Hay
en la Biblia una hermosa y esperanzadora alegoría: la de un cielo
nuevo y una tierra nueva que vendrán. Pero ¿qué podemos entender
por el ‘cielo nuevo’ y la ‘tierra nueva’ de que habla el
profeta Isaías y que reaparece en el libro del Apocalipsis?
El
cielo nuevo y la tierra nueva son, claramente, la expresión de un
mundo feliz venidero, una suerte de utopía que podemos esperar, que
debemos crear, y hacia la cual podemos transitar. Algunos han creído
que ese cielo nuevo y esa tierra nueva ocurrirán después del fin
del mundo; pero eso no corresponde a lo que se lee en el texto de
Isaías 65, 17 -25, que dice así:
“¡Se
olvidarán las angustias de antaño, estarán ocultas a mis ojos!
Pues voy a crear un cielo nuevo junto con una tierra nueva; ya no
será mentado lo de antaño, ni volverá a ser recordado; antes bien,
habrá gozo y regocijo por siempre, por lo que voy a crear. Voy a
crear una Jerusalén «Regocijo», y un pueblo «Alegría»; me
regocijaré por Jerusalén y me alegraré por mi pueblo, sin que
vuelvan a oírse ayes ni llantos. No habrá niños que vivan pocos
días, ni adultos que no alcancen la vejez; será joven quien muera a
los cien, y estará maldito quien no los alcance. Edificarán casas y
las habitarán, plantarán viñas y comerán su fruto. No edificarán
para que otro habite, no plantarán para que otro coma, pues mi
pueblo durará lo que duren sus plantíos, y mis elegidos disfrutarán
del trabajo de sus manos. No se fatigarán en vano ni tendrán hijos
para verlos morir, pues serán pueblo bendito de Dios ellos junto con
sus retoños. Antes que me llamen, responderé; aún estarán
hablando, y escucharé.”
En
el Apocalipsis 21, 1-5 leemos: “Entonces vi un cielo nuevo y una
tierra nueva, porque el primer cielo y la primera tierra habían
desaparecido. Y vi la ciudad santa, la nueva Jerusalén, que
descendía del cielo desde la presencia de Dios, como una novia
hermosamente vestida para su esposo. Oí una fuerte voz que salía
del trono y decía: «¡Miren, el hogar de Dios ahora está entre su
pueblo! Él vivirá con ellos, y ellos serán su pueblo. Dios mismo
estará con ellos. Él les secará toda lágrima de los ojos, y no
habrá más muerte ni tristeza ni llanto ni dolor. Todas esas cosas
ya no existirán más». Y el que estaba sentado en el trono dijo:
«¡Miren, hago nuevas todas las cosas!».
Para
comprender bien de qué se trata, hay que precisar a que se refieren
‘el cielo’ y ‘la tierra’, y qué podemos entender por
‘Jerusalén Regocijo’ y por ‘mi pueblo Alegría’.
El
cielo no es el firmamento cósmico compuesto de estrellas y galaxias.
En el lenguaje de los filósofos, de los profetas y de los místicos,
el cielo es un mundo moral y espiritual, el mundo de las ideas y
saberes, de los valores y las virtudes. Un cielo ‘nuevo’ es,
entonces, el espíritu renovado, un mundo de sabiduría superior y de
moral perfeccionada.
La
tierra es el mundo material, la naturaleza donde se despliega la vida
y de la cual somos parte. Una tierra ‘nueva’ es, entonces, la
naturaleza perfeccionada, embellecida, armónica, ecológica, donde
florece la vida en todas sus manifestaciones y se ha puesto fin a los
desastres, enfermedades y extinciones.
En
el Antiguo Testamento Jerusalén era la ciudad sagrada donde estaba
el Templo de Dios; mientras que por ‘pueblo’ se entendía la
sociedad humana viviendo en la historia. Entonces, una nueva
Jerusalén sería el "nuevo hogar de Dios', esto es, una nueva
comunidad espiritual, santificada porque en ella está presente y
habita Dios; mientras que el ‘pueblo de Dios’ animado por la
nueva Jerusalén que actúa en ella, serían el mundo natural
embellecido y perfeccionado por el ser humano, y la sociedad que
habría llegado a ser justa, libre y fraterna, con una economía
buena, saludable, ecológica, tal como es descrita por Isaías en el
texto citado.
Ahora
bien, dicen los textos que ese cielo nuevo y esa tierra nueva serán
creados por Dios, y que la nueva Jerusalén descenderá del cielo
como una novia hermosa, para producir regocijo y alegría del pueblo.
¿Significa esto que a nosotros nos corresponde solamente esperar con
paciencia que todo ello ocurra, puesto que Dios lo realizará?
Para
entender qué significa que Dios creará ese cielo y esa tierra
nueva, y cómo la nueva Jerusalén descenderá del cielo, hay que
saber de qué modo continúa Dios su creación en el mundo y cómo
actúa en la historia humana.
Dios
obra en el mundo y en la historia a través de los hombres y mujeres
que lo aceptan y lo encuentran en su propio espíritu, y que cumplen
su voluntad. Por eso somos nosotros quienes podemos y debemos crear
el cielo nuevo y la tierra nueva, la Jerusalén Regocijo y el Pueblo
Alegría. Todo eso, que Jesús sintetiza como el Reino de Dios, es la
voluntad del Creador, que se ha de cumplir, pero no sin nuestra
participación.
"Venga
a nosotros tu Reino. Hágase tu voluntad en la tierra como en el
cielo".
Luis
Razeto
Una
novela en que profundizo las relaciones entre religión,
espiritualidad y ecología: