociones los mensajes que recibe, y los expresa en
la lengua que ha aprendido y que sabe utilizar en cierto grado
inevitablemente limitado. Y los mezcla con sus propios mitos,
creencias, aspiraciones y deseos. Las limitaciones se refieren y
valen también respecto al mensaje mismo supuestamente revelado por
medio del fundador religioso. Porque toda comunicación y todo texto
es inevitablemente recibido al modo del receptor, e interpretado por
quienes lo leen y comprenden. De este modo, el mensaje queda siempre
en manos humanas, y adquiere sentido y contenido y nuevos
significados, por las lecturas e interpretaciones que de ellas
hacemos. En razón de ello, ningúna persona puede atribuirse poder
religioso alguno, y menos disponer de la capacidad de ofrecer la
interpretación verdadera de la 'palabra de Dios'.
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¿Qué
nos queda, o qué conclusión podemos extraer de todo esto? Pues, en
breve síntesis, que respecto a las 'preguntas existenciales' y a las
'verdades esenciales' sobre la existencia o no existencia de Dios,
sobre la naturaleza espiritual o puramente material del ser humano,
sobre si tendremos o no vida después de la muerte, sobre el sentido
y el valor del sufrimiento, sólo caben tres actitudes (no
excluyentes entre sí) que la razón humana podría recomendar:
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Asumir que las ciencias y filosofías que se construyen sobre la base de las experiencias empíricas y fenomenológicas no han proporcionado respuestas justificadas y convincentes a las 'cuestiones existenciales', porque el objeto de ellas permanece fuera de su alcance cognitivo. Es la respuesta legítima del pensador y del científico agnóstico, que prescinde de las 'verdades esenciales' que proponen las religiones. Ello no implica que renuncie a interrogarse racionalmente sobre las 'cuestiones existenciales' y a buscarles respuestas en el 'conocimiento silencioso'.
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Asumiendo que la razón y las ciencias no dan respuestas a las 'cuestiones existenciales', aceptar las que llamamos 'verdades esenciales' como creencias religiosas, que si bien no son justificadas racionalmente tampoco son contradichas por la razón. Se adhiere por actos de fe, teniendo como fundamento el significado histórico y humano de las religiones; pero por lo mismo se prescinde de afirmar aquellas creencias religiosas particulares en que las religiones difieren entre sí, respecto de las cuales se mantiene la mente abierta a la más amplia diversidad. Es la respuesta legítima del creyente religioso crítico, que no se limita a creer ciega e ingenuamente en una religión particular, sino que se queda con aquello que todas las religiones pueden sostener aún después de someterse al juicio crítico de la razón. Esta aceptación crítica de las creencias religiosas no debiera inhibirlos, sino más bien incentivarlos, a buscar respuestas mejores en tal vez posibles experiencias espirituales.
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Buscar respuestas a las 'preguntas existenciales' explorando la vía del conocimiento silencioso, espiritual o místico, que podría proporcionar certezas sobre las supuestas 'verdades esenciales'. Es la respuesta legítima del buscador independiente de la verdad, que no se conforma ni con la prescindencia agnóstica ni con la fe del creyente religioso, sino que mantiene la aspiración a la verdad y a la certeza que pudieran alcanzarse mediante una experiencia espiritual directa.
Nos
parece que éstas son - digámoslo también - las actitudes
intelectuales que en este terreno pueden inspirar una nueva y
superior civilización. Si fuera así, tendríamos que asumir que
ante las 'cuestiones existenciales', más que respuestas nuevas que
puedan ofrecerse como las 'verdades esenciales', la nueva
civilización se construirá recorriendo caminos de búsqueda,
Caminos convincentes y justificables entre personas y sociedades con
creencias, culturas, religiones e ideologías diferentes.
Búsquedas 'comprensivas', orientadas a incluir e integrar las
múltiples dimensiones de la experiencia humana y sus diversas
fuentes de conocimiento. Caminos de búsqueda distintos,
paralelos al comienzo pero tal vez convergentes en el tiempo, y que
al final pudieran ofrecer las respuestas verdaderas a las cuestiones
existenciales que han inquietado siempre al espíritu humano.
Luis
Razeto Migliaro
NOTAS:
1 La
distinción entre ciencia y filosofía puede ser formalizada de
maneras diferentes a ésta que proponemos, que no pretende ser única
ni decisiva. Más que la determinación y distinción rigurosa de lo
que puede aceptarse como conocimiento científico y conocimiento
filosófico, lo que nos interesa es delimitar dos tipos de
conocimientos construidos racionalmente: el que encuentra su objeto
y sus criterios de validación en la información que puede ser
empíricamente verificada, y el que aborda interrogantes que surgen
de la autoconciencia que busca verdades relativas a lo que sea el
ser, al significado de la existencia, al valor del conocimiento, a
la libertad del sujeto, al orden moral, y otras cuestiones de
similar profundidad y trascendencia.
2 Hay
quienes sostienen que otro límite de la razón radica en el hecho
que cada ser humano pensante entremezcla inevitablemente las
operaciones de su razón con la subjetividad propia de todo
individuo, de modo tal que los resultados del conocimiento racional
resultan condicionados por los intereses, las emociones, los deseos
del sujeto. Si bien tal entremezclamiento y mixtura de formas
cognitivas es claramente observable en el proceder empírico de los
razonamientos y discusiones 'racionales' habituales, el argumento no
resulta convincente si se pretende extenderlo como límite inherente
a todo conocimiento racional. En efecto, los individuos racionales
podemos desarrollar procesos de 'purificación' del intelecto
racional y llegar a proceder con criterios cognitivos racionales
puros. De igual modo, la confrontación intersubjetiva de las
operaciones racionales de muchos individuos, permite superar las
intromisiones de la subjetividad individual y llegar a formular
conocimientos no contaminados de subjetividad individual. Por otro
lado, la dificultad para el entendimiento 'racional' entre
individuos diferentes no radica en que el intelecto racional de
ellos opere con diferentes lógicas, sino que debe explicarse por
las diferencias entre las experiencias empíricas y fenomenológicas
de cada uno, y a menudo también en que se discute sin precisar el
contenido racional de los términos que se emplean.
Para
profundizar el tema recomendamos el libro LA
EXPERIENCIA ESPIRITUAL, de Luis Razeto, al que se accede desde este
enlace: