NECESIDAD DE RE-ELABORAR NUESTRAS CREENCIAS ÉTICAS Y RELIGIOSAS

Es bastante evidente que estamos ante una profunda y extendida crisis de las creencias religiosas, morales y filosóficas que han animado y guiado a la humanidad en el pasado y hasta ahora. Siendo así, enfrentamos (como personas y como sociedades) la necesidad urgente de re-elaborar ideas y convicciones éticas y espirituales, que de nuevo nos motiven y orienten.

Ello parece ser una condición para que se mantenga en nuestras sociedades una vida civilizada, pues en ausencia de convicciones que sean personal y socialmente asumidas, y de motivaciones espirituales en alguna medida compartidas, predominarán inevitablemente la ley del más fuerte o en el mejor de los casos las leyes de un mercado salvaje, injustas, excluyentes y causantes de gravísimos conflictos sociales y de aún más peligrosos daños ambientales.

Quienes actualmente denunciamos injusticias y opresiones y proponemos cambios profundos, debemos tomar conciencia de que esas denuncias y propuestas encuentran escasa acogida en unas sociedades que, por carecer de creencias y convicciones consistentes, han perdido la fe en el hombre y en sus capacidades de conocimiento de la verdad y de consecuente transformación de la realidad. Y si no hay creencias y valores compartidos, validados en culturas diversas, todo (incluido el Estado, supuesto representante del 'bien común') tiende a reducirse a las relaciones de fuerza entre intereses y voluntades particulares. La re-elaboración de las ideas, de los valores y de las energías espirituales es algo esencial para el tránsito hacia una nueva y superior civilización. ¿Qué hacer entonces? ¿De dónde partir? 

Como no hay ya autoridad que sea aceptable en estas materias morales, filosóficas y espirituales, parece que tendríamos que partir, cada uno, de aquellas creencias a que hayamos adscrito desde niños porque nos formaron en ellas, o porque las recibimos por otro medio en cualquier momento y circunstancia posterior. Esto vale especialmente para las creencias religiosas, pero también para el materialismo, el agnosticismo, el humanismo y el ateísmo.

Pero ése sería sólo un punto de partida, para superarlo. Pues si bien es natural partir de las creencias aprendidas, debemos reconocer que muchas de las afirmaciones que recibimos como 'verdades' de nuestros padres, de nuestros educadores, de nuestras tradiciones institucionales, de nuestras lecturas, tal como las hemos asimilado, en los lenguajes y en las formas en que han sido expresadas y comunicadas, no resisten ante el actual estado de conciencia de la humanidad, moldeada por la crítica racional y por la ciencia. Hemos perdido la ingenuidad, en el sentido de que hoy necesitamos validar cualquier afirmación o creencia mediante la experiencia y el análisis racional.

Por eso afirmo que, aún partiendo de las creencias y convicciones recogidas y aprendidas en el pasado, la re-elaboración de las convicciones éticas, valóricas y espirituales no puede hacerse sino desde nuestra propia experiencia, desde nuestra propia humanidad, desde nuestro ser interior, desde nuestras vivencias espirituales, y con absoluta honestidad intelectual.

Esto significa que no podemos dar por supuesta, en forma dogmática, ninguna creencia, ni siquiera la afirmación que fundamenta toda fe religiosa, cual es la que sostiene la existencia de Dios. Menos aún podemos asumir sin someter a crítica y análisis experiencial y racional, la creencia en alguna revelación divina, en la existencia de profetas, encarnaciones o manifestaciones de Dios, ni en textos entendidos como 'sagrada palabra de Dios'.

No estoy afirmando que tengamos que negar todo aquello. Pienso más bien al contrario, que sería importante poder recuperar algunas creencias esenciales; pero se hace imperioso revisarlas, reexaminarlas, someterlas a crítica, y sobre la base de todo ello, recuperando aquello verdadero y de valor universal que re-encontremos, reconstruir las propias convicciones intelectuales y morales, y expresarlas en nuevos lenguajes, con renovado espíritu.

Es necesario ponernos en búsqueda de la verdad perdida, del Ser perdido, empezando por recuperar la fe en el ser humano y en sus capacidades cognitivas, que son condición de la esperanza y de la posibilidad real de la fraternidad humana.
En efecto, no tenemos hoy - después de la crítica epistemológica moderna - otra alternativa que partir desde nosotros mismos, de nuestra propia experiencia interior, pero también reexaminando y recorriendo la historia, entendida como la experiencia colectiva de la humanidad. En tal sentido parece necesario prestar especial atención a aquellos hombres más sabios, profundamente humanistas y espirituales, cuyas experiencias, ideas y obras son las que han abierto los caminos de las grandes filosofías, religiones y espiritualidades. Y al mismo tiempo y con igual atención, es indispensable asumir, en el más amplio y pleno significado, los avances de las ciencias.

Algunos creen que hay un atajo, un camino directo y corto cual sería la intuición emocional de cada individuo. Pero las emociones, los sentimientos y las pasiones, por íntimas e intensas que sean, no son suficientes. Cambian demasiado a lo largo de la vida de cada uno, y son demasiado diversas y dispersas de unas personas a otras; sobre ellas no puede sostenerse el edificio moral, intelectual y espiritual que la sociedad requiere. Cuando observamos la emoción y conmoción interior que produce en muchos un cantante de rock, ver y tocar un crack deportivo o escuchar  a un predicador de mentiras, tenemos motivos serios para desconfiar de las subjetividades. Y en todo caso sería igualmente necesario someterlas al análisis y al juicio de nuestro intelecto racional, pues sólo éste puede hacernos trascender el subjetivismo que todo lo relativiza y torna precario, efímero e inconsistente.
Luis Razeto