¿QUÉ NOS MUEVE, EN EL FONDO, A CONOCER Y A AMAR?


I.

"El alma es, por el conocimiento, todas las cosas"
Aristóteles.
El hombre – el individuo humano – es un ser intencionado a ser más que lo que es. No sólo a ser más, sino que parece querer ser todo lo que existe, es decir, aspira y busca llegar a ser, a identificarse de algún modo, con el universo entero, con la totalidad de lo existente. En cierto sentido quiere ser como Dios, quiere ser Dios.
Desde que nace se orienta a experimentarlo todo, a conocerlo todo, a sentirlo todo, a quererlo todo. Apenas aprende a moverse, a caminar, y estira sus brazos, toca las cosas, las atrae a sí, se las pone en la boca, se las adueña: dice 'mío' ante todo lo nuevo que toca y llega a conocer. Después quiere viajar queriendo coocer el mundo entero, quiere relacionarse con otras personas. Las interroga, intercambia experiencias y conocimientos con los demás, tratando de algún modo de asimilar y apropiarse de las experiencias y conocimientos de los otros.
El hombre, con la intencionalidad de llegar a ser todas las cosas, va integrando el universo en su propio ser, en su mente. Para hacerlo dispone de varias facultades o potencias: la percepción, la memoria y la imaginación, la inteligencia, la voluntad.
Experimenta el mundo con los sentidos, que le permiten 'percibir' el mundo circundante. Y todo lo que llega a conocer lo registra en la memoria. Y con lo que memoriza, imagina lo que aún no conoce, e incluso inventa realidades desconocidas, crea mundos originales.
Mediante la inteligencia y el pensamiento, se apropia de la realidad que conoce y concibe. Se la apropia no materialmente, sino intectivamente, abstractamente, idealmente, incorporando a su acervo de conocimienos las formas, las cualidades, las esencias, las estructuras formales y racionales (matemáticas, geométricas, lógicas) de las realidades que conoce. El conocimiento es una forma de apropiarse del universo, de poner el mundo externo en la propia mente, mediante las ideas, los números, las ecuaciones, los símbolos.
Pero no le basta esa posesión intelectiva. Quiere ser lo que conoce, aspira a ser, a identificarse con aquello que ha integrado a su conciencia. Ese querer ser lo que se conoce es lo que se llama 'amor', que no es sino la voluntad de identificarse con lo que se conoce y se quiere. Dísese que el amor crea semejanza e identidad entre el amante y lo amado: el sujeto ama, o sea, quiere ser lo que ama. El deseo de poseer lo que se ama, expresa la intencionalidad de ser aquello que se conoce y ama, de identificar su propio ser con lo conocido y amado.
Podemos decir que mediante el conocimiento el hombre incorpora el universo a su yo mental, y mediante el amor sale de su yo mental y es él quien se hace universal.
El conocimiento es la identificación formal y abstracta, ideal y esencial, del cognoscente con la realidad que conoce. El amor busca la identificación real y concreta, objetiva y particular, del amante con aquello que ama.
Conocer y amar. Conocer y amar la realidad de las cosas, al ser de las personas, al universo entero, al mismo Dios que sintetiza la perfección de la totalidad de lo que es y de lo que el hombre quiere llegar a ser.
Este 'ser intencionado a ser más, a ser todo, a ser universal, a ser Dios', trasciende lo puramente corpóreo y material. De ahí que se afirma que el ser humano es de naturaleza espiritual.
Porque lo que llega a poseer mental e interiormente con el intelecto que conoce y con la voluntad que ama, son las cosas, las personas, el mundo no en su materialidad, sino de un modo inmaterial, en su íntima esencia. No hay un átomo de materia en la idea o concepto de animal, de paisaje, de universo, como no lo hay en un teorema geométrico o en una ecuación matemática. Tampoco es material la identificación con la cosa o persona que se ama, que en lo material y corpóreo siguen siendo distintas y estando separadas del sujeto amante.
El deseo e intención de ser más que lo que es, de serlo todo, es expresión de un querer trascender la propia materialidad corporal. Realizarlo progresivamente es evolucionar hacia un modo o estado de ser superior, universalizado: a éso lo llamamos espíritu, que los antiguos filósofos llamaban 'alma' y que concebían como la energía vital potencialmente universal, capaz de hacerse todas las cosas mediante el conocimiento y el amor de ellas, y que está en potencia y en proceso, en cada individuo humano capaz de conocer intelectivamente y de amar libremente.
El afán de poseer la mayor cantidad de bienes materiales (avidez), y de adquirir y consumir todo lo posible (consumismo), y de dominar a las otras personas sometiéndolas a la propia voluntad (afán de poder), son la expresión distorsionada y corrompida de esa intencionalidad que no deja de ser espiritual, pero que se queda apegada a la materialidad, sin llegar a ser capaz de trascenderla.

II.

Para comprender en plenitud lo que nos mueve a conocer y a amar la realidad, habría que añadir a lo anterior, que es la realidad misma la que nos atrae con su verdad (que busca ser conocida y que motiva nuestra cognición), con su bondad (que aspira a ser amada y que despierta nuestro amor), y con su belleza, que nos seduce de modo que no nos recluyamos en nosotros mismos ni dejemos en consecuencia de conocerla y de amarla, siempre en mayor amplitud y con creciente intensidad.
Porque si lo pensamos bien, nos damos cuenta que nosotros mismos que conocemos y que amamos, somos parte de la realidad, el fruto de una evolución del universo que ha generado al sujeto capaz de conocerlo y amarlo. Somos, en última síntesis, aquella parte de la realidad universal que ha emergido desde ella misma al final de un larguísimo proceso evolutivo, y por la cual la realidad universal viene y llega a conocerse y a amarse a sí misma. Y si esto somos, es natural que queramos y busquemos ser siempre más de lo que somos.
Luis Razeto Migliaro.

Para profundizar el tema recomendamos el libro ¿HASTA DÓNDE PUEDE LLEGAR EL SER HUMANO? de Luis Razeto. Se puede obtener desde este enlace: www.amazon.com/dp/1976900743