NECESIDAD DE RE-ELABORAR NUESTRAS CREENCIAS ÉTICAS Y RELIGIOSAS

Es bastante evidente que estamos ante una profunda y extendida crisis de las creencias religiosas, morales y filosóficas que han animado y guiado a la humanidad en el pasado y hasta ahora. Siendo así, enfrentamos (como personas y como sociedades) la necesidad urgente de re-elaborar ideas y convicciones éticas y espirituales, que de nuevo nos motiven y orienten.

Ello parece ser una condición para que se mantenga en nuestras sociedades una vida civilizada, pues en ausencia de convicciones que sean personal y socialmente asumidas, y de motivaciones espirituales en alguna medida compartidas, predominarán inevitablemente la ley del más fuerte o en el mejor de los casos las leyes de un mercado salvaje, injustas, excluyentes y causantes de gravísimos conflictos sociales y de aún más peligrosos daños ambientales.

Quienes actualmente denunciamos injusticias y opresiones y proponemos cambios profundos, debemos tomar conciencia de que esas denuncias y propuestas encuentran escasa acogida en unas sociedades que, por carecer de creencias y convicciones consistentes, han perdido la fe en el hombre y en sus capacidades de conocimiento de la verdad y de consecuente transformación de la realidad. Y si no hay creencias y valores compartidos, validados en culturas diversas, todo (incluido el Estado, supuesto representante del 'bien común') tiende a reducirse a las relaciones de fuerza entre intereses y voluntades particulares. La re-elaboración de las ideas, de los valores y de las energías espirituales es algo esencial para el tránsito hacia una nueva y superior civilización. ¿Qué hacer entonces? ¿De dónde partir? 

Como no hay ya autoridad que sea aceptable en estas materias morales, filosóficas y espirituales, parece que tendríamos que partir, cada uno, de aquellas creencias a que hayamos adscrito desde niños porque nos formaron en ellas, o porque las recibimos por otro medio en cualquier momento y circunstancia posterior. Esto vale especialmente para las creencias religiosas, pero también para el materialismo, el agnosticismo, el humanismo y el ateísmo.

Pero ése sería sólo un punto de partida, para superarlo. Pues si bien es natural partir de las creencias aprendidas, debemos reconocer que muchas de las afirmaciones que recibimos como 'verdades' de nuestros padres, de nuestros educadores, de nuestras tradiciones institucionales, de nuestras lecturas, tal como las hemos asimilado, en los lenguajes y en las formas en que han sido expresadas y comunicadas, no resisten ante el actual estado de conciencia de la humanidad, moldeada por la crítica racional y por la ciencia. Hemos perdido la ingenuidad, en el sentido de que hoy necesitamos validar cualquier afirmación o creencia mediante la experiencia y el análisis racional.

Por eso afirmo que, aún partiendo de las creencias y convicciones recogidas y aprendidas en el pasado, la re-elaboración de las convicciones éticas, valóricas y espirituales no puede hacerse sino desde nuestra propia experiencia, desde nuestra propia humanidad, desde nuestro ser interior, desde nuestras vivencias espirituales, y con absoluta honestidad intelectual.

Esto significa que no podemos dar por supuesta, en forma dogmática, ninguna creencia, ni siquiera la afirmación que fundamenta toda fe religiosa, cual es la que sostiene la existencia de Dios. Menos aún podemos asumir sin someter a crítica y análisis experiencial y racional, la creencia en alguna revelación divina, en la existencia de profetas, encarnaciones o manifestaciones de Dios, ni en textos entendidos como 'sagrada palabra de Dios'.

No estoy afirmando que tengamos que negar todo aquello. Pienso más bien al contrario, que sería importante poder recuperar algunas creencias esenciales; pero se hace imperioso revisarlas, reexaminarlas, someterlas a crítica, y sobre la base de todo ello, recuperando aquello verdadero y de valor universal que re-encontremos, reconstruir las propias convicciones intelectuales y morales, y expresarlas en nuevos lenguajes, con renovado espíritu.

Es necesario ponernos en búsqueda de la verdad perdida, del Ser perdido, empezando por recuperar la fe en el ser humano y en sus capacidades cognitivas, que son condición de la esperanza y de la posibilidad real de la fraternidad humana.
En efecto, no tenemos hoy - después de la crítica epistemológica moderna - otra alternativa que partir desde nosotros mismos, de nuestra propia experiencia interior, pero también reexaminando y recorriendo la historia, entendida como la experiencia colectiva de la humanidad. En tal sentido parece necesario prestar especial atención a aquellos hombres más sabios, profundamente humanistas y espirituales, cuyas experiencias, ideas y obras son las que han abierto los caminos de las grandes filosofías, religiones y espiritualidades. Y al mismo tiempo y con igual atención, es indispensable asumir, en el más amplio y pleno significado, los avances de las ciencias.

Algunos creen que hay un atajo, un camino directo y corto cual sería la intuición emocional de cada individuo. Pero las emociones, los sentimientos y las pasiones, por íntimas e intensas que sean, no son suficientes. Cambian demasiado a lo largo de la vida de cada uno, y son demasiado diversas y dispersas de unas personas a otras; sobre ellas no puede sostenerse el edificio moral, intelectual y espiritual que la sociedad requiere. Cuando observamos la emoción y conmoción interior que produce en muchos un cantante de rock, ver y tocar un crack deportivo o escuchar  a un predicador de mentiras, tenemos motivos serios para desconfiar de las subjetividades. Y en todo caso sería igualmente necesario someterlas al análisis y al juicio de nuestro intelecto racional, pues sólo éste puede hacernos trascender el subjetivismo que todo lo relativiza y torna precario, efímero e inconsistente.
Luis Razeto


DESAFÍOS DE LOS CRISTIANOS ANTE LA CRISIS DE LAS IGLESIAS A LA LUZ DE PABLO DE TARSO


Hoy la Religión Cristiana, con particular referencia a la Iglesia Católica y a las Iglesias Protestantes históricas, se encuentra en una crisis grande. Es una suerte de agonía, lánguida y progresiva, nada heroica ni estimulante, que viene acentuándose desde hace varias décadas y que no parece detenerse. Es una crisis muy profunda y extendida, que abarca prácticamente todos los aspectos o dimensiones de la vida eclesial. En efecto:
- Están en crisis las creencias que enseñan las Iglesias, muchas de ellas incompatibles con los conocimientos científicos y las elaboraciones filosóficas modernas.
- Está en crisis la ética que pregonan las Iglesias, que poco se practica entre los cristianos, y que se manifiesta en el distanciamiento creciente entre las costumbres y valores que predominan en la sociedad, y los enunciados cristianos relativos a la sexualidad, la familia, la economía y la política.
- Está en crisis el sentido espiritual de las Iglesias. Los buscadores espirituales buscan inspiración y guía mirando al oriente, al budismo, el taoísmo, etc. y no en las espiritualidades y místicas cristianas.
- Está en crisis la institución eclesial, sus estructuras jerárquicas, pero también sus formas organizativas, sus burocracias, sus jerarquías, el sacerdocio.
- Está en crisis la acción de las Iglesias en el mundo. La doctrina social de la Iglesia Católica y las enseñanzas sobre la economía, el Estado y la política de las Iglesias Protestantes, han dejado de ser referente importantes para los empresarios y los gobernantes; las concepciones cristianas de la vida están cada vez más ausentes en la literatura, el cine, la TV y los medios de comunicación, La actividad real de las Iglesias a través de las instituciones benéficas se encuentra cada vez más supeditada al Estado, o ha sido reemplazada por éste.
En este contexto de debilidad moral, intelectual y espiritual, las Iglesias son objeto de acoso y persecución desde distintos frentes: a) por fuerzas políticas ‘progresistas’ que rechazan su defensa de la vida y promueven concepciones liberales sobre la familia y la sexualidad; b) por poderes económicos y políticos dominantes que no aceptan sus críticas al capitalismo neo-liberal; y c) por gran parte de los medios de comunicación que hacen eco de ambas tendencias.
Pienso que para superar esta crisis de la Religión Cristiana y salvarse las Iglesias del desastre, es necesario realizar cinco procesos que se refieren a aspectos esenciales y constitutivos del cristianismo.
 
1. Un primer proceso necesario se refiere a lo que suele llamarse “la doctrina” cristiana. Se trata de realizar una profunda renovación intelectual, una re-elaboración del mensaje de Jesús y los Evangelios a la luz de los nuevos conocimientos científicos y filosóficos. Los hombres de hoy han madurado, son adultos, necesitan una fe de personas inteligentes y conscientes, que ya no aceptan las creencias infantiles que durante mucho tiempo se predicaron a los pueblos humildes e ignorantes.
Hay que re-pensar las creencias sobre Dios y el mundo, sobre el hombre y el alma humana, sobre el sentido de la vida y de la muerte, sobre la relación entre las creaturas y el Creador, sobre la oración y los sacramentos, sobre las llamadas “postrimerías”.
Se trataría de re-pensar y de re-elaborar el mensaje de Jesús, que es lo único que puede considerarse fundante de la doctrina y las creencias cristianas. Esto debiera hacerse dialogando con las filosofías, las ciencias, las religiones y las culturas contemporáneas, y entendiendo que se trata de una búsqueda plural y siempre abierta a nuevos desarrollos.
En este sentido, Pablo es un ejemplo a seguir. En efecto, él fue el primero en formular la fe cristiana como un conjunto de creencias sobre los grandes misterios de la existencia, de la vida y de la muerte, de la relación del hombre con Dios, etc. y en proponer esa concepción del mundo a los hombres y sociedades de su tiempo. Lo hizo en el lenguaje y considerando la cultura más avanzada de esa época, cual era el helenismo y la cultura griega. Pablo re-elaboró también las enseñanzas morales de Jesús, que él conoció sólo indirectamente y con la mediación de los discípulos del Maestro, que lo entendieron poco y nada.
Otro momento histórico de re-elaboración intelectual del mensaje cristiano lo inició Anselmo de Canterbury, que dio curso al extraordinario proceso intelectual que alcanza su madurez en Buenaventura, Alberto Magno, Tomás de Aquino y la Escolástica. “La fe buscando intelección”, planteaba Anselmo, considerado doctor de la Iglesia, que sostenía que la razón debe dar cuenta de la fe, y que no puede aceptarse contradicción entre la verdad revelada y lo que puede conocerse mediante el uso recto de la razón. Él decía que es un deber cristiano tratar de comprender racionalmente las verdades de la fe. Comprendió que el cristianismo no tenía destino alguno si lo que enseñaba no se hacía comprensible y aceptable para la razón humana, teniendo en cuenta todos los descubrimientos de la ciencia y la filosofía. Con estas ideas Anselmo dio origen al más grande desarrollo intelectual cristiano, que permitió el más notable fortalecimiento de la Iglesia, entre los siglos X y XV.
Con sus luces y sombras, la Reforma Protestante constituyó un proceso intelectual y moral que desafió aspectos sustanciales de las creencias católicas tradicionales, y adelantó ideas y búsquedas orientadas a hacer compatibles la doctrina moral cristiana y las que en su tiempo eran las tendencias emergentes en la economía, la política y la cultura modernas.
Actualmente, un problema principal de los cristianos en general y de los católicos en particular, es la falta de fe, de convencimiento sobre las creencias de la religión. Durante mucho tiempo se obró en la práctica con la idea de que la fe es una cuestión del corazón, una adhesión emocional más que intelectual. Digo que así ha sido en la práctica, porque entiendo que teológicamente se afirma que la fe es una experiencia espiritual. Pero la experiencia espiritual es algo que tienen pocas personas que siguen caminos de contemplación. Y cuando se afirma que la fe es un don de Dios, no se asume aquello de que “al que tiene, se le dará”, que dijo Jesús. La fe requiere fundamentarse en la razón y en el intelecto, y ello supone elaboración intelectual de las creencias, y también la defensa de éstas frente a las negaciones supuestamente fundadas en las ciencias. Pero esa defensa debe fundarse en la razón y sostenerse en conexión a los conocimientos que las ciencias y la filosofía continúan proporcionando a la humanidad.
Muchas de las creencias que difunden las Iglesias cristianas no parecen sostenerse frente a los nuevos conocimientos que la humanidad está desarrollando. No digo que haya que negar creencias esenciales, sino re-formularlas. Por ejemplo ¿cómo se sostiene el concepto del pecado original frente al conocimiento científico de la formación evolutiva de la especie humana? No es una cuestión secundaria, teniendo en cuenta que el sentido de la redención operada por Jesucristo en la cruz ha sido formulado en relación con el pecado original de Adán y Eva que se trasmite de generación en generación afectando a todos los seres humanos. Lo pongo sólo como un ejemplo que ilustra la necesidad de re-pensar y re-formular aspectos centrales de la doctrina cristiana.
 
2.- Un segundo proceso necesario consiste en establecer una neta separación entre las Iglesias y las instituciones políticas y económicas que ejercen poder. Las Iglesias cristianas deben renunciar al ejercicio del poder económico, político, institucional y psicológico, dejando caer muchos elementos que a lo largo de siglos han incrustado en la institucionalidad eclesiástica factores de dominación, enriquecimiento y de vana honorabilidad, que son contradictorios con el Evangelio.
Este proceso crítico y de purificación debe ir paralelo a uno positivo de reconstitución de la Iglesia, de las Iglesias cristianas, como comunidad de comunidades, organizadas horizontalmente, y con mínimos niveles de jerarquización, generados desde abajo hacia arriba.
La misma distinción entre jerarquía, clero y laicado no es sustentable en un mundo donde la distinción entre las élites y el pueblo está siendo radicalmente cuestionada. Ello comporta, al nivel eclesial, un cuestionamiento tanto de la la intermediación entre las personas y Dios, que supuestamente ejercería el clero, como también la superación del predominio machista y el relegamiento de la mujer a labores secundarias y de apoyo.
Demás está recordar que Pablo de Tarso fue un laico, bautizado pero no consagrado sacerdote, que recibe la misión y autoridad de predicar a Jesucristo y de propagar su mensaje, directamente de una experiencia espiritual y no de una autoridad eclesiástica. Él mismo lo explicita presentándose en estos términos: “Pablo, Apóstol no por autoridad humana ni gracias a un hombre, sino por Jesucristo y Dios Padre” (Gál.1, 1).
Toda su actividad misionera estuvo centrada en crear y fortalecer comunidades cristianas, en las cuales se preocupaba de orientar, mantener la unidad y amor fraterno, y relacionar unas con otras.
Entender y crear la Iglesia como comunidad espiritual implica terminar con esa división entre clero y laicado que establece un orden jerárquico exterior, y que no parece corresponder al proyecto de Jesús. Si alguna distinción pudiera hacerse en las comunidades cristianas, sería tal vez entre los dedicados intensamente a la misión, y los que siguen caminos de santidad en el mundo, en el trabajo, en la familia, en la ciencia, en el arte, en la política. Pero, todos igualmente en camino y búsqueda de santidad, peregrinos unidos en una comunidad de iguales. Los más avanzados abriendo camino, enseñando y atrayendo a los que vamos más lentos.
Abandonar la pretensión de evangelizar mediante el ejercicio del poder supone dejar de concebir la Iglesia como una institución, y entenderla como una comunidad, o más exactamente, como una comunidad de comunidades, que se construye desde abajo hacia arriba, y desde cada comunidad hacia los lados, horizontalmente.
 
3.- El tercer proceso hoy necesario es re-leer los signos de los tiempos y asumir el proyecto de una civilización solidaria (como necesidad y tarea histórica actual de la humanidad), junto a todas las personas, grupos, organizaciones y entidades que participan en su creación.
Que el proyecto de las Iglesias y los cristianos sea crear una civilización tiene antecedentes claros en Pablo y en los primeros cristianos. San Clemente Romano (siglo I) en su Carta a los Corintios, escrita la última década del siglo primero, se refiere explícitamente a la Paideia de Dios, a la Paideia de Cristo, y la pone en relación con la Paideia griega. La nueva Paideia aparece también en las Epístolas paulinas (Efesios, VI, 4; Hebreos, 12,5; 2 Timoteo, 3, 14-16).
El término ‘paideia’ ha sido mal traducido como “educación”. En realidad el término griego Paideia se refiere a la suma de los saberes, artes, leyes y costumbres, o sea, es el término antiguo de lo que hoy llamamos civilización. (Ver Werner Jaeger, Cristianismo primitivo y paideia griega). Según Jaeger, “Para Orígenes, la Paideia es el cumplimiento gradual de la Divina Providencia. La teología de Orígenes se basa en el concepto griego de Paideia en su forma filosófica más elevada. Con ello se convierte para él en la clave del problema de la verdadera relación entre la religión cristiana y la cultura griega”.
Traducido a nuestro tiempo, se trataría de asumir como propio en las Iglesias cristianas, y participar activamente y con entusiasmo, en el gran proyecto histórico de crear y desplegar una nueva civilización, en cada localidad y territorio y a nivel planetario. ¿Cómo podríamos no hacer nuestro el proyecto de una civilización de personas y comunidades creativas, autónomas y solidarias? Es un grandioso proyecto civilizador, pleno de sentido, que por cierto no es exclusivo nuestro sino que, al contrario, está en curso por la acción y las iniciativas de muchos grupos, y al cual podemos y debemos sumarnos, contribuyendo con nuestras ideas, nuestros valores, nuestra solidaridad, nuestra inteligencia y nuestro amor.
Es interesante pensar que el Pantheon, templo dedicado a todos los dioses y centro visible de la Paideia griega, fue construido en los mismos años en que se escribían los Evangelios y cuando recién comenzaba a hablarse de Jesús en Roma. Esa inscripción en el friso del pórtico que dice: "Marcos Agripa, hijo de Lucio, cónsul por tercera vez, lo hizo", es muy interesante. Agripa fue quien, según se relata en los Hechos de los Apóstoles, escuchó a Pablo cuando éste apeló al Cesar para ser juzgado como ciudadano Romano. Recordemos que Agripa, después de escuchar el largo testimonio que expuso Pablo en su defensa, respondió a la pregunta de éste si creía en los profetas. Agripa contestó a Pablo: «Por poco, con tus argumentos, haces de mí un cristiano.» Y Pablo replicó: «Quiera Dios que por poco o por mucho, no solamente tú, sino todos los que me escuchan hoy, llegaran a ser tales como yo soy, a excepción de estas cadenas."
Dos siglos después, el Imperio Romano se encontraba en tremenda crisis, dividido políticamente, decadente económicamente, con las antiguas creencias abandonadas. Fue entonces que Constantino, llamado San Constantino por las Iglesias Ortodoxas Orientales y por la Iglesia Católica Bizantina Griega, comprendió la fuerza que estaba adquiriendo el cristianismo y las virtudes que propagaba. Devenido Emperador se declaró protector de los cristianos, orientó paulatinamente el Imperio hacia la Iglesia, le dio libertad de culto por medio del Edicto de Milán el año 313, legisló inspirado en la moral cristiana, y participó en el famoso Concilio de Nicea el año 325. Es así que podemos decir que la Iglesia, primero contribuyó decididamente a rescatar la antigua civilización Romana de la decadencia, haciéndola durar todavía dos siglos y medio, hasta la caída del Imperio Romano de Occidente el año 476. Y luego inspiró y en cierto sentido presidió la Civilización Medieval, entre fines del siglo V y fines del siglo XV, o sea, durante mil años.
Y ahí la Iglesia quedó atrapada en las tramas y redes del poder, perdiendo poco a poco el verdadero espíritu cristiano. Por eso en adelante, buscando conservar los poderes y privilegios conseguidos, no fue capaz de participar activamente en la creación y desarrollo de la civilización moderna.
Lo hicieron, en parte, las Iglesias surgidas de la Reforma protestante en Europa, que se adaptaron mejor al espíritu del capitalismo y a la lógica de los Estados modernos. Pero ellas pronto quedaron también atrapadas en el entramado del poder económico y político de la civilización moderna. Una civilización en que, no estando iluminada por la fe, la esperanza y el amor, la economía se ha caracterizado por el capitalismo competitivo y carente de solidaridad; la política se concentró en las burocracias estatales y en los partidos políticos que luchan por el poder; y el conocimiento y el sentido de la vida fueron buscados al margen de la sabiduría y la espiritualidad, quedando la ciencia limitada a lo que se observa con los sentidos y se cuantifica matemáticamente, en una visión naturalista y materialista del mundo.
Han sido cinco siglos de una civilización moderna que ha mostrado grandes realizaciones económicas, tecnológicas y científicas; pero de muy baja tensión moral y espiritual. En esta civilización moderna las Iglesias se han mantenido, en la medida que han mantrnido las viejas instituciones educativas, las congregaciones religiosas, las devociones a los santos, las peregrinaciones a los santuarios, y las prácticas devocionales y litúrgicas, que florecieron durante el medioevo; pero todo ello está cada vez más distantes de la vida real de las personas y de las sociedades actuales. Esta civilización moderna finalmente está colapsando, y se hace indispensable crear una nueva y superior civilización.
Sí, la tarea histórica del presente, que ya está en curso en diferentes lugares aunque en pequeña escala, es la creación de una nueva civilización, una civilización superior a todas las que han existido. Implica construir un nueva economía, una nueva política, una nueva cultura, nuevas ciencias, nuevas espiritualidades. Y en todo ello, los cristianos y las Iglesias tienen un papel fundamental que cumplir.
Jesucristo es Verbo de Dios encarnado y viviendo en la historia. La Iglesia debe despojarse de todo lo que la mantiene atrapada al pasado medieval, y a la modernidad capitalista, estatista y materialista. Pero eso no significa ponerse fuera de la historia. Al contrario, el cristianismo, igual que el judaísmo, es una religión esencialmente inmersa en la historia de la humanidad. El proyecto de Jesús no era una Iglesia, sino el Reino de Dios construyéndose en la tierra, en medio de la historia humana. Pienso que el Reino de Dios es el proyecto de un civilización en que los atributos trascendentes de Dios se hayan encarnado en las personas, en las actividades humanas y en la sociedad.
Me atrevo a pensar que si los seres humanos somos imagen y semejanza de Dios, nuestra plenitud humana se cumple realizando aquello que nos asemeja a Dios y que, desarrollándolo, nos aproxima a Él y nos une con Él. ¿En qué somos semejantes a Dios? Ante todo, en el conocimiento. Dios es omnisciente, conocedor de todo. Nosotros queremos conocerlo todo, alcanzar el conocimiento del universo material, de lo que somos nosotros mismos, del mundo humano en sociedad, de la realidad espiritual, y del mismo Dios. En este sentido, la plenitud es ser hombres y mujeres de conocimiento, buscadores de la verdad. El Reinado de Dios es, entonces, una civilización de personas y de sociedades de conocimiento, en búsqueda de la verdad.
Dios es Creador, y nosotros somos creativos, innovadores, constructores de lo nuevo, creadores de obras, especialmente en el campo de las artes. Creando lo bello, lo nuevo, lo mejor, los hombres y mujeres nos hacemos crecientemente como es Dios, nos acercamos a Él, que en cierto modo podemos decir que continúa la Creación a través de nuestra propia creatividad. El Reino de Dios predicado por Jesús, es una civilización de personas y de sociedades creativas, realizadoras, laboriosas, de artesanos y de artistas.
Dios es el ser absoluto, dice la filosofía. Absoluto significa que no depende de nada, que vive en y por sí mismo. Pues bien, la forma humana de esa cualidad de Dios es lo que llamamos autonomía. Autonomía es lo contrario de la subordinación y la dependencia. Autonomía es guiarnos por nosotros mismos. Autonomía es la forma superior de la libertad. Si Dios nos quiere semejantes a Él y que seamos su imagen en el mundo, significa que nos quiere libres en la mayor plenitud posible, esto es, crecientemente autónomos. Así, el Reino de Dios es una civilización de personas, comunidades y sociedades libres y autónomas.
Dios es amor. Pues, nosotros somos también amadores. Y amando desplegamos en nosotros eso que nos asemeja y nos une a Dios. El Reino de Dios en la tierra, en la historia es, pues, una sociedad de personas solidarias, unidas en fraternidad.
Resumiendo, entiendo que la nueva civilización que estamos comenzando a crear, y que es la expresión actual del Reino de Dios, es una civilización de personas y sociedades de conocimiento, creativas, autónomas y solidarias. Eso entiendo que es el Reino de Dios en y con nosotros; pues la búsqueda del conocimiento, el despliegue de la creatividad, la conquista de la libertad y autonomía, y el desarrollo de la solidaridad, no solamente nos acercan a Dios y nos hacen mejores imágenes suyas, más semejantes a Él, sino que también todo eso lo hacemos en unión con Dios. O mejor dicho, es Dios que opera en nosotros. Diría que esto es lo que nos compete hacer como cristianos en la economía, en la política, en la cultura, en la ciencia. Y este es el camino que nos conduce, pienso yo, a la unión con Dios.

4.- Un cuarto proceso que parece indispensable para que el cristianismo recupere y renueve su vigencia en el mundo, sería avanzar decididamente hacia la unión ecuménica de las Iglesias cristianas, así como también desarrollar la comunicación y el diálogo con otras religiones y espiritualidades.
La unidad entre las primeras comunidades cristianas fue una preocupación constante, casi obsesiva, de Pablo, así como lo fue el esfuerzo permanente por dialogar con los judíos, los griegos, los romanos. Insistió que los cristianos procedentes del judaísmo y los que venían de las culturas griegas y romanas (gentiles) eran una sola Iglesia. Las divisiones entre las comunidades por él mismo fundadas lo indignaban, y batalló contra las disensiones en la comunidad de Corinto. Insistía en que la diversidad de carismas no implica división alguna, y por eso pregunta: “¿Acaso está dividido Cristo?”, e insiste en que todos los dones y carismas proceden del mismo y único Espíritu y que, en consecuencia, no caben divisiones en la comunidad, porque así como en el cuerpo humano todos los miembros son un cuerpo único, así también en el cuerpo místico de Cristo que es la Iglesia.
Hoy, más que nunca es preciso trabajar con la idea de la “unidad en la diversidad”, y construir comunión reconociendo las diferencias entre las Iglesias y entre las religiones, que han de entenderse como caminos distintos hacia la unidad e integración del género humano en camino hacia Dios.

5.- Un quinto proceso necesario consiste en la recuperación del sentido de la santidad como objetivo de la vida cristiana. Es sabido que a lo largo de la historia, en todas las grandes crisis que ha vivido el cristianismo, la superación y reimpulso ha estado acompañada, o ha sido generada, por hombres y mujeres de extraordinaria fuerza espiritual, muchos de los cuales fueron posteriormente reconocidos como santos. Lo pongo al final, pero es tal vez el primero de los procesos necesarios, puesto que la espiritualidad y santidad son lo único que en realidad puede proporcionar la fuerza indispensable para realizar los cuatro procesos anteriores. Es necesario que en las comunidades cristianas surjan hombres y mujeres santos, de profunda, fuerte y consistente vida espiritual.
Las Iglesias veneran a sus santos. Siempre los ha habido, y han surgido especialmente en los tiempos más difíciles y duros de la historia. Se ha tratado, siempre, de hombres y mujeres normales, iguales a cualquier otro, pero que se propusieron en sus vidas llegar a ser más que lo que habían sido, y que con su empeño y con la ayuda de Dios lo lograron. Son hombres y mujeres singulares que se distinguen por su gran sabiduría, la pureza de alma y el compromiso existencial con sus hermanos.
Personas así han surgido especialmente en las épocas difíciles. Esas personas singulares poseen carismas que corresponden a las necesidades de la humanidad. Algunas pueden leer la mente y el corazón de las personas; otras son capaces de sanar enfermedades; o de anunciar el futuro y de crearlo mejor que el presente; o de atraer multitudes con el poder de sus palabras; o de realizar obras sociales de inmenso beneficio humanitario, aún sin contar con los medios materiales para ejecutarlas. Poniendo en acción tales virtuosas singularidades, esos hombres y mujeres santos son los que a lo largo de la historia, poco a poco, van conduciendo a la humanidad entera hacia una vida espiritual más plena y hacia el encuentro con Dios.
De más está decir que la santidad, la espiritualidad, la búsqueda de la unión con Dios, están en el centro de la predicación de Pablo de Tarso. Las Iglesias debieran hoy enfatizar entre los participantes de las comunidades cristianas el llamado espiritual a la santidad y a la perfección, conforme al seguimiento de Jesús y a la buena nueva del Reino de Dios y de las Bienaventuranzas.
El cristianismo necesita hoy una buena dotación de hombres y mujeres santos. Santos de verdad, vivos y actuando en el mundo, capaces de generar un profundo y amplio movimiento espiritual. Por cierto, también hay que re-formular el sentido en que hablamos de la santidad, el significado espiritual de ésta.
 
Cabe preguntarse, finalmente: ¿podrán las Iglesias cristianas actuar estos procesos de renovación, y revertir así la crisis y decadencia en que se encuentra? Es altamente improbable que ello ocurra por iniciativas de las Iglesias ‘oficiales’, de las jerarquías eclesiásticas, pues ello implicaría su propia negación. La historia del cristianismo muestra que procesos de renovación y cambio profundos como el que hoy se requiere han surgido desde los márgenes de la institución eclesiástica, por personas, grupos y comunidades movidas por el Espíritu.
Lo que podemos esperar es que la crisis y decadencia de las Iglesias institucionales continuará inexorablemente. Pero esa misma decadencia implica la posibilidad de que se creen las condiciones o pre-requisitos que harán posible una profunda renovación y revitalización del cristianismo emergiendo desde abajo, desde los márgenes. Procesos éstos que no ocurrirán sin la voluntad activa de personas que las asuman como proyecto consciente, asumido con la fuerza que sólo proporcionan la fe, la esperanza y el amor.
 
Luis Razeto
 
El tema de esta nota lo represento y reflexiono en profundidad en la novela LA RELIGIÓN DEL PADRE ANSELMO, que puede obtenerse en  www.amazon.com/dp/1718152248
 


¿QUÉ NOS MUEVE, EN EL FONDO, A CONOCER Y A AMAR?


I.

"El alma es, por el conocimiento, todas las cosas"
Aristóteles.
El hombre – el individuo humano – es un ser intencionado a ser más que lo que es. No sólo a ser más, sino que parece querer ser todo lo que existe, es decir, aspira y busca llegar a ser, a identificarse de algún modo, con el universo entero, con la totalidad de lo existente. En cierto sentido quiere ser como Dios, quiere ser Dios.
Desde que nace se orienta a experimentarlo todo, a conocerlo todo, a sentirlo todo, a quererlo todo. Apenas aprende a moverse, a caminar, y estira sus brazos, toca las cosas, las atrae a sí, se las pone en la boca, se las adueña: dice 'mío' ante todo lo nuevo que toca y llega a conocer. Después quiere viajar queriendo coocer el mundo entero, quiere relacionarse con otras personas. Las interroga, intercambia experiencias y conocimientos con los demás, tratando de algún modo de asimilar y apropiarse de las experiencias y conocimientos de los otros.
El hombre, con la intencionalidad de llegar a ser todas las cosas, va integrando el universo en su propio ser, en su mente. Para hacerlo dispone de varias facultades o potencias: la percepción, la memoria y la imaginación, la inteligencia, la voluntad.
Experimenta el mundo con los sentidos, que le permiten 'percibir' el mundo circundante. Y todo lo que llega a conocer lo registra en la memoria. Y con lo que memoriza, imagina lo que aún no conoce, e incluso inventa realidades desconocidas, crea mundos originales.
Mediante la inteligencia y el pensamiento, se apropia de la realidad que conoce y concibe. Se la apropia no materialmente, sino intectivamente, abstractamente, idealmente, incorporando a su acervo de conocimienos las formas, las cualidades, las esencias, las estructuras formales y racionales (matemáticas, geométricas, lógicas) de las realidades que conoce. El conocimiento es una forma de apropiarse del universo, de poner el mundo externo en la propia mente, mediante las ideas, los números, las ecuaciones, los símbolos.
Pero no le basta esa posesión intelectiva. Quiere ser lo que conoce, aspira a ser, a identificarse con aquello que ha integrado a su conciencia. Ese querer ser lo que se conoce es lo que se llama 'amor', que no es sino la voluntad de identificarse con lo que se conoce y se quiere. Dísese que el amor crea semejanza e identidad entre el amante y lo amado: el sujeto ama, o sea, quiere ser lo que ama. El deseo de poseer lo que se ama, expresa la intencionalidad de ser aquello que se conoce y ama, de identificar su propio ser con lo conocido y amado.
Podemos decir que mediante el conocimiento el hombre incorpora el universo a su yo mental, y mediante el amor sale de su yo mental y es él quien se hace universal.
El conocimiento es la identificación formal y abstracta, ideal y esencial, del cognoscente con la realidad que conoce. El amor busca la identificación real y concreta, objetiva y particular, del amante con aquello que ama.
Conocer y amar. Conocer y amar la realidad de las cosas, al ser de las personas, al universo entero, al mismo Dios que sintetiza la perfección de la totalidad de lo que es y de lo que el hombre quiere llegar a ser.
Este 'ser intencionado a ser más, a ser todo, a ser universal, a ser Dios', trasciende lo puramente corpóreo y material. De ahí que se afirma que el ser humano es de naturaleza espiritual.
Porque lo que llega a poseer mental e interiormente con el intelecto que conoce y con la voluntad que ama, son las cosas, las personas, el mundo no en su materialidad, sino de un modo inmaterial, en su íntima esencia. No hay un átomo de materia en la idea o concepto de animal, de paisaje, de universo, como no lo hay en un teorema geométrico o en una ecuación matemática. Tampoco es material la identificación con la cosa o persona que se ama, que en lo material y corpóreo siguen siendo distintas y estando separadas del sujeto amante.
El deseo e intención de ser más que lo que es, de serlo todo, es expresión de un querer trascender la propia materialidad corporal. Realizarlo progresivamente es evolucionar hacia un modo o estado de ser superior, universalizado: a éso lo llamamos espíritu, que los antiguos filósofos llamaban 'alma' y que concebían como la energía vital potencialmente universal, capaz de hacerse todas las cosas mediante el conocimiento y el amor de ellas, y que está en potencia y en proceso, en cada individuo humano capaz de conocer intelectivamente y de amar libremente.
El afán de poseer la mayor cantidad de bienes materiales (avidez), y de adquirir y consumir todo lo posible (consumismo), y de dominar a las otras personas sometiéndolas a la propia voluntad (afán de poder), son la expresión distorsionada y corrompida de esa intencionalidad que no deja de ser espiritual, pero que se queda apegada a la materialidad, sin llegar a ser capaz de trascenderla.

II.

Para comprender en plenitud lo que nos mueve a conocer y a amar la realidad, habría que añadir a lo anterior, que es la realidad misma la que nos atrae con su verdad (que busca ser conocida y que motiva nuestra cognición), con su bondad (que aspira a ser amada y que despierta nuestro amor), y con su belleza, que nos seduce de modo que no nos recluyamos en nosotros mismos ni dejemos en consecuencia de conocerla y de amarla, siempre en mayor amplitud y con creciente intensidad.
Porque si lo pensamos bien, nos damos cuenta que nosotros mismos que conocemos y que amamos, somos parte de la realidad, el fruto de una evolución del universo que ha generado al sujeto capaz de conocerlo y amarlo. Somos, en última síntesis, aquella parte de la realidad universal que ha emergido desde ella misma al final de un larguísimo proceso evolutivo, y por la cual la realidad universal viene y llega a conocerse y a amarse a sí misma. Y si esto somos, es natural que queramos y busquemos ser siempre más de lo que somos.
Luis Razeto Migliaro.

Para profundizar el tema recomendamos el libro ¿HASTA DÓNDE PUEDE LLEGAR EL SER HUMANO? de Luis Razeto. Se puede obtener desde este enlace: www.amazon.com/dp/1976900743 




CONOCIMIENTO RACIONAL, CREENCIAS RELIGIOSAS Y CONOCIMIENTO SILENCIOSO


 Advertencia.
 Este escrito expresa los resultados provisorios de una búsqueda inconclusa sobre cuestiones que considero fundamentales, y que Arnold Toynbee sostenía que están al centro y en la base de las civilizaciones. Pienso que las respuestas que se han dado a ellas en las civilizaciones pasadas no son ya posibles de aceptar en una nueva civilización, cuando el hombre moderno ha pasado por la experiencia de las ciencias y la crítica de la razón, y se pone en la perspectiva de una 'sociedad del conocimiento'. De ahí la necesidad y la urgencia de repensarlas y encontrarles respuestas nuevas, convincentes o al menos justificables entre personas y sociedades con creencias, religiones, culturas, ideologías diferentes; y que a su vez incluyan e integren las diferentes dimensiones del ser humano y sus diversas fuentes de conocimiento.
La civilización occidental moderna fue fundada en la afirmación del poder de la razón y en las capacidades propias de las ciencias positivas, que aplican el análisis racional a los distintos campos de la experiencia humana. Para surgir y asentar esta civilización, sus creadores efectuaron una crítica implacable de las religiones, que habían sido el soporte intelectual y moral de la civilización medieval que se encontraba entonces en crisis y decadencia. Sucede ahora, en la actual fase declinante y de crisis orgánica de la civilización moderna, que es la razón la que se encuentra sometida a fuerte crítica y desprestigio, al atribuírsele la responsabilidad de muchos males que se hacen evidentes en el marco de la civilización moderna. En efecto, se responsabiliza a la razón de las injusticias económicas de un capitalismo que fue postulado como la economía racionalmente fundada, y también de las opresiones, fanatismos ideológicos y guerras derivadas de los estatismos que postulan que el Estado es la expresión racional del orden social.
Puede observarse que esta crítica y desprestigio que se hace hoy de la razón es, en cierto modo, análoga a la que en su tiempo se hizo de las religiones en cuanto fundamento del orden moral y social. En efecto, se criticaba el supuesto fundamento intelectual y moral del medioevo poniendo en evidencia los males que se observaban en aquellas sociedades que sostenían instituciones injustas y bárbaras diciendo fundarse en verdades religiosas. En aquél contexto se veía al Poder asociado a la religión y por eso se criticaba a ésta, y en el contexto actual se observa al Poder asociado a la razón y se critica a ésta.
Pero el hecho que en un caso los poderosos se apropiaran de la razón y la subordinaran a sus intereses, y en el otro fuese la religión la que subordinaron e instrumentalizaron, no nos permite sacar conclusiones válidas sobre los verdaderos alcances, el sentido y las potencialidades de la razón y de la religión consideradas en sí mismas. Pues tanto la razón como las religiones han acompañado la historia humana desde sus comienzos, y muestran méritos propios, potencialidades y limitaciones que son independientes de las formas y de las aplicaciones a que han dado lugar en el medioevo y en la modernidad.
Hoy, cuando la civilización moderna, y los resabios de civilizaciones medievales que aún permanecen, se encuentran en una crisis y decadencia tales que amenazan incluso el avance civilizatorio general de la humanidad, se hace indispensable volver a considerar tanto a la razón como a las religiones, para descubrir lo que puedan significar y aportar en el tránsito hacia una nueva y superior civilización y en la construcción de ella. Pues toda civilización requiere construir sus propios soportes intelectuales y morales; y esto, obviamente, en ningún caso puede partir de cero, sino implicar un avance sobre lo ya realizado, experimentado y creado por la humanidad en su larga historia y en su arduo y complejo proceso civilizatorio.
En este trabajo nos preguntamos si hay algo importante que rescatar tanto de la razón como de las religiones, y nos esforzamos por identificarlo con el mayor rigor y precisión de que seamos capaces.

I. Las potencialidades y los límites del conocimiento racional.
La razón (el intelecto racional humano) tiene pretensiones de universalidad, en un triple sentido: 1. Que sus conocimientos trascienden la individualidad del sujeto y pueden proponerse y ser aceptados como verdaderos por todas las inteligencias o las mentes racionales; 2. Que puede examinar criticamente y juzgar la verdad de toda experiencia cognitiva; 3. Que puede acceder, en su propio nivel de abstracción, al conocimiento de todas las realidades de las que tengamos alguna experiencia o noción, en la más amplia diversidad de sus elementos y de sus formas, y en la más íntima unidad de lo que existe.
Esto hace que la razón se proponga como el criterio último de discernimiento y de juicio respecto a la verdad de cualquier experiencia y conocimiento que podamos tener, en los más variados campos de la realidad y del saber. Al mismo tiempo, la pretensión de universalidad que es propia del conocimiento racional, hace que a la razón le resulten inaceptables las ideas y concepciones contradictorias, o de las que se afirme que sean verdaderas solamente para algunas personas y no para otras. (Veremos más adelante que esto se convertirá en un criterio esencial de discernimiento a la hora de someter las religiones a la crítica y el análisis racional).
Pero la razón humana encuentra sus límites propios: a) en las experiencias cognitivas sobre las cuales elabora sus juicios; b) en las 'formas' de conocer que le son propias y que puede emplear; y c) en los medios de que dispone para contener y expresar los conocimientos que alcanza.
En efecto, la razón elabora y genera conocimientos a partir de las informaciones que le son proporcionadas por otras experiencias cognitivas, que básicamente son:
a) las que le llegan desde los sentidos y la percepción, o sea la experiencia empírica de la realidad material, y
b) las que recibe por la intuición interior de los fenómenos de la conciencia, o sea la experiencia fenomenológica de la conciencia auto-consciente.
De ambas fuentes, y de cualquier otro tipo de experiencia cognitiva que pueda tener el sujeto, la razón recoge los 'materiales' que le sirven de base y fundamento en sus propias elaboraciones cognoscitivas. Con ellas, mediante sus propios procesos de abstracción, de análisis y de síntesis, despliega un tercer tipo de experiencia cognitiva: el conocimiento racional, que es distinto del conocimiento empírico y del conocimiento fenomenológico, sobre los que la razón trabaja y a los cuales se mantiene de algún modo siempre conectada.
El hecho de operar inevitablemente sobre la base de informaciones y experiencias que no tienen su origen en la razón misma, sino que le llegan desde la percepción empírica de los sentidos, o bien desde la fenomenología interior y subjetiva de la conciencia individual, implica que la razón no puede alcanzar conocimientos que puedan considerarse absolutos (no sujetos a ninguna forma de duda o de condicionamiento de su verdad), ni que versen sobre realidades absolutas (que se refieran realidades que pudieran ser totalmente independientes y no relacionadas al mundo empírico y fenomenológico).
Además, los alcances del conocimiento racional - del conocimiento elaborado por la razón - están delimitados no solamente por las experiencias cognitivas de las que se nutre, sino también por los medios o elementos cognitivos mediante los cuales el conocimieno racional puede expresarse. Estos son, básicamente, de cuatro tipos que distinguimos analíticamente, pero que en el proceder concreto de la razón cognoscente se combinan y articulan en elaboraciones complejas:
a) Conceptos, en base a los cuales se formulan ideas, afirmaciones y razonamientos, y con ellos discursos, análisis y síntesis, hipótesis y teorías, disciplinas científicas y sistemas filosóficos.
b) Números, en base a los cuales se formulan operaciones aritméticas y cálculos algebraicos, ecuaciones, algoritmos y sistemas matemáticos.
c) Figuras geométricas, en base a las cuales se construyen gráficos, teoremas, topografías y sistemas geométricos.
d) Símbolos, en base a los cuales se elaboran metáforas, alegorías, representaciones simbólicas, poesías y obras de arte.
Operando conjunta y simultáneamente con los conceptos, números, figuras y símbolos, y mediante sus complejas construcciones conceptuales, geométricas, matemáticas y artísticas, los seres humanos comprendemos la realidad, la cuantificamos, la representamos, la significamos y le encontramos sentido. Todo ello en procesos que se despliegan individual y socialmente, dando lugar a un mundo cultural, específicamente humano, distinto al mundo material pero relacionado con éste. Así mismo, guiados por el conocimiento que aplicamos a la solución de problemas y que guía nuestro accionar, construimos economía, política, educación, sociedad, historia, civilizaciones.
En ese mundo cultural en el que vivimos, actuamos, atendemos nuestras necesidades, nos relacionamos y nos damos normas de convivencia, siendo resultado de la aplicación del conocimiento en todas sus formas y expresiones, no disponemos de mejores medios para orientamos que el mismo complejo de conocimientos empíricos, fenomenológicos y racionales, que vamos aprendiendo, elaborando, renovando y expandiendo.
Estamos empleando el término 'conocimientos' para referirnos a todas esas experiencias cognitivas, incluidas las elaboraciones que resultan del operar de la razón sobre la base de las experiencias empíricas y fenomenológicas; pero ello no significa que se trate necesariamente de conocimientos verdaderos y ciertos. Se trata más bien de 'creencias' que aceptamos con mayor o menor convicción, más o menos justificadas racionalmente, y más o menos aproximadas a las realidades sobre las que versan.
Debemos asumir y reconocer, en tal sentido, que el complejo mundo de conocimientos que experimentamos y en el cual vivimos, con todas las elaboraciones culturales y las construcciones económicas, políticas y sociales que llegamos a formar, es un mundo humano incierto, impreciso, a menudo ambiguo, siempre abierto a nuevos descubrimientos y aproximaciones a un conocimiento más amplio, profundo y certero.
Pero la razón humana trata de superar la incertidumbre y la ambiguedad, y ha desarrollado sus propias exigencias de coherencia y consistencia, y métodos y normas bastante rigurosas de justificación y validación del conocimiento. Aplicadas éstas diferenciadamente a las informaciones provenientes de la experiencia empírica y de la experiencia fenomenológica, se da lugar a dos formas perfeccionadas de conocimiento racional: el conocimiento científico (elaboración racional del conocimiento empírico), y el conocimiento filosófico (elaboración racional del conocimiento fenomenológico). 1
De este modo el intelecto racional despliega capacidades cognitivas de valor incalculable. No obstante, atendiendo a los 'instrumentos' que tiene el conocimiento racional para expresarse y comunicarse, debemos concluir que no tiene las capacidades que serían necesarias para referirse con precisión y rigor a supuestas realidades trascendentes al mundo empírico y fenomenológico, que no puedan ser contenidas en conceptos, números, figuras geométricas y símbolos.
De este modo, la incertidumbre es un estado mental que parece inevitable, al tiempo que constituye una condición que torna particularmente difícil la existencia humana. La incertidumbre resulta especialmente problemática, y se torna incluso insoportable en ocasiones, cuando se trata de las cuestiones más profundas y existenciales del ser, del sentido de la vida, del por qué del sufrimiento, de la muerte, etc.
Sobre tales cuestiones existenciales la razón encuentra en la experiencia fenomenológica de la conciencia autoconsciente elementos que le sirven para elaborar respuestas razonables, argumentadas, filosóficas; pero las bases cognitivas sobre las que trabaja la razón no son suficientes para asegurarle que sus conclusiones sean verdaderas y de validez universal, por la simple razón de que la conciencia autoconsciente es inevitablemente subjetiva, y los contenidos cognitivos de la experiencia fenomenológica no son contrastables de la manera en que lo son las experiencias empíricas. De este modo, los interrogantes existenciales parecieran exigir de la razón ir más allá de su alcance natural, o requerir otras fuentes de información, más allá de las que proporcionan las experiencias empíricas y fenomenológicas con las que trabaja normalmente. 2
II. Las creencias religiosas ante el juicio de la razón.
Es aquí, frente a tales cuestiones 'radicales', que se hacen presente las religiones, proporcionando respuestas que la razón no se muestra capaz de encontrar por sí sola. En efecto, las religiones proveen a los individuos y a las sociedades, creencias que dan lugar a aquellas certezas que nuestra psicología parece necesitar, respecto a las preguntas fundamentales sobre la existencia de Dios, sobre la vida después de la muerte, sobre el sentido y el valor del sufrimiento, etc.
Pero ante tales creencias y supuestas certezas la razón que todo lo interroga y juzga no permanece impasible, sino que se inquieta y se pregunta: ¿Son las religiones y sus creencias un recurso desesperado de los hombres, que individual y/o socialmente inventamos respuestas a problemas cuya carencia de conocimientos ciertos nos resultan insoportables,? ¿O podemos aceptar que sean las respuestas verdaderas que nos provee un Dios que todo lo sabe?
Para responder a ello el intelecto racional no tiene otro modo de proceder que someter a examen la experiencia religiosa. Así, observa y analiza cómo en la historia de la humanidad se han presentado y se han sucedido diversas religiones, surgiendo en distintas épocas y en diferentes lugares del mundo. Muchas de ellas mantienen plena vigencia cultural y social, en cuanto tienen muchos fieles que participan vitalmente en sus creencias, en sus normas, en sus estructuras y en sus rituales. La razón se interroga: ¿podemos creer en las religiones? ¿En todas ellas, o en alguna de ellas en particular? La razón se inquieta especialmente ante el hecho que adherir a una u otra religión no parece tener sino motivos culturales, ideológicos, social e históricamente determinados. Esto no puede dejar de inquietarla, pues está en la naturaleza de la razón no aceptar como verdadero nada que no responda con éxito a la exigencia de universalidad que exige a todo conocimiento que somete a juicio. Por ello, es fundamental preguntarse sobre aquello que las religiones tengan en común, que sea reconocible como universal, y también sobre lo que explique sus diferencias.
Sometidas a análisis histórico las religiones muestran tener varios elementos en común, siendo los principales los siguientes:
- El ser fundadas por un hombre de muy elevada condición moral, que vivió de modo ejemplar y con plena coherencia con lo que enseña, que sostiene tener enseñanzas fundamentales que dar a la humanidad, sea por haber recibido una revelación divina, sea por haber alcanzado una iluminación que le ha permitido acceder a una sabiduría especial.
- La afirmación de que esa sabiduría o mensaje divino se encuentra expresado o recogido en libros, considerados sagrados, escritos por el propio fundador o por discípulos igualmente inspirados.
- El dar continuidad al mensaje recibido por el fundador, a través de algunos discípulos directos, que tienden a precisar las enseñanzas del fundador y se encargan de su difusión.
- El generar un amplio cuerpo de creencias y de normas o consejos morales que suscitan la fé y la adhesión incondicional de sus fieles.
- El generar en su desarrollo histórico, testimonios de vida espiritual, intelectual y moral notables por su consistencia y santidad.
- El dar lugar, al difundirse socialmente, a procesos civilizatorios que marcan las grandes direcciones seguidas por la humanidad en su evolución.
Como consecuencia del estudio y análisis histórico de las religiones la razón puede asumir una actitud de respeto profundo por ellas y por los efectos que la experiencia religiosa genera en los individuos y en las sociedades; pero no puede extraer ninguna conclusión sobre la verdad de sus contenidos cognitivos. Se le hace necesario a la razón, entrar al análisis de las creencias y normas o consejos de vida que proponen las religiones, examinándolas en su propio y específico mérito.
Entrando al estudio y análisis de los contenidos cognitivos de las religiones, lo primero que aparece es la necesidad de distinguir entre dos tipos de religiones, que proponemos distinguir como 'religiones de creencias' y 'religiones de saberes'. Las primeras son aquellas que sostienen originarse en una revelación divina que enseña un conjunto de verdades que deben ser aceptadas por fé. Entre ellas destacan el zoroastrismo, el hinduísmo, el judaísmo, el cristianismo, el islamismo y el bahaísmo. Las que llamamos 'religiones de saberes' - entre las cuales podemos considerar el budismo, el confucianismo y (si se quiere) el esoterismo -, se presentan como filosofías o concepciones morales que afirman 'caminos de sabiduría' conducentes a la vida virtuosa personal y a un orden social justo, mediante la aplicación de ciertas doctrinas metafísicas, principios morales universales, y prácticas o ejercicios rituales y espirituales.
Entre las muchas y variadas afirmaciones que proponen las religiones 'de creencias' (que son las que al intelecto racional interesa considerar por sus contenidos cognitivos propuestos como 'verdades de fé), hay una primera que está en la base de todas las otras, y que está presente en el origen de todas las demás creencias religiosas, las que sólo por aquella afirmación primera pueden ser justificadas. Es la idea de que Dios existe y quiere dar a conocer a los hombres un conjunto de 'verdades esenciales', que la pura inteligencia humana no sería capaz de fundamentar de modo racional o científico, pero que serían fundamentales para la vida humana buena y virtuosa.
¿Cuáles serían esas creencias o 'verdades esenciales' que estas religiones comparten y enseñan? Básicamente éstas:
  1. La afirmación de que Dios existe, y que es un Ser personal que está cercano a nosotros, que nos ama entrañablemente, y que está dispuesto a escuchar nuestras oraciones.
  1. La afirmación de que el ser humano no es puramente material sino un ser de naturaleza esencialmente espiritual.
  1. La afirmación de que la vida humana no termina con la muerte del cuerpo, sino que se proyecta más allá, hacia alguna forma de existencia eterna, distinta y superior.
  1. La afirmación de que el destino de los hombres en esta tierra y en el más allá, está ligado a su vida práctica, en correspondencia con cierta ética especial en que sobresalen el amor a Dios y a los semejantes, la fraternidad universal, el vivir virtuoso y conforme a valores superiores.
  1. La afirmación de que podemos ser mejores de lo que somos, o que nuestra naturaleza puede tener un desarrollo y evolución personal que implica un camino de creciente perfección.
  1. La afirmación de que ese camino es el de las virtudes, la oración, el desprendimiento y el amor al prójimo.
Todas estas creencias son, sin duda alguna, mensajes esperanzadores, que tal vez todos quisiéramos creer, porque son todas 'buenas noticias'. Pero el hecho de que trascienden nuestra experiencia cotidiana y el alcance de nuestra percepción y de nuestra razón, hace que no podamos alcanzar por nosotros mismos la certeza de que sean verdaderas, que no las podamos probar de modo rotundo y tal de llevarnos a creer en esas afirmaciones con la fuerza de convicción que sería necesaria para guiarnos por ellas en nuestra vida, en nuestras acciones, en nuestros pensamientos, en nuestras emociones y en nuestros comportamientos personales y colectivos.
Por eso, frente a estas afirmaciones, o sea frente a las religiones o respecto a alguna de ellas, podemos creer o no creer que sean verdaderas. La gran mayoría de los creyentes religiosos han creído y creen en esas afirmaciones de manera ciega, haciendo respecto a ellas los que suelen llamarse 'actos de fé'. Pero la razón no se conforma tan fácilmente, asumiendo que los seres humanos estamos dotados de una propia y natural capacidad de intelección y conocimiento de la realidad. Y también de una conciencia que nos permite guiarnos éticamente en nuestro actuar y vivir. Estamos provistos de una capacidad cognitiva poderosa, de la posibilidad de tener experiencias y conocimientos válidos, y de una razón capaz de juzgar la veracidad de lo que experimentamos y pensamos y creemos, incluidas las experiencias y creencias religiosas. Construimos filosofías y elaboramos ciencias, nos damos normas de comportamiento y leyes de conducta individual y social, empleando nuestras propias capacidades intelectuales y morales. Los humanos tenemos facultades cognitivas y creativas, capaces de llevarnos a la verdad, a la belleza, a la bondad y a la unidad.
Con tales facultades somos capaces de preguntarnos, y de indagar en torno a las preguntas cuyas respuestas nos ofrecen las religiones: si existe Dios, si el hombre tiene una dimensión espiritual y un destino que trasciende a la muerte, por cuáles normas y formas de conducta debemos guiarnos para avanzar en nuestra perfección personal y social, etc. Sin embargo, siendo el objeto propio del intelecto y de la razón humana la realidad empírica y fenomenológica, y procediendo a conocer mediante el empleo de conceptos, números, figuras y símbolos, la razón ha de asumir y declarar que no está capacitada para dar respuestas ciertas a preguntas esenciales referidas a supuestas realidades que trasciendan las experiencias empíricas y fenomenológicas, y que no puedan ser cabalmente representadas mediante las formas conceptuales, numéricas, geométricas y simbólicas. Así queda fuera de su alcance darnos certezas sobre cuestiones fundamentales como las de Dios, del espíritu, de la vida después de la muerte, etc. No las puede afirmar pero tampoco las puede negar.
III. 'Conocimiento silencioso', creencias religiosas y juicio racional.
Pero no termina aquí la indagación racional, pues el análisis que el intelecto hace de las religiones no se limita a los contenidos de las creencias que ellas proponen. En efecto, el estudio de las religiones nos hace conocer la existencia de un tipo de experiencia cognitiva muy especial, diferentes a la experiencia empírica y a la experiencia fenomenológica sobre las que la razón trabaja habitualmente. En efecto, en el contexto del estudio de las religiones, sea de creencias como de sabiduría, sabemos y verificamos racionalmente que ha habido y hay personas que sostienen haber tenido experiencias cognitivas llamadas místicas o espirituales, y que serían de naturaleza diferente a las experiencias empíricas, fenomenológicas y racionales. Tales experiencias místicas y espirituales, si bien suelen presentarse en contextos religiosos, se muestran como independientes de las creencias religiosas que pueden o no profesar quienes las experimentan. Los místicos sostienen, en particular, que a tales experiencias se puede acceder mediante la ejercitación de las propias facultades espirituales del individuo, tales como la meditación, la purificación mental, el desprendimiento de todo apego a lo material, la superación consciente del yo mental individual, etc. Otros místicos afrman que tales experiencias, si bien preparadas por estos procesos de purificación y por ejercicios ascéticos, finalmente ocurren al modo de una iluminación interior que se recibe como un don del que no se es merecedor.
Es interesante e importante el hecho que los místicos afirmen que esas experiencias espirituales conducen a un conocimiento que trasciende nuestras capacidades cognitivas habituales, incluida la razón. J. Amando Robles, connotado investigador de las experencias místicas se refiere a ellas como 'conocimiento silencioso', en razón de que lo que se conoce en ellas no puede ser adecuadamente expresado con palabras, números, figuras ni símbolos, de modo que sus contenidos cognitivos no podrían ser comunicados racionalmente sino de manera muy imperfecta.
Afirman también numerosos místicos que tales experiencias espirituales instalan al sujeto en un campo de sabiduría tal que para él se convierten en certezas las mismas supuestas 'verdades esenciales' que enuncian las religiones de creencias, o sea, que hay un Dios que nos ama, que somos seres esencialmente espirituales que trascendemos la materia y la muerte, que podemos alcanzar perfecciones crecientes, que el amor es el camino a seguir y la meta a alcanzar, que nos corresponde vivir conforme a elevadas virtudes y valores, etc. La diferencia respecto a las creencias religiosas, es que los místicos accederían a esas convicciones no como simples creencias recibidas desde otros, sino como consecuencia del conocimiento experiencial directo que les proporciona certeza, y con ella -aseguran los mismos místicos- felicidad suprema.
El considerar las experiencias espirituales y el 'conocimiento silencioso' como un tipo de experiencia cognitiva al alcance natural de los seres humanos lleva al intelecto racional a un nuevo y paradójico cuestionamiento de las religiones. En efecto, la razón puede legítimamente preguntarse: ¿si tenemos capacidades y experiencias cognitivas que pueden llevarnos a las afirmaciones que las religiones 'revelan', y si existe ese camino abierto y disponible de la mística y la espiritualidad, al que los seres humanos podemos acceder y que nos permite alcanzar las mismas verdades que trasmiten las religiones, ¿por qué éstas? ¿Por qué habría Dios generado religiones, interviniendo en la historia humana para enseñarnos verdades que, sin embargo, podemos alcanzar mediante nuestro intelecto y conciencia, que serían capaces de acceder a las experiencias espirituales del conocimiento silencioso? Pues el acceso posible mediante experiencias cognitivas directas pondría en cuestión la creencia base que dijimos que está en el origen de las religiones, a saber, la idea de que Dios quiere dar a conocer a los hombres un conjunto de verdades esenciales que el conocimiento humano no sería capaz de alcanzar por sí mismo, pero que serían esenciales para la vida humana buena y virtuosa.
Ante tal observación se podría responder racionalmente en favor de las religiones argumentando en tres direcciones:
Un primer argumento sería que Dios revela lo que podemos alcanzar por nosotros mismos, porque no todas las personas pueden seguir el camino de la búsqueda espiritual. Entonces, como quiere que todos podamos acceder a esas verdades, las pone al alcance de todos mediante las religiones. Dios las facilita y regala a todos, por distintos medios, sin necesidad de que seamos sabios, ascetas y místicos.
Este primer argumento lo enfatizan las religiones que tienden a negarse a someter sus creencias al juicio racional, y resulta poco convincente en cuanto implicaría una suerte de discriminación por parte de un Dios que procede de modo arbitrario, especialmente si va acompañado de la afirmación que la fe es un don que Dios otorga al que quiere y no a todos sin distinción. Además, al facilitar las respuestas a las cuestiones existenciales, ¿no estaría Dios inhibiendo la búsqueda del conocimiento espiritual y místico? Pues encontrando respuestas en fáciles creencias religiosas, las acuciantes cuestiones existenciales se amortiguan y se apagan. (Y con ello, se estaría también reemplazando la felicidad suprema que proporcionarían las experiencias místicas, por la simple consolación que proveen las creencias religiosas).
Una segunda razón podría ser que, a diferencia de las experiencias místicas y espirituales, el proceso moral y de conocimiento que proponen las religiones no es sólo individual sino comunitario, colectivo u social. En efecto, las religiones crean en torno a esas afirmaciones, vínculos comunitarios, comunidades de fieles que se unen fraternalmente, y que se constituyen como difusores de esas verdades y de esas normas de conducta.
Este argumento es aún más débil que el anterior, en cuanto la comunidad humana se constituye naturalmente y es perfeccionada a través de los procesos culturales y morales resultantes de la creatividad, el conocimiento y la solidaridad de las personas, y por la acción de las instituciones económicas, políticas y educacionales creadas por ellas. No resulta suficientemente justificada por este argumento, la creación y existencia de comunidades específicamente religiosas, distintas y separadas de la comunidad humana común, y supuestamente provistas de conocimientos y poderes especiales.
Una tercera razón sería que las religiones tendrían, debido a la presencia continua en ellas del espíritu de Dios que las revela y por la presencia misteriosa de quien las funda, una fuerza especial, adicional a la simplemente humana y natural capacidad de conocimiento y de perfeccionamiento moral, que facilita el perfeccionamiento individual y la fraternidad universal.
Esta afirmación también forma parte de las creencias religiosas, pero podría considerarse desmentida por la práctica de innumerables creyentes y por la historia misma de las religiones, que han sido protagonistas de dominaciones, guerras, injusticias y pequeñeces que no hablan a favor de sus supuestas potencias perfeccionadoras de los individuos ni de sus energías unificadoras de la especie humana. Además, no sería coherente si cada religión la entendiese como aquella única que indica el camino a la salvación y al perfeccionamiento, constituyéndose de este modo en una forma de dominación de las conciencias y en fuente de sectarismos y conflictos con las otras religiones.
Además de todo lo anterior, hay un aspecto de las religiones que la razón humana no está dispuesta a aceptar, y es el hecho que ellas afirman numerosas creencias que entran en contradicción unas con otras. Esto plantea la necesidad de discernir entre las religiones, y en ellas entre sus diversas creencias. Si las distintas religiones se contradicen en varias creencias que sostienen, habría que concluir que sólo una de ellas pudiera ser verdadera. Y si las creencias que sostienen no son coherentes entre sí y presentan contradicciones, sería imprescindible examinar cada creencia en su propio mérito, para ver cuáles puedan ser sus fundamentos y justificación racional. El problema es que, como ya observamos, las creencias religiosas no son demostrables científica ni racionalmente, por lo que tampoco puede la razón indicarnos cual de ellas ofrezca las creencias verdaderas.
Enfrentados al hecho que las religiones presentan creencias contradictorias, y careciendo de criterios racionales para discernir entre ellas, lo razonable es no aceptar o suspender la creencia respecto a todas aquellas afirmaciones en que las religiones difieren o proporcionan respuestas diferentes. De este modo, las únicas creencias religiosas que la razón permitiría aceptar serían aquellas en que todas concuerdan y afirman con igual convicción y certeza. Son las 'creencias esenciales' que ya mencionamos, y que son también las mismas que sostienen quienes dicen haber tenido experiencias místicas y espirituales, de modo independiente y aún desde fuera de las religiones.
Pero surge inevitablemente una pregunta: ¿por qué tales creencias supuestamente reveladas, se encuentran en las religiones combinadas con creencias contradictorias? ¿No es este hecho algo que debiera llevarnos a negarlas todas, incluso aquellas en que concuerdan y sostienen al unísino?
Para no llegar a tal conclusión habría que tener alguna explicación razonable de la diversidad de las creencias religiosas, que sea posible de sostener sin que resulten impactadas las 'creencias esenciales' que todas comparten, y fundamentalmente la primera: que Dios las ha revelado. Podemos proponer alguna posible y plausible respuesta.
Los antiguos filósofos decían que 'lo que se recibe se recibe al modo del receptor'. Esto significa, si lo aplicamos a las supuestas revelaciones de Dios, que todo aquello en que las religiones difieren y va más allá de las 'creencias esenciales', es producto de la mente de los receptores de esas revelaciones, sean ellos profetas fundadores de religiones, sean sus discípulos y seguidores, sean las tradiciones culturales gestadas al interior de las organizaciones e instituciones generadas en el tiempo.
Pienso que para los creyentes religiosos es muy importante estar conscientes de las limitaciones que tienen inevitablemente las religiones, todas ellas. Ellas han sido causa de grandes desarrollos humanos, de procesos civilizatorios gigantescos y de desarrollos personales notabilísimos. Pero también han sido causa de grandes conflictos y calamidades. Lo mejor que podemos decir de ellas, es que tendrían de divino y de humano, incluso al nivel de las creencias que proponen. Pues las revelaciones se realizan a través de individuos particulares, y la comprensión y el desarrollo de sus creencias y de sus prácticas queda en manos de los discipulos y de los fieles.
El creyente tendría que aceptar que, si es verdad que Dios se revela, lo haría necesariamente en un lenguaje que tiene todas las limitaciones del lenguaje humano, y lo haría en la historia y en los contextos culturales que limitan y condicionan sus mensajes o enseñanzas. El mensaje quedaría siempre expresado en un lenguaje que es el propio de la cultura en que aparece y se presenta. Podríamos decir, en este sentido, que todo texto sagrado, si bien puede atribuirse a Dios por quienes creen en él, deberá necesariamente reconocerse la co-autoría del escribiente y de la cultura en que se expresa. (En realidad, todo libro es siempre obra de co-autores, aunque una sola persona haya sido el que empleó la pluma y aparezca solamente un nombre como autor del escrito.) Toda discrepancia, toda contradicción o falsa creencia, deberá ser atribuida a los individuos, y lo mismo será respecto a todo efecto negativo que pueda generarse en base a las creencias religiosas y espirituales.
Los libros sagrados serían obras de co-autores. En ellos se aprecia la cultura del hombre que los escribe y difunde, y que interpreta con su intelecto y sus emociones los mensajes que recibe, y los expresa en la lengua que ha aprendido y que sabe utilizar en cierto grado inevitablemente limitado. Y los mezcla con sus propios mitos, creencias, aspiraciones y deseos. Las limitaciones se refieren y valen también respecto al mensaje mismo supuestamente revelado por medio del fundador religioso. Porque toda comunicación y todo texto es inevitablemente recibido al modo del receptor, e interpretado por quienes lo leen y comprenden. De este modo, el mensaje queda siempre en manos humanas, y adquiere sentido y contenido y nuevos significados, por las lecturas e interpretaciones que de ellas hacemos. En razón de ello, ningúna persona puede atribuirse poder religioso alguno, y menos disponer de la capacidad de ofrecer la interpretación verdadera de la 'palabra de Dios'.
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¿Qué nos queda, o qué conclusión podemos extraer de todo esto? Pues, en breve síntesis, que respecto a las 'preguntas existenciales' y a las 'verdades esenciales' sobre la existencia o no existencia de Dios, sobre la naturaleza espiritual o puramente material del ser humano, sobre si tendremos o no vida después de la muerte, sobre el sentido y el valor del sufrimiento, sólo caben tres actitudes (no excluyentes entre sí) que la razón humana podría recomendar:
  1. Asumir que las ciencias y filosofías que se construyen sobre la base de las experiencias empíricas y fenomenológicas no han proporcionado respuestas justificadas y convincentes a las 'cuestiones existenciales', porque el objeto de ellas permanece fuera de su alcance cognitivo. Es la respuesta legítima del pensador y del científico agnóstico, que prescinde de las 'verdades esenciales' que proponen las religiones. Ello no implica que renuncie a interrogarse racionalmente sobre las 'cuestiones existenciales' y a buscarles respuestas en el 'conocimiento silencioso'.
  2. Asumiendo que la razón y las ciencias no dan respuestas a las 'cuestiones existenciales', aceptar las que llamamos 'verdades esenciales' como creencias religiosas, que si bien no son justificadas racionalmente tampoco son contradichas por la razón. Se adhiere por actos de fe, teniendo como fundamento el significado histórico y humano de las religiones; pero por lo mismo se prescinde de afirmar aquellas creencias religiosas particulares en que las religiones difieren entre sí, respecto de las cuales se mantiene la mente abierta a la más amplia diversidad. Es la respuesta legítima del creyente religioso crítico, que no se limita a creer ciega e ingenuamente en una religión particular, sino que se queda con aquello que todas las religiones pueden sostener aún después de someterse al juicio crítico de la razón. Esta aceptación crítica de las creencias religiosas no debiera inhibirlos, sino más bien incentivarlos, a buscar respuestas mejores en tal vez posibles experiencias espirituales.
  3. Buscar respuestas a las 'preguntas existenciales' explorando la vía del conocimiento silencioso, espiritual o místico, que podría proporcionar certezas sobre las supuestas 'verdades esenciales'. Es la respuesta legítima del buscador independiente de la verdad, que no se conforma ni con la prescindencia agnóstica ni con la fe del creyente religioso, sino que mantiene la aspiración a la verdad y a la certeza que pudieran alcanzarse mediante una experiencia espiritual directa.
Nos parece que éstas son - digámoslo también - las actitudes intelectuales que en este terreno pueden inspirar una nueva y superior civilización. Si fuera así, tendríamos que asumir que ante las 'cuestiones existenciales', más que respuestas nuevas que puedan ofrecerse como las 'verdades esenciales', la nueva civilización se construirá recorriendo caminos de búsqueda, Caminos convincentes y justificables entre personas y sociedades con creencias, culturas, religiones e ideologías  diferentes. Búsquedas 'comprensivas', orientadas a incluir e integrar las múltiples dimensiones de la experiencia humana y sus diversas fuentes de conocimiento. Caminos de búsqueda distintos, paralelos al comienzo pero tal vez convergentes en el tiempo, y que al final pudieran ofrecer las respuestas verdaderas a las cuestiones existenciales que han inquietado siempre al espíritu humano.

Luis Razeto Migliaro
NOTAS:
1 La distinción entre ciencia y filosofía puede ser formalizada de maneras diferentes a ésta que proponemos, que no pretende ser única ni decisiva. Más que la determinación y distinción rigurosa de lo que puede aceptarse como conocimiento científico y conocimiento filosófico, lo que nos interesa es delimitar dos tipos de conocimientos construidos racionalmente: el que encuentra su objeto y sus criterios de validación en la información que puede ser empíricamente verificada, y el que aborda interrogantes que surgen de la autoconciencia que busca verdades relativas a lo que sea el ser, al significado de la existencia, al valor del conocimiento, a la libertad del sujeto, al orden moral, y otras cuestiones de similar profundidad y trascendencia.
 
2 Hay quienes sostienen que otro límite de la razón radica en el hecho que cada ser humano pensante entremezcla inevitablemente las operaciones de su razón con la subjetividad propia de todo individuo, de modo tal que los resultados del conocimiento racional resultan condicionados por los intereses, las emociones, los deseos del sujeto. Si bien tal entremezclamiento y mixtura de formas cognitivas es claramente observable en el proceder empírico de los razonamientos y discusiones 'racionales' habituales, el argumento no resulta convincente si se pretende extenderlo como límite inherente a todo conocimiento racional. En efecto, los individuos racionales podemos desarrollar procesos de 'purificación' del intelecto racional y llegar a proceder con criterios cognitivos racionales puros. De igual modo, la confrontación intersubjetiva de las operaciones racionales de muchos individuos, permite superar las intromisiones de la subjetividad individual y llegar a formular conocimientos no contaminados de subjetividad individual. Por otro lado, la dificultad para el entendimiento 'racional' entre individuos diferentes no radica en que el intelecto racional de ellos opere con diferentes lógicas, sino que debe explicarse por las diferencias entre las experiencias empíricas y fenomenológicas de cada uno, y a menudo también en que se discute sin precisar el contenido racional de los términos que se emplean.


 Para profundizar el tema recomendamos el libro LA EXPERIENCIA ESPIRITUAL, de Luis Razeto, al que se accede desde este enlace: