La
relación entre economía y ética ha sido siempre muy difícil,
porque en la economía se manifiestan habitualmente comportamientos
guiados por los intereses de los individuos, las pasiones de los
grupos, las ambiciones y el afán de enriquecimiento y de poderío de
muchos, que contradicen los más antiguos y elementales principios
éticos. Las formulaciones éticas, por consiguiente, se
esfuerzan por corregir tales comportamientos y se esmeran en
promover las virtudes y valores individuales y sociales en tan
díscolo espacio. La ética se ha siempre empeñado en domar los
intereses, las pasiones, las ambiciones, el afán de lucro, etc.
utilizando para ello las herramientas que le proporcionan la
teología, la filosofía e incluso las ciencias; pero ha tenido en
ello poco éxito.
Más aún, ha ocurrido que a nivel del
pensamiento, esto es, en cuanto al modo en que se ha pensado y
concebido la economía, el proceso histórico muestra un progresivo y
muy lento pero inexorable camino de autonomización de la economía
(de las ideas sobre la economía) respecto a la ética. Tal
proceso marca la derrota histórica de la ética, o bien el triunfo
de las lógicas puramente económicas sobre las razones y exigencias
de la ética, esto es, en última síntesis, el triunfo de los
intereses sobre las virtudes.
Es
interesante hacer una breve reseña histórica de este proceso, para
comprender en qué momento y situación nos encontramos.
Podemos
comenzar con La República de Platón, en que aparece la que es tal
vez la primera formulación conceptual sobre la economía. El modelo
político-económico propuesto por Platón se funda exclusivamente en
motivaciones éticas, en cuanto toda la propuesta busca forjar un
nuevo hombre en el cual la virtud y la buena disposición del alma
guiarán sus acciones y lo alejaran del vicio y la violencia.
Por ello Platón rechaza la propiedad privada y postula la propiedad
común, y en Las Leyes, aplica una rigurosa concepción ética de la
que desprende los principios que la traducen en la organización del
Estado y de la economía.
Platón
es consciente que hay una absoluta distancia entre la economía real
y su formulación ética de la economía, pero es clara su intención
de que ésta llegue a aplicarse. Así se comprende claramente del
siguiente diálogo, en La República, 592b:
“Glaucón:
Ya entiendo; quieres decir: en aquella ciudad que ahora hemos fundado
y discutido, que tiene su sede en nuestros razonamientos y discursos,
pues no creo que exista en ningún lugar de la tierra.
Sócrates:
Pero en el cielo quizás exista un modelo de ella para el que quiera
verla, y viéndola se proponga fundarla en sí mismo”.
También
Aristóteles examina la economía desde la ética, distinguiendo la
economía doméstica (el gobierno de la casa) y la crematística (los
negocios), ensalzando la primera y criticando la segunda, por razones
morales. Aristóteles enseña que la organización de la economía y
del Estado debe orientarse por la búsqueda del bienestar y la
felicidad de los ciudadanos, y con este criterio el conocimiento
económico consiste en distinguir y juzgar lo que está bien y lo que
está mal en ella. Pero es más realista que Platón respecto a la
naturaleza humana, lo cual lo lleva a la importante afirmación
económica (no propiamente ética) de que “lo que es común a
muchos obtiene un mínimo de cuidado, pues todos se preocupan de sus
cosas propias, y menos de lo común, o tan sólo en lo que les
atañe”.
En
la Edad Media, con la filosofía cristiana y la escolástica, la
ética continúa siendo entendida como la guía práctica de
la actividad económica, lo que se intenta lograr a través de
la enunciación de “preceptos”, como los relativos a la
propiedad, a la usura, al trabajo, al salario, al desprendimiento de
la riqueza, al sentido social de ésta, etc. Si bien se entiende que
la economía es algo que como realidad es independiente, todo el
saber económico apunta a subordinarla a la ética. De este modo el
conocimiento económico se manifiesta en forma de enunciados sobre el
“deber ser” de las decisiones económicas. La economía es sierva
de la ética, de igual modo que la filosofía es sierva de
la teología, en una estructura del saber jerarquizado, en cuya cima
se encuentra la teología.
Esta
etapa de la relación entre economía y ética culmina en la
magnífica Utopía de Tomás Moro, que consta
de dos libros. El primero describe críticamente la situación
económico-socio-cultural de Inglaterra en ese tiempo, describiendo
la ruina de los artesanos, el despojo de los campesinos, el
encarecimiento de la vida, el auge del vicio y de la indigencia y la
vagancia. Es una crítica ética de la economía. Que continúa en el
segundo libro, en que Tomás Moro formula cual debiera ser el orden
económico justo, la Utopía económica que corresponde al modelo de
una economía ética, guiada por la ética. Tanto el análisis de la
economía como el proyecto de la economía están basados en la
ética, subordinados a ésta.
La
separación del análisis científico de los hechos sociales y
económicos respecto al juicio y guía moral sobre ellos tiene lugar
en los albores de la época moderna, y sus inicios pueden atribuirse
a Nicolás Maquiavelo, considerado el fundador de la ciencia
política, y a quien erróneamente se ha atribuido la afirmación de
que “el fin justifica los medios”. Maquiavelo nunca afirmó esto,
sino que le fue atribuido por quienes no comprendieron la revolución
intelectual que cumplía al afirmar que “Si un príncipe (o
gobernante) se quiere mantener en el poder, debe aprender a ser
no bueno, y a usarlo o no usarlo según la necesidad del momento”.
La afirmación “el fin justifica los medios” es un enunciado
ético para justificar cierto comportamiento. En cambio la afirmación
que hace Maquiavelo es un riguroso enunciado científico sobre cómo
funcionan la política y el poder, donde los objetivos se logran con
independencia respecto a la ética.
Entre
la segunda mitad del siglo XV y mediados del XVII aparece la teoría
económica conocida como “mercantilismo”, que por primera vez
examina la economía como realidad objetiva independiente de las
doctrinas. Las formulaciones de J.B.Colbert, William Petty, John
Locke, John Law, etc. constituyen el comienzo del proceso de
autonomización de la ciencia económica respecto a la ética; pero
es una separación precaria, pues todavía se busca apoyo moral para
las formulaciones y propuestas económicas. En efecto, en un contexto
cultural dominado por las concepciones religiosas, el mercantilismo
busca todavía una fundamentación ética, o más exactamente,
encuentra una justificación ética en el pensamiento de Calvino y en
la Reforma Protestante, que dan una valoración positiva de la
actividad económica, de los negocios y del enriquecimiento personal
y de las naciones.
Es
importante tener en cuenta la función cumplida por la reforma
protestante en este cambio de perspectiva. Max Weber examina en su
obra La ética protestante y el espíritu del capitalismo,
de qué modo la Reforma estableció los fundamentos doctrinarios y
éticos necesarios para justificar el ‘espíritu del capitalismo’,
que identifica en la búsqueda racional de las ganancias económicas
y que supone la dedicación a los negocios como una actividad que no
es ‘mundana’ sino necesaria y éticamente justificada. La
justificación protestante del espíritu capitalista se desenvuelve
en varios momentos teóricos, estando su origen en la separación
efectuada a nivel teológico entre la salvación del alma de las
personas respecto de su comportamiento. Si la salvación está
predeterminada por la Providencia y no depende del ejercicio de las
virtudes, la predilección divina de los individuos puede encontrar
manifestaciones ya en este mundo a través del éxito y el logro de
una situación de bienestar económico. Este momento conceptual era
indispensable, habida cuenta de la concepción cristiana que ponía a
los pobres como privilegiados divinos y a los ricos arriesgando su
salvación. Por cierto, la ética protestante valora el bienestar y
la riqueza solamente cuando son obtenidos mediante el esfuerzo
personal y el trabajo, la vida modesta y el ahorro, la creatividad y
el espíritu emprendedor.
Después
de Maquiavelo, todas las ciencias sociales, incluida la economía,
siguiendo en ello al filósofo empirista que fue también economista
e historiador David Hume, separan rigurosamente los juicios sobre los
hechos de los juicios de valor, el análisis de la realidad
considerada objetiva (de lo que es) del análisis del deber ser
(considerada una cuestión subjetiva). Así, por ejemplo, la
sociología comienza con Durkheim que identifica el principio
metodológico de “tratar los hechos sociales como cosas”.
Es la gran revolución epistemológica realizada por el positivismo,
que marca la ruptura de la conciencia moderna respecto a las
filosofías anteriores y la conciencia antigua y medieval. De la
conciencia como sujeto ético se pasa a la conciencia como sujeto
cognitivo.
La
independencia definitiva del pensamiento económico respecto de la
ética se cumple con la Fisiocracia (Francisco Quesnay) y más
marcadamente con el liberalismo, que grafica esta independencia
en la famosa frase “laissez faire, laissez passer” de Vicente de
Goumay. El proceso teórico culmina en Adam Smith, considerado por
muchos como el fundador de la ciencia económica moderna. Smith era
un filósofo y su primera obra “Teoría de los Sentimientos
Morales” tenía un marcado carácter ético en cuanto se centraba
en el estudio de la conducta humana. Pero la obra por la cual se lo
reconoce como economista – La Riqueza de
las Naciones- establece que los objetivos de la economía
son: a) permitir que la gente se proporcione ingresos, y b)
proporcionar al Estado los ingresos crecientes que le permitan la
prestación de los servicios públicos.
La
ética ha desaparecido así de los objetivos de la economía, y
también del análisis económico. En efecto, Adam Smith plantea que
la economía se caracteriza por hechos constantes y uniformes que se
repiten y constituyen leyes. Es así que formula como principios y
leyes principales de la economía tras el logro de sus objetivos de
generar riqueza: a) el interés propio como motor de la actividad; b)
la competencia como impulsor de la eficiencia; c) la ley de la oferta
y demanda como mecanismo regulador, y d) la ley del valor del trabajo
como fundamento de la acumulación económica.
La
ciencia económica continuará desde entonces y hasta nuestros días
como una disciplina que analiza los hechos y propone modelos teóricos
exclusivamente en base a la información empírica interpretada por
conceptos supuestamente referidos a los hechos, relaciones y procesos
prácticos, ajena a toda consideración ética. Ello es así incluso
en la teoría crítica marxista, toda vez que Marx y sus seguidores
no abandonan el concepto de que la economía se encuentra regida por
leyes, tanto en su continuidad como en la transformación de un modo
de producción a otro, sin poner la menor expectativa de que los
cambios económicos puedan provenir de decisiones y formulaciones
éticas que adopten los individuos y los grupos.
El
proceso de independización de la economía respecto de la ética
llega a su máxima expresión con Keynes, que por primera
vez reconoce y formula algo que estaba implícito en autores
anteriores, a saber, que la economía funciona de manera adecuada
cuando se organiza contrariando directamente los principios éticos
tradicionales. Escribe Keynes textualmente: “Cuando más
virtuosos seamos, cuando más resueltamente frugales, y más
obstinadamente ortodoxos en nuestras finanzas personales y
nacionales, tanto más tendrán que descender nuestros ingresos
cuando el interés suba relativamente a la eficiencia marginal del
capital. La obstinación sólo puede acarrear un castigo y no una
recompensa, porque el resultado es inevitable. Por tanto, después de
todo, las tasas reales de ahorro y gasto totales no dependen de la
precaución, la previsión, el cálculo, el mejoramiento, la
independencia, la empresa, el orgullo o la avaricia. La virtud y el
vicio no tienen nada que ver con ellos”. (Keynes, Teoría
general de la ocupación, el interés y el dinero, pág. 105)
Keynes es abundantemente reiterativo, y propone para ilustrar sus
conceptos la fábula “El panal rumoroso o la redención de
los bribones” cuyos versos principales rezan así: “Ay,
pero en este concierto / del comercio y la honradez / el panal de
antigua nobleza / se va quedando desierto! / Pues si el vicio a chorro
abierto / despilfarraba millones / alimentaba a montones / que hoy se
quedan sin oficio / y echando de menos el vicio / emigran a
otras regiones. / Porque si bien se repara / la insobornable virtud /
no es prenda de la salud ...”
De
este modo la racionalidad ética parece haber perdido la partida
histórica en que se ha enfrentado con la racionalidad científica.
Sin embargo la ética no se ha dado por vencida, y en la
economía moderna ha mantenido la presencia de su discurso, buscando
eficacia práctica por tres caminos diferentes.
El
primero ha sido el de plantear formas económicas éticas como
propuestas alternativas a las predominantes. Así el cooperativismo,
el comunitarismo, y más recientemente, las finanzas éticas, el
consumo ético, el comercio justo, etc. En todos estos proyectos, se
proponen modelos de unidades económicas (producción, distribución
y consumo) derivados de principios éticos; pero tienen un problema
que no logran resolver, y es que no son verdaderamente eficientes,
exigen sacrificios a sus participantes (cuando la lógica de la
economía es la de maximizar los beneficios y el bienestar), y
finalmente no logran consolidarse ni expandirse en el mercado,
permaneciendo como islas testimoniales marginales respecto a la
economía en su conjunto.
El
segundo camino ha sido buscar la subordinación de la economía a la
ética a través de la acción del poder social y político. Las
razones éticas proporcionan argumentos a las luchas sociales de los
sectores que experimentan la marginación o la subordinación
económica, y a las corrientes políticas que las convierten en
políticas del Estado y que imponen, por la vía de la autoridad y
las regulaciones, las exigencias éticas sobre la economía. Los
resultados parciales que se han logrado por esta vía suelen ser
fuertemente resistidos por los economistas en cuanto implican
sacrificios de la eficiencia macroeconómica, y en realidad no
constituyen una genuina validación de la ética sino de la razón
política por sobre la razón económica.
El
tercer modo en que se mantiene vigente el pensamiento ético
sobre la economía es a través de propuestas intermedias que buscan
algún equilibrio entre la búsqueda de la eficiencia económica y
las exigencias de la ética. Se sacrifica en parte la
racionalidad económica y se moderan las exigencias de la
racionalidad ética, en una suerte de compromiso cultural. Conceptos
como los de responsabilidad social empresarial, salario ético,
políticas redistributivas, van en esta dirección. El problema es
que tales equilibrios intermedios dejan insatisfechas tanto a las
razones de la economía como a las de la ética, debiendo ambas
renunciar a sus reales aspiraciones de coherencia y consecuencia.
El
problema de fondo que ponen estas tres maneras de enfrentar el
problema, así como toda la evolución histórica del conocimiento
económico, es que en realidad la ciencia económica tiene razón
cuando sostiene que la subordinación de la lógica económica a la
ética, o más exactamente, las interferencias de ésta en el mercado
capitalista, implican sacrificar parte de la eficiencia económica de
este modo de organización económica. Sé que esta afirmación puede
ser y ha sido discutida con diversos argumentos, pero creo poder
afirmar que la evidencia histórica es al respecto decisiva y
contundente.
¿Significa
esto que la ética debe renunciar a su intento de obtener que la
economía proceda siempre hacia el bien social y que cumpla
el objetivo de favorecer el más completo desarrollo humano,
contribuyendo a crear las condiciones para que
se instalen los valores en la vida social y las virtudes en las
conductas de los individuos?
No
es la conclusión necesaria de este análisis. Hay una respuesta
diferente, que no va en la dirección antigua y medieval de
subordinar la economía a la ética, ni en la dirección moderna de
mantenerlas separadas de modo que la razón ética no interfiera en
la razón económica. Se trataría de algo completamente distinto y
nuevo, consistente en introducir la razón ética en la
teoría económica, esto es, desplegar una nueva estructura del
conocimiento científico, que lo haga capaz de reconocer con
rigurosidad científica las exigencias de la ética en el
razonamiento y el análisis propiamente económico.
Es
lo que creemos haber de algún modo realizado en la teoría
económica de la economía de solidaridad, y en
la Teoría Económica Comprensiva que
la fundamenta. Algunos ejemplos de ello – que por razones de
espacio y de tiempo nos limitamos a enunciar solamente para dar una
idea del significado de esta propuesta teórica – son:
-
La elaboración de un nuevo concepto de eficiencia, que no limita la
utilidad económica a la rentabilidad del capital ni los costos al
pago de los factores implicados en la actividad, sino que considera
en el análisis todos los beneficios y los sacrificios humanos,
sociales y ambientales involucrados en la actividad económica.
-
El concepto del “Factor C” como expresión económica de las
virtudes y relaciones de solidaridad, cooperación, compañerismo,
etc. en cuanto constituyentes de una fuerza o factor productivo
real, al que debe reconocerse su particular productividad y
contribución en la generación de la riqueza.
-
El reconocimiento de las relaciones y flujos de reciprocidad,
donación, compensación, comensalidad, cooperación y otros tipos de
relación que incorporan un importante contenido ético, como
componentes internos del proceso de distribución de la riqueza, y
que es preciso integrar al análisis teórico del mercado y la
circulación.
-
Un nuevo concepto de empresa, como organización
económico-social que integra la subjetividad de todos los sujetos
que la conforman, aportando cada uno sus propios valores, energías y
potencialidades en la generación del producto.
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